sábado, 8 de noviembre de 2014

“Una bocanada de aire fresco”


Después de tanta desolación y tristeza como domina en la vida española  y en pleno auge de las tarjetas opacas de Caja Madrid, el pasado 24 de octubre, cuando Asturias era el foco del mundo con motivo de la entrega de los Premios Príncipe de Asturias, en su edición número XXXIV, una bocanada de aire fresco ,transformada en palabra, en discurso, llegó a nuestros televisores desde el legendario Teatro Campoamor, convertida  en confesión, recuerdo, aviso, deseo, valoración o proyecto y nos invitaba a creer y construir un mundo mejor, más humano, más solidario. Así su majestad Felipe VI, en un impecable discurso lleno de sentimiento y razón,   nos dijo que “una sociedad necesita referencias morales, principios éticos, valores cívicos,”, nos pidió que “mirásemos a nuestra historia con serenidad, objetividad y sabiduría”, y nos recordó “que afortunadamente los españoles ya no somos rivales los unos de los otros”, algo- añado yo- que últimamente algunos quieren alterar, cambiar. Ahora que casi todo es química, un químico-investigador como el galardonado Don Avelino Corma nos manifiesta  que “el objetivo de la Universidad no es sólo solamente formar buenos técnicos preparados para triunfar en el campo profesional. Lo que deseamos y pretendemos es que nuestros jóvenes alcancen una formación integral como seres humanos y conscientes de su responsabilidad social. Personas convencidas de que el fin último es conseguir una sociedad más justa y de que hemos heredado nuestro planeta como un préstamo que debemos transmitir a las futuras generaciones en las mejores condiciones”. Después un hispanista francés, descendiente de españoles, se atrevió a hablar de temas que muchos intelectuales patrios silencian como es el  de la aportación que ha hecho España a la cultura universal. Y para hablar de ello comenzó y centró su intervención en Fray Luis de León y en su libro “De los nombres de Cristo”, escrito cuando este agustino, profesor de Filosofía Moral, estaba en la cárcel ( hacia el año 1.573) antes de pronunciar sus conocidos  versos que dicen: " Aquí la envidia y mentira me tuvieron encerrado..." .

Mis oídos no daban crédito a lo que estaba oyendo. Atreverse a hablar de Fray Luis en los tiempos que estamos y ante tan selecto auditorio me pareció osado, atrevido, no exento de coraje, ya que  no es lo que se pontifica en ciertos ambientes culturales, en las redacciones “progres”, pero nada más oportuno  y cierto, a pesar de la lejanía en el tiempo, que decirnos que “la paz para que sea verdadera supone la justicia…que la paz excluye la resignación o que la paz descansa en el derecho, o sea, en la aceptación , por parte del individuo y de las naciones, de un orden jurídico libremente aceptado…”  en resumen, todo un alegato muy útil para los tiempos que vivimos, ya que para algunos sólo existe la verdad del monedero. Hacía tiempo que mis oídos no se asombraban y esto lo ha conseguido Don  Joseph Pérez con su profundo, certero y medido discurso, cuyo contenido me ha llevado a una reflexión sobre la necesidad que tienen nuestros jóvenes de buenas y útiles lecturas, algo que creo que estamos descuidando, llevados del culto a la novedad (más de 70.000 títulos nuevos al año) auspiciado por editoriales de miopes planteamientos económicos y por una crítica complaciente y pesebrista. Este tema no es algo nuevo y ya Clarín se preguntaba “Qué se ha de leer”, pues uno no tiene tiempo para leerlo todo, y recomendaba descansar un poco las novedades y leer “la lectura de “los grandes hombres”  que han escrito libros y de los libros buenos que traten, mejor que otros, de “las grandes cosas”. Dicho lo cual y ya que hablamos de Fray Luis quizás no vendría mal leer su "La Perfecta Casada". 

Hacía tiempo que no experimentaba el poder y fuerza persuasiva de la  palabra en manos de un riguroso humanista como Joseph Pérez y éste es el aire fresco que tanto necesita nuestra sociedad si de verdad quiere tildarse de humana y construir un futuro digno. 

                                                José Antonio Noval Cueto.

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