En la muerte de Ovidio Moro Estrada.
Publicado "La Nueva España" 13 de mayo de 2.014
Cuando acepté la responsabilidad de
comunicarme periódicamente con vosotros sabía que asumía una gran
obligación y lo hacía convencido del poder que tiene la palabra y con la
pretensión de convertir todo en palabra, ya que la palabra trasciende,
queda, perdura, mientras los sucesos, los hechos y las personas pasan, pero
también sabía que algún día las palabras se mezclarían con lágrimas, con dolor
y hoy es uno de esos días, donde me cuesta escribir estas líneas, pues como
diría el poeta “por doler me duele hasta el aliento” y todo se debe al
fallecimiento de Ovidio Moro Estrada el pasado 6 de mayo , calificado por la
prensa como “el constructor discreto”, uno de los empresarios de más relieve
que ha dado el Concejo de Siero. Ovidio siempre ha rechazado las vanaglorias y
si algún amigo o vecino proponía que alguna calle llevara su nombre o que se
concediera la Medalla de Oro del Concejo de Siero ,
agradecido de la propuesta, declinaba la petición, pues no se consideraba
merecedor de tal galardón y no quería levantar la mínima controversia en torno
a su persona. De ahí que yo pretenda con estas letras rendirle uno sencillo
homenaje, de los muchos que durante esta semana le han dedicado todas aquellas
personas que testimoniaron con su presencia el afecto y consideración que
le tenían y no me está siendo fácil, pues según voy hilando las palabras éstas
se convierten en lágrimas, en recuerdos de personas que han sido claves en mi
vida y también en la suya, así Luisa la mayor, la matriarca de la Facienda , su madre, siempre pendiente de cocinar
“aquelles fabes de mayo”, que tanto le gustaban a su hijo, o sus míticas,
sencillas y exquisitas “patates con hoja de laurel”; Luisa, su hermana, mi
suegra, la entrega y bondad personificada o Joaquín, mi suegro, bueno donde los
haya, con sus partidas de tute, juego donde Ovidio gastaba su tiempo libre,
pero quizás por falta de tiempo nunca igualó la pericia de su tío
Bernaldo, el juglar de Traspando, pues siempre se le escapaba un triunfo, se
olvida de cuantas llevaba o bien no venían cartas.
“Temprano levantó la muerte el vuelo” para
una persona que a pesar de sus 86 años, muy vividos y muy trabajados, estaba
lleno de actividad, de proyectos, de ilusión, siempre estaba abierto a toda
iniciativa que tuviera el mínimo rigor. Recuerdo que hasta una vez nos insinuó
la posibilidad de embotellar el agua de la fuente de La Facienda , que vierte un agua de exquisita calidad
y muy gratificante en los veranos de hierba. Su mundo fue la paleta, la llana,
el cemento, la vivienda y a ello dedicó más de 70 años, desde que empezara de
“pinche” a los 12 años con sus tíos Secundino y Rufo, hasta que después
construyó “ a endeches”, en horas libres ,su primera casa unifamiliar, de las
de antes, de esas de poca altura y poca capacidad, o su primer bloque de
viviendas en la Pola de los 60. Ovidio siempre reconocía
que Dios le había dado el privilegio de trabajar en aquello que le gustaba. El
pasado setiembre, con motivo de su cumpleaños, sus hijos le regalaron un libro
fotográfico que contiene la mayoría de las casas y edificios construidos por
él, así la mítica Academia del Frailín de Tuilla. ¡Fue el mejor regalo que
pudieron darle! Ese día se sintió un poco vanidoso al comprobar que no eran
pocas , sólo en la Pola más de 2.500 viviendas. Ahora sus
hijos tienen que completar el libro y continuarlo.
Serían pobres estas palabras si sólo me
basara en la labor constructiva de Ovidio , era y fue mucho más. Ahora que
tanto se habla de Cursos de Emprendedores, de Escuelas de Negocios, Ovidio nos
recordó que son posibles el negocio y la persona, que todos necesitamos de
todos y que el mejor patrimonio de una empresa son sus empleados, sus
operarios. Muchos de ellos, por no decir todos, han acompañado a su
familia durante estas dolorosas fechas y han dejado testimonios que solo
recordarlos producen lágrimas:” Casi siempre que llamaba la atención, tenía
razón, nunca era rencoroso, al momento no pasaba nada y si algún día se
equivocaba, lo reconocía…Siempre daba ejemplo, era el primero en llegar a la
obra y el último en marchar, estaba siempre a pie de obra y donde había que
resolver los problemas más difíciles, así recordemos las dificultades con la
cimentación con micropilotaje en La Torre , edifico emblema de
Pola de Siero , que convirtió a la entrada este de la localidad en un nuevo Berlín, según algunos expertos.
Era un empresario de los que se arremangan la camisa, pero eso no le impedía
pisar moqueta y con su sentido común estar a la altura . “Cuando me enteré de
la muerte del jefe, me dio un respingu, una inquietud” decía uno de sus
obreros. “Era único, un monstruo, no hay otro igual”, comentaba otro. Un
empresario amigo me dijo “Se ha marchado un gran luchador”. Hombres así son los
que necesita Asturias. Sus últimos días los pasó en el Hospital Monte Naranco,
donde la palabra gracias no dejaba de salir de su boca, para agradecer las
atenciones y cuidados que recibía tanto del equipo de médicos, enfermeras y
personal auxiliar, como de la capellanía del Hospital.
Querido Ovidio la Facienda está
triste, se mastica la pena, se palpa el dolor, mientras en el armario la
guinda mira y el chocolate espera, pero todo habla de ti, de vosotros y en una
de sus paredes aún se puede leer: “CHARO: GRACIAS, TE QUIERO… recuerda que aún
tenemos que hablar de muchas cosas, compañera del alma, compañera”. Dentro de
este dolor que nos embriaga, que nos atenaza, estamos muy orgullosos de ti,
satisfechos, pues una vida como la tuya es un buen ejemplo donde pueden mirarse
las generaciones venideras, ya que siempre es útil recordar que la única y
principal fuente de progreso, de bienestar, es el trabajo, el esfuerzo, la
constancia. ¡Descanse en paz un hombre de palabra!
José Antonio Noval Cueto.
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