Son
las 16:45 horas del sábado, 26 de Enero de 2.003. Me dirijo hacía la Iglesia de Santo Tomás de
Feleches para asistir a una misa aniversario en recuerdo de Maria Carmen, que
se celebra a las 17.30 horas, aún queda tiempo para efectuar una visita al
Cementerio, que se encuentra enfrente del templo. Hacía las 17:00 cuando íba al
oficio religioso me encontré con un indigente, los conocidos como “sin-techo”.
Olfatea que va a celebrarse un funeral o quizás haya leído la esquela que está
puesta en un tablón y su intención, supongo, es recaudar fondos para pasar la
noche, pero estaba visto que no quería pasar desapercibido, pues en cuanto nos
atisbo -a otros dos vecinos y a mi-, empezó a hablar, en tono alto, recio y con
un discurso ilógico, pero sin perder la compostura y examinándonos con su
mirada.
“-
¡Qué puntuales son ustedes! ¿En estos pueblos la gente acude a misa? ¿Por quién
van a pedir? ¿Quizás por los corruptos? ¿Quizás por el clero? ¿Por los parados
o por que la Pantoja que ahora quiere
meterse a monja, sea buena religiosa ?.”
El
mendigo, delgado, de estatura media, barba recortada, de rostro enjuto y alargado, pelo corto, tez de un moreno suave, ojos
negros y mirada fija, iba bien equipado,- su chubasquero, su pequeña mochila, pantalón
de chándal, playeros blancos en buen estado- , y continuaba con su perorata en
demanda de respuesta, mientras que los presentes, tres personas, escuchábamos
su discurso, sin darle crédito y con una postura de respeto, de cumplir las
apariencias, en previsión de evitar males mayores y que no tuviera pretexto
para excitarse u ofenderse, hasta que
uno, forzado por las circunstancias, ante el silencio que seguía a las palabras ágiles y rápidas que soltaba el menesteroso,
formuló una pregunta de protocolo, por decir que escuchaba su disertación, su
plática.
-¿De
dónde eres?¿Dónde vive?- le preguntó.
- Yo
de ninguna parte. Vivo en la calle, llevó veinticinco años viviendo en la
calle. El mundo es una jungla, siempre sobrevive el más fuerte, de ahí que yo
siempre tengo a mano algún madero, algún palo para defenderme de quien quiera
atacarme, ofenderme, y si la cosa se complica echo mano de mi navaja –
recientemente me he hecho con una espléndida navaja de Albacete, de más de
cuatros dedos de filo y con unas cachas de mármol preciosas- . Yo siempre tuve la astucia de pegar primero,
de eliminar al que quiere atacarme, pues como decían cuando me expulsaron del
Colegio "Rogelio es un niño muy agudo, siempre se sale con la suya", y eso que
apenas practiqué ningún deporte. Si he vivido en la cárcel e incluso en el
penal o celda de castigo de la prisión donde estuve, como no voy a vivir en la
calle. Aquí me dan comida, allí ropa, y después al pedir siempre me cae algo en
la mano.
-
¿No debe ser
agradable estar en la cárcel? Volvieron a preguntarle.
En
la vida hay que pegar primero, hay que adelantarse, así que yo me envainé a
aquel sinvergüenza que me perseguía, que no me dejaba en paz, que quería
hacerme la vida imposible. Total cuatro años en rejas, alimento y vestuario
gratis, después reducción de pena por drogadicción, paro y a la calle, y
nuevamente a reconducir mi vida, a buscar mi sustento, y aquí me tenéis, estoy
bien curtido, sé lo que puede esperarse del hombre, de la mujer. Mi único
proyecto es el presente, dónde cenaré y dormiré hoy, quién me dará de comer mañana, y a pensar
sólo en mi pellejo…
La
vida y, más aún, la cárcel te enseña a no pensar en nadie. Yo no tengo
compasión por nadie, tampoco nadie la tuvo antes por mí. Yo no lloró por nadie,
pase lo que pase, ocurra lo que ocurra. En mi vida sólo he llorado una vez, una
vez nada más, y me basta.
Este
tipo de discurso, de imprecación desesperada e ilógica, según avanza el diálogo,
genera la típica curiosidad, ese apetito de saber muy propio de los humanos. Y
así zumba en la cabeza de los vecinos presentes plantearse por quién lloraría este
pordiosero, por quién vertería lágrimas con sabor a vinagre, a sal, a miseria.
Todos intuíamos una respuesta, es más la deseábamos, pero queríamos
cerciorarnos si lo que pensábamos nosotros coincidía con lo que dijese el
indigente, que volvía a repetir insistentemente la misma frase, quizás con la intención de
concitar más expectación en torno a su persona: “En mi vida sólo he llorado una
vez, una vez sólo y me basta”…
Después
de una curiosa espera, sale tímidamente la pregunta que todos nos hacíamos y
que no pronunciábamos.
-
¿Por quién has
llorado una sola vez? ¿Quién era esa persona?
La
respuesta salió lenta, suave, cariñosa, como si las palabras frotasen los
labios del mendigo, como si aún saborearse la ternura que en su día recibió.
-
Por mi madre.¡Qué
bien se portó conmigo! ¡Cuánto hizo por mi! ¡Siempre la tuve a mi lado! Nunca
me falló…
Oída
la esperada y deseada respuesta, los pocos vecinos que tímidamente habíamos
iniciado la conversión, con el pretexto de llegar un coche con varias mujeres,
alguna de ellas monjas, nos despedimos y dijimos :
-Hasta
luego- , y nos metimos en la
Iglesia a la espera del sacerdote que celebrase la misa.
No
tardo el cura en entrar en la
Iglesia , acompañado de su sacristán, y apenas pasó a la Sacristía para vestirse , vemos nuevamente que Rogelio cruza la nave central y se
dirige hacia la dependencia, suponemos que en busca de la clemencia y ayuda del
buen párroco.
Con
razón se dice que “madre no hay más que una”. Mi padre siempre me ha dicho que
tenemos dos orejas para escuchar, y que de las personas que menos esperemos,
nos pueden llegar ideas y sugerencias interesantes, como la que ayer nos hizo,
un indigente de nombre Rogelio. Y pensar que aún hay mujeres que anteponen su
trayectoria profesional a la impagable y gratificante tarea de ser madre. No
tardarán en arrepentirse y en darse cuenta de su error, si hasta la mismísima
Shakira, la del “waka-waka”, recientemente ha dado a luz un hermoso niño de
nombre Mill
an.