sábado, 10 de octubre de 2020

“El último corderín…”

 

Cuando uno llega a cierta edad empieza a comprender textos, escritos, muchos de ellos milenarios ,que en las locuras de juventud, en aquellos tiempos en que uno es el centro del mundo y de sí mismo, nada le decían, pero que ahora con la madurez que dan los años, o al menos eso  se supone, se cargan de intensidad y pensamiento y esto me pasa a mi hoy, cuando desde el dolor por la muerte de un ser querido, releo el Salmo 90 que dice: “Enséñanos a calcular nuestros años , para que nuestro corazón alcance la sabiduría”, y es que hay momentos en que uno debe dar testimonio de lo vivido por si pudiera ser de utilidad, en una sociedad donde el mérito no cotiza y el progreso no se basa en la moral , sino en la cuenta de resultados.

En este testimonio de lo vivido uno se encuentra con personas que han influido y marcado su vida, que han llenado su corazón  de sabiduría, algo no fácil de lograr y menos en  tiempos donde se denigra al sentimiento y se le tilda de trasnochado,  ridículo, romántico... Una de esas personas fue y es Luisa Estrada Cuesta, matriarca de La Facienda(Traspando) y digo ‘es’ porque a pesar del paso de los años, - falleció en noviembre de 1992- sus vivencias, sugerencias ,recuerdos y su mucha cordura me acompañan siempre. Persona de estudios elementales, pero de un sentido común y de una inteligencia natural digna de encomio, que ya septuagenaria visitó a sus hermanos  en Buenos Aires y que supo codearse con personas de toda condición social , sin dar la nota y dejando ese señorío y elegancia que no abunda. Siempre ataviada con su falda y chaqueta de lana negras, su mandil de pequeños cuadros gris atado por la cintura  , sus lustradas zapatillas también negras ,  moño bien peinado y la lozanía de un esmero cuidado  .

Hasta hoy Luisa no había entrado en mis páginas, pero hechos luctuosos me obligan a ello y es que el pasado 6 de octubre, hacia las 17 horas de la tarde, Asunción, su última hija viva, fallecía en La Corte(Lieres), su residencia desde hacía sesenta y dos años, después de un prolongada y penosa enfermedad.  Una vez más se comprueba que el tiempo no se detiene, y como bien dice el Salmo (144):”….El hombre es semejante a un soplo, y sus días son como una sombra fugaz”. No hay nada nuevo bajo el sol, nacen generaciones y así como nacen desaparecen. No hace mucho los padres de Luisa cuando ésta se acercaba a su casa con sus cuatro hijos pequeños ( dos hombres y dos mujeres), decían: “Aquí llega Luisa con sus cuatro corderinos”…Han pasado menos de una centuria, unas décadas, en los planes de Dios una tarde,  y  aquellos cuatro corderinos(Nicanor, Ovidio, Luisa y Asunción)acompañan a sus padres, Cesáreo y  Luisa, en el cielo.

Asunción también bebió da sabiduría del corazón y pruebas de ello hay muchas en estos cuarenta y cinco años que he tenido el  privilegio de tratarla , pero siempre me quedará grabado su alegría y su dolor. Su mucha alegría cuando César Parajón  hacía un buen partido y su  equipo, el Oviedo,  ganaba. No faltaba a ningún encuentro, acompañada de Avelino, su marido y demás familia. Su mucho y perdurable dolor cuando un aciago 13 de enero de 1980 César  perdía la  vida en un accidente de tráfico en  Marcenado. Su figura triste, inapetente, llorosa le acompañó durante mucho tiempo y sólo el paso de los años mitigó  algo su  dolor, pero César, a poco que hablarás estaba en su boca. Durante mucho tiempo la comparé con la madre del torero Manolete, por su tristeza y persistente dolor. Si es difícil sobrellevar la muerte hijo, más lo es aún cuando estaba a punto de convertirse en mito, y prueba evidente de ello fue su multitudinario entierro.

Como no podía ser de otra manera la muerte de Asunción evoca a César y los amigos de éste, a pesar de las limitaciones impuestas por la pandemia, allí estuvieron para arropar a la familia. ¡Muchas gracias!

Ha pasado casi una centuria y la generación de la Facienda se ha renovado, hay otras personas, entre las que me encuentro y sólo le pido a Dios que sepamos estar a la altura humana y de corazón  de quienes nos precedieron. ¡Descansa en paz, Asunción, que bien merecido lo tienes!

 

                                               José Antonio Noval Cueto.