No descubro nada nuevo si digo que hemos tenido un verano
atípico, extraño, sin fiestas ni romerías, y con el turismo nacional y
provincial como principales clientes, y es que el virus nos ha hecho pisar la
realidad y reconocer que no hay necesidad de cruzar el Atlántico ni atravesar
media España en busca de otras tierras,
personas y aventuras, cuando no conocemos ni nuestro propio concejo ni
nuestra comunidad autónoma, y afortunadamente ese ha sido el objetivo dominante
de muchos de nosotros: viajes cortos y de pocos días, y así hemos visto que en
muchas zonas de Asturias, especialmente los concejos orientales, exhibían el
cartel de: OCUPADO/ TODO LLENO , y favorecido , además, por el buen tiempo que
hemos tenido.
Quien más, quien menos, hemos hecho algún viaje corto durante
el estío, y después de apreciar y reconocer las maravillas que atesora nuestra
región confesar nuestra ignorancia y lamento. No descubro nada nuevo si digo
que los más nos movemos por Asturias al hilo de nuestras obligaciones familiares
y profesionales, y que el radio de peregrinaje dominante es la Asturias
central, pocas veces vamos a las alas, y dentro que esto es así, los de Siero y
alrededores viajamos más al Oriente que al Occidente, salvo contadas
excepciones, y es que Covadonga y Picos de Europa ya de por sí nos movilizan.
Este verano en el viaje creo que ha primado el componente
aventura, pues ya el mero hecho de hacerlo lo era , pues sobre todos planeaba
el temor al virus, que da cuenta de sí cuando menos se espera y si no que se lo
preguntes a los vecinos de Poo, en Cabrales.
Y en ese componente aventura es imprescindible el factor humano, sin el
cual viaje se reduce a una cansina
sucesión de kilómetros.
Tal me ha ocurrido a mí, un miércoles de últimos del mes de
agosto cuando me encamino a Berodia, localidad situada unos tres kilómetros
antes de Carreña, en busca del exquisito queso “caxigón” que elabora una quesería
de la localidad. Un día de sol espléndido me acompaña mientras subo la acusada pendiente de su estrecha y asfaltada carretera que pone a prueba las pericias del más experto conductor. El pueblo, encajado
en la montaña, es como si fueran dos quintanas paralelas, distantes entre ambas
unos doscientos metros. En una antojana de la primera aparcó y nada
más hacerlo me encuentro con un educado y solicito vecino que me facilita la
información que necesito, que no es otra que saber donde está la quesería de
Eugenia y que se ubica en la que yo llamo segunda quintana. Subo la empinada
calle y me doy de frente con la quesería y con su dueña a la entrada. Después
de las presentaciones se entabla una amena conversación donde se hablan de
multitud de temas, aunque, como es de esperar, el dominante el queso, su
elaboración, sus problemas (escasez de leche, distribución del producto y
preocupación por la elaboración de un producto de calidad- que según Eugenia es
la condición imprescindible para mantener y potenciar el sector-.
El día es de video, de los de “paraíso natural”, con una
naturaleza en calma, bonachona, acogedora, divina, mientras el sol hace de la
suyas, dejando caer sus rayos contras las peñas y difundiéndolos por todo el
entorno. Parece como si sol y aire se hubieran puesto de acuerdo para hacer
agradable la velada y facilitar la estancia, lo que no siempre ocurre, pues
también la naturaleza se enfada en algunas épocas del año y seguro que complica
la vida de sus moradores. Mientras hablamos Eugenia tiene tiempo para saludar a
los huéspedes de una de sus casas rurales e informales de las rutas que pueden
hacer en un día tan espléndido como hoy. Metidos nuevamente conversación, relata su época de estudios
fuera y las posibilidades que se le ofrecieron al acabar los mismos, pero su
vocación, lo que le hacía y hace feliz es elaborar queso, buen queso, de ese
que encanta a los más exquisitos paladares. Regresa a su pueblo y
decide continuar la labor iniciada por su padre, acreditado quesero y frecuente
en los mercados semanales de Cangas, de quien nos habla con una admiración y
cariño y a quien sigue en su código de conducta donde honestidad y calidad van
de la mano.
No es frecuente encontrarse con personas de esta altura humana
y estas letras no reflejan con mucho lo oído y escuchado durante esa breve estancia
en Berodia, pero ha sido lo suficiente para reconocer que la vocación existe y
las personas que la siguen, a pesar de todos los esfuerzos, cargas y renuncias que
la misma exige, disfrutan, vibran , viven cuando hablan de ella, en su caso el
queso y sus posibilidades. Como recetario quede esta indicación que puede ser
útil a todos los amantes del cabrales y es que para cortarlo bien y que no se
desgaje se necesita buen cuchillo y buenas manos.
Pocos días después, de viernes, delante de la Iglesia de las
Clarisas de Villaviciosa, dos señoras de edad, mientras esperaban la misa, estaban asombradas de la cantidad de personas que
pululaban por aquellas calles, y una dijo a otra: “Yo, María, no sé por qué la gente tiene necesidad de
moverse tanto…” Pregunta que seguro tiene muchas respuestas, tantas casi como
personas, pero que yo después de lo
escrito me atrevo a contestar y decirle a esa señora malayesa que uno se suele
mover por curiosidad, por conocer otras realidades- mejores y peores que la
nuestra-, por asombro y especialmente por enriquecimiento humano, como me ha
pasado a mí en Berodia, y es que el factor humano es esencial y primordial en
todo y también en el mundo del viaje.
José Antonio Noval Cueto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario