“Julio, tienes razón…”
Dicen que es de sabios rectificar, y yo sin ser sabio ni
tener quizás la suficiente humildad , no
me duelen prendas en reconocer errores y evocar un encuentro fortuito y no programado que tuve
con mi antiguo alumno Julio, cuando paseaba por el muro de la playa
ribadellense de Santa Marina, en un
domingo de setiembre, en una mañana otoñal,
de excelente temperatura, cielo azul y radiante sol, o sea en uno de esos días
que hacen de Asturias un paraíso, y mientras caminaba y aspiraba esa brisa
marina que tonifica y nos impregna de libertad, siento una voz conocida que me
dice:
-
Buenos
días, José Antonio .
Y allí me encontré con la sonrisa natural y agradable de mi
amigo Julio y señora. Después de las
presentaciones y preguntas de rigor y al hilo de ese aroma marino continuó nuestra
conversación y entre esos muchos temas no podía faltar el qué pasará con la
política, qué ocurrirá en Cataluña, ¿por qué después de quinientos años y del
aporte cultural del 98 seguimos preguntándonos
qué es España? ¿por qué somos
como somos? ¿cuáles son los móviles o el principal móvil de nuestra conducta?
Recuerdo que en este inesperado encuentro a la hora de buscar
las causas desencadenante de nuestra situación no nos habíamos puesto de
acuerdo. Julio, basándose en su experiencia y en opiniones de personas muy cercanas,
me decía que la causa de esta incertidumbre que vivimos y de los vaivenes que
día a día sufre la sociedad española se debía a la ambición de poder que corroe
a muchas personas y que no les importa los daños que ocasione, si al final
logran sus objetivos. Su único proyecto acaba en sí mismos.
Yo, a mis años y con la experiencia vivida, y quizás todavía influido por aquella lectura
adolescente de don Fernando Díaz Plaja que titulaba “ El español y los siete
pecados capitales”, defendía que la principal desencadenante de la situación
actual era el excesivo arraigo de la
envidia y le recordaba que una de las maneras más típicas de matar y arruinar a
las personas se hacía con la lengua, con el si yo te contará, y es que por
desgracia hay muchas personas que ciegan para que otro no vea, ya que como decía Tácito “Cuando los hombres
están llenos de envidia, menosprecian todo, ya sea bueno o malo…”
A lo largo de estos días y a raíz de los últimos
acontecimientos que azotan a la sociedad española, he recordado ese encuentro
con Julio, y hoy, poco más de cuatro meses después, con pesar y asombro
reconozco que tenía razón, que la
ambición de poder de cierta personas pueden llevar a nuestra sociedad al caos,
a la ruina, a la miseria, y basta para ello fijarse en las inversiones fallidas
por falta de gestión en ciudades importantes de España. ¿No decían los
programas electorales que la principal preocupación de todos era combatir el
paro? ¿Se puede combatir si espantamos al inversor? Hace un tiempo al acompañar
a uno de mis amigos y pasar delante de la puerta de la entidad bancaria donde
cobra dijo: ¡Ay…”muncho” te quiero!.
Estos días que la Zarzuela sea ha convertido en la Pasarela
Cibeles de la política. Los españoles estamos hartos de rondas de
conversaciones, de disparates, de justificaciones injustificadas, de travestismo
político, y pedimos que salgan a escena los que mecen la cuna, los que buscan
el descalabro y ruina de nuestra nación con el único objetivo de hacer valer su
proyecto, y los que pudimos “d’ir a la escuela” sabemos que es falsear la
voluntad de las urnas, no respetar lo que éstas han dicho y ese debe ser el
elemento básico de todo pacto. Visto lo visto ya empiezo a entender por qué no
se ha podido o querido rectificar la Ley Electoral, quizás para jugar con
ventaja…
Si los españoles queremos y exigimos igualdad de oportunidades, con más
razón los partidos políticos. Nada de atajos ni ingenierías políticas que
falseen lo expresado en las urnas, pues los
españoles sólo queremos dignidad,
trabajo y futuro, y esta dignidad pasa por respetar nuestro voto.
José Antonio Noval Cueto.
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