sábado, 6 de febrero de 2016

“Julio, tienes razón…”

Dicen que es de sabios rectificar, y yo sin ser sabio ni tener quizás la suficiente  humildad , no me duelen prendas en reconocer errores y evocar un  encuentro fortuito y no programado que tuve con mi antiguo alumno Julio, cuando paseaba por el muro de la playa ribadellense de Santa Marina, en  un domingo de setiembre, en una  mañana otoñal, de excelente temperatura, cielo azul y radiante sol, o sea en uno de esos días que hacen de Asturias un paraíso, y mientras caminaba y aspiraba esa brisa marina que tonifica y nos impregna de libertad, siento una voz conocida que me dice:

-         Buenos días, José Antonio .

Y allí me encontré con la sonrisa natural y agradable de mi amigo Julio y señora. Después de las presentaciones y preguntas de rigor y al hilo de ese aroma marino continuó nuestra conversación y entre esos muchos temas no podía faltar el qué pasará con la política, qué ocurrirá en Cataluña, ¿por qué después de quinientos años y del aporte cultural del 98 seguimos preguntándonos  qué es España?  ¿por qué somos como somos? ¿cuáles son los móviles o el principal móvil de nuestra conducta?

Recuerdo que en este inesperado encuentro a la hora de buscar las causas desencadenante de nuestra situación no nos habíamos puesto de acuerdo. Julio, basándose en su experiencia y en opiniones de personas muy cercanas, me decía que la causa de esta incertidumbre que vivimos y de los vaivenes que día a día sufre la sociedad española se debía a la ambición de poder que corroe a muchas personas y que no les importa los daños que ocasione, si al final logran sus objetivos. Su único proyecto acaba en sí mismos.

Yo, a mis años y con la experiencia vivida, y  quizás todavía influido por aquella lectura adolescente de don Fernando Díaz Plaja que titulaba “ El español y los siete pecados capitales”, defendía que la principal desencadenante de la situación actual  era el excesivo arraigo de la envidia y le recordaba que una de las maneras más típicas de matar y arruinar a las personas se hacía con la lengua, con el si yo te contará, y es que por desgracia hay muchas personas que ciegan para que otro no vea, ya  que como decía Tácito “Cuando los hombres están llenos de envidia, menosprecian todo, ya sea bueno o malo…”

A lo largo de estos días y a raíz de los últimos acontecimientos que azotan a la sociedad española, he recordado ese encuentro con Julio, y hoy, poco más de cuatro meses después, con pesar y asombro reconozco que tenía  razón, que la ambición de poder de cierta personas pueden llevar a nuestra sociedad al caos, a la ruina, a la miseria, y basta para ello fijarse en las inversiones fallidas por falta de gestión en ciudades importantes de España. ¿No decían los programas electorales que la principal preocupación de todos era combatir el paro? ¿Se puede combatir si espantamos al inversor? Hace un tiempo al acompañar a uno de mis amigos y pasar delante de la puerta de la entidad bancaria donde cobra dijo: ¡Ay…”muncho” te quiero!.

Estos días que la Zarzuela sea ha convertido en la Pasarela Cibeles de la política. Los españoles estamos hartos de rondas de conversaciones, de disparates, de justificaciones injustificadas, de travestismo político, y pedimos que salgan a escena los que mecen la cuna, los que buscan el descalabro y ruina de nuestra nación con el único objetivo de hacer valer su proyecto, y los que pudimos “d’ir a la escuela” sabemos que es falsear la voluntad de las urnas, no respetar lo que éstas han dicho y ese debe ser el elemento básico de todo pacto. Visto lo visto ya empiezo a entender por qué no se ha podido o querido rectificar la Ley Electoral, quizás para jugar con ventaja…

Si los españoles queremos y exigimos igualdad de oportunidades, con más razón los partidos políticos. Nada de atajos ni ingenierías políticas que falseen lo expresado en las urnas, pues los  españoles sólo queremos  dignidad, trabajo y futuro, y esta dignidad pasa por respetar nuestro voto.


                    José Antonio Noval Cueto.

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