Quienes me
conocen saben que el 13 de mayo no me deja indiferente y desde que me levanto,
observó y vivo el día desde una óptica distinta, como si yo impartiera órdenes
y la propia naturaleza me obedeciera, como si caminara de manera diferente,
como si todo estuviera a mis pies, y todo por la sencilla razón de que un día
como hoy, a primeras horas de la tarde, nací en el Hospital de la Cruz Roja de
Oviedo, y mi madre siempre que me hablaba de este tema recordaba que el ginecólogo,
de quien quedó muy agradecida, también se apellidaba como ella, Cueto. Sé que
me dijo el nombre, pero se me ha olvidado, y que con uno de sus hijos coincidí
cuando estudiaba Bachiller superior en el Instituto de Lugones. Eran los tiempos de las matronas y partos en
casa, y mi madre fue de las pioneras en tenerlo en hospital o clínica, alentada
por esposa belga del director de Solvay de entonces.
Desde aquel
13 de mayo de 1954 hasta la actualidad han cambiado mucho las cosas, televisión
incluida, más ruido, más prisas, más polución, más egoísmo, más comodidad, más
sálvese quien pueda e incluso más suicidios, pero menos amor, menos felicidad, menos hijos, menos familia y eso
que aun siguiendo siendo la institución social más valorada y apreciada, y es
que sin amor no somos nada, y bien se encargan de recordárnoslo todos los años
la Virgen de Fátima y sus tres divinos y humanos pastores: Francisco, Jacinta,
Lucia. Ayer, yo me consideré un afortunado a quien desde las primeras horas del
día , e incluso apenas iniciado, recibí mensajes, whastsApps, llamadas de teléfono
que hicieron que mi temperatura emocional subiera: se acuerdan de uno, y eso
siempre estimula y se agradece en un día tan singular, y ese “gracias
a la Vida que me ha dado tanto” que resuena diariamente en mi cabeza, se hace más intenso y evidente, un día como
hoy, 13 de mayo, día que nací.
Ayer,
después de más de sesenta días de confinamiento cogí el coche por primera vez y me dirigí a la
ITV de Pruvia , localidad siempre vinculada a mi vida (mi hermana Esperanza se casó allí y en el Colegio Los Robles de la localidad trabaje durante treinta y siete años) ,después visité a mi sobrino Alberto , que vive allí solo, y al
llegar también estaba Yeyo, su cuñado,
el marido de mi sobrina Yoli. Primero las felicitaciones de rigor, cómo
estábamos y agradable conversación sobre diferentes temas, problemas,
inquietudes, proyectos y futuro, manteniendo siempre la distancia prudencial
aconsejada y en un entorno privilegiado ya que la finca de entrada a la casa es una alfombra verde de peinada y cuidado que estaba. Hacia
las 13 horas me dirigí al cementerio de
Lugones, donde me esperaban mis padres y hermanos para darme las felicidades y
de paso, depositarles flores (me gusta el blanco de las margaritas con paniculata blanca ) , ponerles al día de lo pasa y me pasa
y rezar por ellos. Hacia las 14:30 ya
estaba en casa donde me esperaban Beli, mi mujer, y Pablo, uno de mis hijos.
La vigencia
de la primera fase de la “desescalada” permitió que todos nos reuniéramos en
casa para celebrar mi cumpleaños con una cena casera, donde Pablo , conocedor
de las posibilidades del horno, colmó
las ansias de todos. Éramos seis , con
mi hija Beatriz, su marido Álvaro y mi nieto, también de nombre Álvaro. Hicimos
las fotos que inmortalizan la ocasión y antes de empezar a cenar visionamos y
escuchamos un precioso vìdeo enviado por un gran amigo donde un joven cantante
mejicano, Fabby Martínez, un niño, canta
al son de rancheras, la hermosa canción de “La Virgen de Fátima” que empieza
con las conocidas letras “El 13 de mayo
la Virgen María bajó de los cielos a Cova da Iria ….” . Cena tranquila, feliz, plácida, con anécdotas, recuerdos, sonrisas,
fotos , proyectos , noticias…hasta que llegó el momento fuerte, álgido de la
misma, apagar las velas de la tarta,- que reducidas a dos números, dos seises,
colocados sobre las letras amerengadas y achocolatadas que decían: “Felicidades
PAPA”- , que apague no sin dificultad y con el apoyo de mi nieto y demás
presentes, y como broche la siempre digestiva y deliciosa sidra del Gaiteru..
Concluí la cena pidiendo al amo de la Viña, a nuestro Padre, que uno
pueda cumplir muchos años acompañado de tan selecta comitiva : mi familia, mi tesoro del alma, mi principal patrimonio.
Ya os dije que el 13 de mayo siempre me obliga
a decir unas letras. No puedo permanecer impasible, como si nada ocurriera,
pues no es verdad. Una vez más he celebrado mi cumpleaños arropado por la
Virgen de Fátima y por las muchas muestras de afecto que he recibido a lo largo
de la jornada, que hacen que mis palabras sean insuficientes para expresar mi
GRATITUD a Dios Padre, por la vida y los
muchos favores concedidos, a la Virgen de Fátima que vela por cada uno de nosotros, a toda mi familia y a las muchas personas que me han dedicado un
tiempo de su valiosa y ajetreada vida para acordarse de mí y felicitarme.
Y ahora ya
para concluir este escrito , dentro del
más exquisito respeto a las vivencias y creencias de todos, permitidme que
comparta con vosotros una certeza que me
acompaña y fortalece y es saberme Hijo de Dios , a pesar de mis fragilidades y
miserias, que son muchas, y es que sólo El tiene palabras de Vida eterna, que
son las que yo busco. Nosotros somos
poquita cosa , algo que se evidencia más ahora que un virus invisible nos fumiga como moscas del
verano. Os debía esta confesión y es que
a ciertas edades ya no valen prejuicios, sino certezas, pues como repite con
acierto nuestro obispo don Jesús, “Somos lo que somos ante Dios”.
Una vez más
la Virgen de Fátima me ha obligado a escribir estas palabras y me manda que os recuerde lo que en una de sus apariciones ya dijo a Francisco, Jacinta y Lucia: “¡Que no se
ofenda más a Dios! ¡Que recen el Rosario! ¡Que hagan sacrificios por los
pecadores!....”
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