domingo, 26 de abril de 2015

“Ponga un libro en su vida…”




Desde un lugar de Siero, cuyo nombre todos conocen, Pola, siempre que llega el 23 de abril, y en las aulas y bibliotecas se recuerda la muerte de Don Miguel de Cervantes,  me veo en la obligación de escribir unas letras que puedan compensar el mucho olvido y desprecio que sobre el mismo existe, y eso que son multitud las calles, avenidas, parques, cines, bibliotecas, librerías … que llevan su nombre y a pesar de esto aún son muchos los mortales que desconocen la importancia del tesoro literario y humano de Cervantes, de quien un buen día  Antonio Machado dijo: “Me atrevería a decir que leyendo a Cervantes me parece comprenderlo todo”.

Si el buen Dimas se convirtió en el último momento y acompañó al Señor al cielo, también nosotros, hispanohablantes y demás ciudadanos del mundo aún estamos a tiempo de ennoblecernos y conocernos más e  introducirnos por los campos de la Macha, y descubrir las miserias y grandezas del hombre, contadas por un anciano de azarosa y agitada vida  que, recluido en la inhóspita cárcel de Sevilla- “allí donde toda incomodidad tiene su asiento”- por difamación y calumnia de muchas aves de rapiña de entonces, da rienda suelta a su desbordada imaginación y nos cuenta “la razón de las sinrazones” de su vida, y nos deja su testamento vital, impregnado de realismo, humor, certezas, dudas… y todo narrado con la intención de agradar, de complacer, de crear belleza y de servir de ayuda  en una de las épocas más florecientes de nuestra historia, reinados de  Felipe II y Felipe III, pleno Siglo de Oro,  donde la novela todavía no gozaba del aplauso del público  y después de un largo silencio- llevaba más de veinte años sin publicar- y cuando el esplendor y la miseria iban de la mano.

Miserias y grandezas que nos rodean en la España actual, en la España del ordenador,  del libro digital, de las dentaduras para perros  y donde el respeto a la palabra dada, la honra y la fidelidad han quedado en el olvido y donde vemos al vecino más como competidor que como prójimo, próximo,  y donde la amistad se trueca en mero porcentaje. ¡Qué no diría Cervantes de esta España nuestra! Temo que se viera superado por las circunstancias, pues hasta de la necesidad se ha hecho timo, rifa, fraude y si no que se lo pregunten a las 1.793.600 familias de nuestra querida España ninguno de cuyos miembros trabaja, y tienen que soportar y digerir los arcabuzazos diarios de comisionistas, asesores, logreros y saqueadores del Tesoro público.

Dicen que leer quizás no nos hace más inteligentes, pero sí menos ignorantes, y es a eso a lo que os invito ahora en tiempos difíciles, de mudanza, de incertidumbre, cuando las estanterías están quizás vacías, por ausencia de enciclopedias, y donde en esa aventura de leer no puede faltar ese tomo del Quijote, bien editado, en buen papel, espaciosa letra y oportunos grabados, de modo que facilite su lectura , y esto no es cosecha mía, sino fruto de mis andaduras por las tierras de Siero donde un buen día, hace ya un tiempo ,me encontré a un vecino de Viella que todos los días y desde hace muchos años leía su capítulo diario del Quijote – ya tenía las pastas originales desteñidas– y le venía bien, y  añadiría yo con lápiz en la mano para los subrayados.

Ahora que tanto nos lamentamos de la ausencia de valores y principios su lectura puede amortiguar tal carencia. Si no hace mucho se decía que un libro ayuda a triunfar, lo que no me cabe duda es que ayuda a sentirse bien, como le ocurría a mi amigo paxarru. ¡Ponga un libro en su vida!



                              José Antonio Noval Cueto.

domingo, 12 de abril de 2015

¿Da su permiso, don José Ramón?




Así como vosotros, los lectores, con vuestra generosidad me permitís que os traslade mis alegrías y penas, mis asombros y preocupaciones, mis  certezas y dudas, quien os escribe – a la sazón entonces concejal de Siero  ,a finales de los años 90  y principios del 2.000 - en multitud de ocasiones , ya en horas de oficina o en horario intempestivo, por la tarde, antes y después de las Comisiones Informativas, acudía al Despacho de Secretaría para realizar consultas o resolver dudas, no sin antes picar suavemente y uno sin esperar respuesta, quizás por exceso de confianza, asomaba su cabeza por el umbral de la puerta y decía las protocolarias palabras de :¿Don José Ramón, da su permiso? Y al momento me encontraba una persona que se levantaba sonriente de su sillón, saludaba y  decía:

-         Pase -  y acto seguido, silencioso, condescendiente y en actitud de escucha, esperaba la pregunta o duda que uno le hacía.

Su despacho y alguna de sus sillas estaban llenos de Aranzadis, libros, expedientes y su mesa repleta de escritos, revistas especializadas, periódicos, y en medio de ese desorden ordenado hacía su ímprobo, abnegado y riguroso trabajo don José Ramón Morilla Fernández. Su jornada laboral empezaba a primeras horas de la mañana y acababa avanzada la tarde noche. Aún me parece verle en la antigua sala de actas dictando su escrito a Yolanda o sonriendo por lo bajo ante las ocurrencias del inolvidable Manuel Noval y todo  con la única satisfacción del deber cumplido que no era otro que lograr que el Ayuntamiento de Siero y la Ley fueran de la mano y que nadie pusiera en tela de juicio su honorabilidad y su profesionalidad. Yo y todos los demás compañeros de la Corporación , en aquellos temas más escabrosos y que se prestaban a dispar interpretación, siempre esperábamos el informe del señor secretario. Nos daba la seguridad que necesitábamos.

Dicen que es de bien nacido ser agradecidos y es ésta la intención que impregna mis letras,  aun  sabiendo que estas se quedan pequeñas para glosar y agradecer lo mucho que debemos a ciertas personas, como es el caso que ahora nos ocupa , que con su trabajo, rigor y discreción se ha esforzado para que nuestro concejo reinara la ley, la única que garantiza la verdadera igualdad de oportunidades y ha evitado que ésta se quedará en mero papel mojado o mera palabrería, y todo esto después de soportar, a veces, injustas críticas o  presiones al defender el interés público o general ajustándolo al Derecho, algo que no es fácil y ni sencillo de explicar, pues recordemos que la Justicia es una dama con los ojos tapados o al menos así se la representa... De todo esto que digo   tenemos multitud de testimonios escritos  , llenos de profunda sabiduría jurídica, que se conservan en las estanterías del  Archivo municipal y que llevan la rúbrica de don José Ramón Morilla Fernández,   secretario y notario de este ilustre Ayuntamiento de Siero  -durante casi los últimos treinta años del s.XX y principios del s.XXI – se retiró en el año 2.001-   y con los cuales ha asesorado a los diferentes gobiernos de Siero en tiempos tan cambiantes e imprevistos como las que hemos vivido y aún vivimos. Recordemos que en 1970 el concejo tenía unos  35.000 vecinos, y en la actualidad pasamos de 52.000 . Hoy, a raíz de su fallecimiento el pasado 3 de abril, sólo puedo decir a quien fue máximo responsable jurídico de nuestro Ayuntamiento que MUCHAS GRACIAS, y hago mías aquellas palabras de Don Antonio Machado que dicen “que sólo el necio confunde valor y precio”,  pues sé que no hay precio que pueda compensar sus muchos desvelos y atenciones en favor de Siero y sus gentes.

Podría seguir contando muchas anécdotas que justifican lo que digo ,  pero la humildad y discreción del fallecido me lo impiden, no obstante sí quiero recordar un hecho que quizás pueda ayudar a comprender mejor su enorme talla intelectual y es que un año a la vuelta de sus vacaciones de verano, según me cuenta Juan, trajo traducido al inglés “La Ilíada”, algo que sorprendió a todos y que pone una vez más en evidencia la importancia de la Literatura y sus héroes en la formación y concienciación de las personas, pues don José Ramón, como nuevo Aquiles, revestido de leyes, papel y pluma hizo suyos los ideales del héroe clásico, que no eran otros que honor y gracia, y todo ello en beneficio de los vecinos del concejo.

Deseo que trayectorias tan ejemplares como la suya tengan el agradecimiento que se merecen. ¡Descanse en paz!
               

                                            José Antonio Noval Cueto