Los parones tecnológicos a quienes más perjudican son a las
personas analógicas como yo- el ordenador no me iba bien-, las de la vieja
escuela, las de leer, pensar y si la inspiración viene, escribir…No hace mucho en
una conversación con un antiguo alumno experto en informática le decía que
ellos difundían y divulgaban con rapidez los mensajes, pero tenían una
limitación importante, que carecían de contenidos para elaborarlos, y todo se
debe a las prisas excesivas y al abandono de las Humanidades- por cuestionar se cuestiona hasta el necesario
estudio de la Filosofía, cuando son las ideas las que mueven y cambian el
mundo, sociedades y personas- y viene todo esto a raíz de una foto colgada
en la red por mi amigo Fidencio, integrante del grupo “Nun yes de Lugones”. En ella aparecía
un grupo de personas adultas, de diferentes profesiones, todos hombres,
concretamente diecisiete incluido el fotógrafo y la mayoría criados y vecinos del
Cruce Nuevo de Lugones, hoy, intersección de la Avenida de Oviedo y Gijón. Fue
una cena, en el Bar Madrid, allá por 1998, y como plato fuerte unos exquisitos
callos. Teníamos más hambre de palabras que de alimentos. No estaban todos los
que tenían que ser, faltaban algunos, la mayoría por desconocimiento o por
motivos de trabajo, ni todos los que estaban vivieron en el Cruce Nuevo, pero todos jugábamos y convivíamos
en el Cruce Nuevo, en otro tiempo lugar
neurálgico de la juventud lugonense, pues allí se ubicaba el Hogar de la OJE,
donde se jugaba al ajedrez, damas , cartas(tute, brisca y subastau ) y
reiteradamente al ping-pong alcanzando niveles de asombro. En tiempos más
lejanos incluso hubo equipo de fútbol. No teníamos futbolín y para jugar íbamos
al bar Roza, en el Cruce Viejo , hoy Avenida de Oviedo.
Hay fotos- de ésta han pasado ya casi veintidós años- que obligan y más al verla navegar libremente en la red, fenómeno para mí asombroso, pero
aún así creo que esta imagen necesita de unas palabras que la precisen y a ello
me dispongo, y es que con el paso del tiempo las fotos amarillean, se cargan de
contenido, de tristeza, de melancolía. Así
uno comprueba que ya no estamos todos, que faltan tres, concretamente el
fotógrafo, Juan Jesús Izquierdo, su hermano Ángel y Miguel el de Anfer,
Miguelito, el “nietu del Filipino.
Creo que el título lo aclara todo. En esa cena se trataba de
evocar una infancia ,valorarla, agradecerla y reivindicarla, pues en aquel
entorno habíamos compartido alegrías y penas, ilusiones y fracasos que también
ayudaron a cimentar nuestra manera de
ser, nuestra personalidad. Pasado ya cierto tiempo- algunos llevábamos sin
vernos más de veinte años- el fiel de la balanza da positivo, de ahí la
celebración y reencuentro, el compartir y revivir vivencias y recuerdos a
corazón abierto. Nuestras familias nos habían educado con esfuerzo, renuncia y ejemplo.
Sus prioridades y objetivos se centraban en: techo, comida y ropa, y si se
terciaba y el chaval apuntaba maneras, estudio. Nos educábamos entre nosotros y celebrábamos y
lamentábamos todo. Nada nos era indiferente. Todo ello ha conformado lo que se
puede denominar la “quinta del Cruce Nuevo”, que educada en el tuyo es mío y el
mío tuyo, y en los juegos colectivos (la zapatilla, el pañuelo, tres ladrones a
la mar, pio campo, escondite, pelota, banzones…) aúna dos características
importantes : el afán de superación, según las metas que uno se marque, y el espíritu
solidario, de ayuda, de apoyo a quien lo necesitaba.
En aquel pequeño comedor, el de siempre, el de las grande
partidas de “subastau”, a base del “te acuerdas” y demás aventuras, se recreo
el Lugones fabril de los 60 y 70, del magnetófono, de radiocasete, de los autobuses Traval, con conductor y cobrador, que daban la vuelta
y aparcaban en pleno cruce ,en un amplio sobrante de camino, de las veces que
uno se colgaba de los parachoques traseros cuando éstos giraban, del Hispano
-Suiza de Higinio, de la “Lila”, la perra de caza de Jesús, el del garaje, de
las lecheras que venían de Fonciello o Pruvia para llevar la leche a Oviedo, de
las chocolatinas de la Cibeles y los cromos de Pinín, de las canciones del
momento como aquella de “Cuando llegue septiembre todo será maravilloso”,“Ay
Campanera”, de Joselito y Marisol, de los cines Nora y Avenida, de don Jesús,
el párroco, del taller de Carril o de los saltos que dábamos desde la cuadra de
Cesáreo a la huerta de Crisanto, cual si fuéramos expertos paracaidistas , de
las clases espontáneas de oído de guitarra, del dúo Cevi, de los festivales
folclóricos del Carbayu, de las escenas asturianas de Telvino, de las carreras de bicicletas y la familia Cima, de
los Gigantes y Cabezudos…y del asombro que todos sentimos cuando alguien nos
enseñó la fórmula de convertir una guitarra tradicional en eléctrica, mediante
el encaje de una pastilla…Eran los tiempos en que las clases de estrategia para
el combate entre bandas rivales se impartían junto al letrero de Lambreta, en
lo que hoy sería prolongación de Antonio Machado, sita en cercanías del antiguo
cementerio, y como un día, reunidos, sentados en redondo, apareció Pacheco con
su pala de dientes o triente para echarnos…Eran los tiempos de casa bajas y
pequeñas o edificios de baja densidad, máximo tres alturas, sin ascensor y el
pasamanos lo usábamos para deslizarnos con más rapidez de piso en piso, de
descansillo en descansillo, y en las carboneras que estaban al fondo del portal
y debajo de la escalera se guardaban y echaban los primeros pitillos…
Era un Lugones a otra velocidad, más tranquilo, con pocas
sorpresas y con el cuartel de la Guardia Civil en el centro como baluarte o
defensa. Delante siempre el guardia de puertas pendiente de cualquier novedad,
y detrás, cuadras y huertas, y en el verano, junto a la columna de alta
tensión, grandes partidos de fútbol…
La noche iba pasando, se hacía tarde, y los recuerdos se
hilaban unos a otros, que si musgo que cogíamos para poner el Nacimiento de la
tienda de Nedina, que si reventamos una víbora e hicimos fumar a un sapo, que
si convertíamos las puntas en espadas afiladas al ponerlas en la vía del tren,
que si Doña Luisa y Don José, Don Víctor... o las aventuras de Guevu, como
Sacristán…que la bici de corredor de Pocholo…¡Qué bonita, aunque me parece
estar viéndola! Era de un color burdeos suave, metalizado...
Nos educamos unos a otros y así salimos. Fruto de ello son
estas letras de recuerdo y testimonio, con la vana pretensión que este escrito
permanezca, perdure, ya que todos nosotros tenemos casi menos caducidad que una
mosca, y más ahora que los virus nos han declarado la guerra. Ya para concluir y por si no ha quedado
suficientemente claro, declaró, con orgullo y agradecido, que pertenezco a la
quinta del Cruce Nuevo de Lugones. ¡Muchas gracias!