jueves, 10 de septiembre de 2020

“Yo no sé por qué la gente tiene tanta necesidad de ‘moverse’…”


No descubro nada nuevo si digo que hemos tenido un verano atípico, extraño, sin fiestas ni romerías, y con el turismo nacional y provincial como principales clientes, y es que el virus nos ha hecho pisar la realidad y reconocer que no hay necesidad de cruzar el Atlántico ni atravesar media España en busca de otras tierras,  personas y aventuras, cuando no conocemos ni nuestro propio concejo ni nuestra comunidad autónoma, y afortunadamente ese ha sido el objetivo dominante de muchos de nosotros: viajes cortos y de pocos días, y así hemos visto que en muchas zonas de Asturias, especialmente los concejos orientales, exhibían el cartel de: OCUPADO/ TODO LLENO , y favorecido , además, por el buen tiempo que hemos tenido.

Quien más, quien menos, hemos hecho algún viaje corto durante el estío, y después de apreciar y reconocer las maravillas que atesora nuestra región confesar nuestra ignorancia y lamento. No descubro nada nuevo si digo que los más nos movemos por Asturias al hilo de nuestras obligaciones familiares y profesionales, y que el radio de peregrinaje dominante es la Asturias central, pocas veces vamos a las alas, y dentro que esto es así, los de Siero y alrededores viajamos más al Oriente que al Occidente, salvo contadas excepciones, y es que Covadonga y Picos de Europa ya de por sí nos movilizan.

Este verano en el viaje creo que ha primado el componente aventura, pues ya el mero hecho de hacerlo lo era , pues sobre todos planeaba el temor al virus, que da cuenta de sí cuando menos se espera y si no que se lo preguntes a los vecinos de Poo, en Cabrales.  Y en ese componente aventura es imprescindible el factor humano, sin el cual viaje se reduce a una cansina  sucesión de kilómetros.

Tal me ha ocurrido a mí, un miércoles de últimos del mes de agosto cuando me encamino a Berodia, localidad situada unos tres kilómetros antes de Carreña, en busca del exquisito queso “caxigón” que elabora una quesería de la localidad. Un día de sol espléndido me acompaña mientras subo la acusada pendiente de su estrecha y asfaltada carretera que pone a prueba las pericias del más experto conductor. El pueblo, encajado en la montaña, es como si fueran dos quintanas paralelas, distantes entre ambas unos doscientos metros. En una antojana de la primera aparcó y nada más hacerlo me encuentro con un educado y solicito vecino que me facilita la información que necesito, que no es otra que saber donde está la quesería de Eugenia y que se ubica en la que yo llamo segunda quintana. Subo la empinada calle y me doy de frente con la quesería y con su dueña a la entrada. Después de las presentaciones se entabla una amena conversación donde se hablan de multitud de temas, aunque, como es de esperar, el dominante el queso, su elaboración, sus problemas (escasez de leche, distribución del producto y preocupación por la elaboración de un producto de calidad- que según Eugenia es la condición imprescindible para mantener y potenciar el sector-.

El día es de video, de los de “paraíso natural”, con una naturaleza en calma, bonachona, acogedora, divina, mientras el sol hace de la suyas, dejando caer sus rayos contras las peñas y difundiéndolos por todo el entorno. Parece como si sol y aire se hubieran puesto de acuerdo para hacer agradable la velada y facilitar la estancia, lo que no siempre ocurre, pues también la naturaleza se enfada en algunas épocas del año y seguro que complica la vida de sus moradores. Mientras hablamos Eugenia tiene tiempo para saludar a los huéspedes de una de sus casas rurales e informales de las rutas que pueden hacer en un día tan espléndido como hoy. Metidos nuevamente  conversación, relata su época de estudios fuera y las posibilidades que se le ofrecieron al acabar los mismos, pero su vocación, lo que le hacía y hace feliz es elaborar queso, buen queso, de ese que encanta a los más exquisitos paladares. Regresa a su pueblo   y decide continuar la labor iniciada por su padre, acreditado quesero y frecuente en los mercados semanales de Cangas, de quien nos habla con una admiración y cariño y a quien sigue en su código de conducta donde honestidad y calidad van de la mano.

No es frecuente encontrarse con personas de esta altura humana y estas letras no reflejan con mucho lo oído y escuchado durante esa breve estancia en Berodia, pero ha sido lo suficiente para reconocer que la vocación existe y las personas que la siguen, a pesar de todos los esfuerzos, cargas y renuncias que la misma exige, disfrutan, vibran , viven cuando hablan de ella, en su caso el queso y sus posibilidades. Como recetario quede esta indicación que puede ser útil a todos los amantes del cabrales y es que para cortarlo bien y que no se desgaje se necesita buen cuchillo y buenas manos.

Pocos días después, de viernes, delante de la Iglesia de las Clarisas de Villaviciosa, dos señoras de edad, mientras esperaban la misa,  estaban asombradas de la cantidad de personas que pululaban por aquellas calles, y una dijo a otra: “Yo, María, no  sé por qué la gente tiene necesidad de moverse tanto…” Pregunta que seguro tiene muchas respuestas, tantas casi como personas, pero  que yo después de lo escrito me atrevo a contestar y decirle a esa señora malayesa que uno se suele mover por curiosidad, por conocer otras realidades- mejores y peores que la nuestra-, por asombro y especialmente por enriquecimiento humano, como me ha pasado a mí en Berodia, y es que el factor humano es esencial y primordial en todo y también en el mundo del viaje.

 

                   José Antonio Noval Cueto.




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