Una llamada de teléfono cuando menos se espera siempre
produce alarma, inquietud y más cuando se te comunica que un amigo, un vecino
con el que has estado recientemente tomando un café en el bar de la esquina es el
fallecido, y esto es lo que me ocurrió a
mi el pasado 16 de marzo, cuando una voz asustada y pesarosa me dice que Monchu, el pintor - así lo llamamos todos en Lugones- falleció de
una manera súbita, inesperada, en las primeras horas de ese día.
Después de la sorpresa, del lamento por el amigo y vecino, de
lo incomprensible de la situación, de las muchas preguntas que nos hacemos en
busca de una lógica, de una explicación, viene la sesuda reflexión de siempre del “no somos nada …donde manda Patrón no manda
marinero y otras …” y , al fin, uno se da cuenta de lo vano de su intento y se
refugia en el recuerdo, en la memoria para dar vida a la vida, al amigo y más cuando se trata de
personas como Monchu que lleva su maleta
llena de buenas acciones, de buenos hechos y de todo ello han dado fe multitud de
personas, especialmente su querido
Lugones, que con su presencia han querido testimoniar la gratitud y afecto que
le tenían y tienen a él y a su familia.
No se puede entender
la vida de los pueblos sin citar a personas que los han hecho suyos, que han
sido bandera y símbolo del mismo como es
el caso de Monchu, al que siempre te encontrabas en las calles principales de
Lugones y en los momentos álgidos del día, y te hacía el comentario ingenioso o
te mostraba su asombro ante la elegancia
y garbo que taconeaba las aceras y ,si
se terciaba, el piropo, respetuoso y galante, tributo de sana admiración ante
tal maravilla femenina. ¡Vaya gachí! Tampoco
en sus charlas faltaba la sugerencia sobre los avatares cotidianos y si aparecía en los periódicos, me lo recordaba: ¡Oye,
José, el otro día salías bailando con
una chica muy guapa…” , su escepticismo ante los cambios tan rápidos que la
sociedad estaba experimentado y que nos dejaba a todos un tanto perplejos , y
es que lo bien aprendido , no se olvida… o las vivencias de aquellos domingos
de entonces – bailes en Lugones, Oviedo y en verano La Herradura…-donde siempre
aparecía su compañero de fatigas, Manolete, Manolo el de la Caldereta, no sólo
en el campo de fútbol del Pontón, en el Castro, sino también en los bailes y fiestas
de Oviedo...
Era la época de la
vespa, de la lambreta, y los más jóvenes, como era mi caso, – los cambios generacionales no eran tan rápidos
como ahora- mirábamos asombrados
cómo funcionaban los mayores, los
veteranos, los que ya habían hecho la mili. La televisión sólo reinaba en los
partidos de fútbol importantes y
mientras entre tute, subastau, pirindola
, cartones de lotería, surgían las noticias, comentarios, las bromas, los éxitos o fracasos del día, que eran directamente proporcionales al
número de piezas bailadas o calabazas . Recuerdo que el domingo, el último autobús salía a las 11 de
la noche de Oviedo y en él bajaban con
frecuencia ambos amigos, que solían tomar la espuela en el bar de mis padres, y
yo, asombrado, apenas un adolescente,
escuchaba sus hazañas, sus aventuras…
Estoy hablando de casi medio siglo y sólo el escribirlo me
asusta, pero la verdad innegable es que el tiempo pasa y que personas como
Monchu me obligan a pergeñar estos recuerdos, estas palabras de gratitud no exenta
de admiración, pues con su hacer, me dio a entender que lo más importante que
se puede ser en la vida es persona, una
persona de fiar, una persona amiga de sus amigos, una persona leal, una buena
persona como recalcó el sacerdote en la Homilía.
No hace mucho un poeta al resaltar la importancia que tiene
la infancia en el desarrollo del ser humano decía que: “En la infancia vivimos,
después subsistimos”. Palabras que rubrican esto que intento expresar, y es que
personas como Monchu y otras muchas de aquel Lugones de mi infancia y
adolescencia han hecho posible con su ejemplo y honestidad
que uno subsista y tenga referencias positivas para andar por la vida , y sepa
que un alto porcentaje de nuestra felicidad depende de nosotros mismos, de
nuestras prioridades, de centrar bien los objetivos que de verdad importan , y es que en aquel Lugones de mis años mozos
habría carencias, necesidades, pero lo que nunca faltaba era el estímulo, el
apoyo, la ayuda y lo mucho o poco que teníamos lo compartíamos, ya fueran
éxitos o fracasos. Vivíamos todos para todos, y este sentido solidario de la
vida nos identifica como parroquia, ya que éramos y somos refugio de muchas
personas de las más diversas procedencias ya que aquí nadie se siente
forastero. Un buen ejemplo de cuanto
digo lo tenemos en José Ramón, Monchu el
pintor, hombre generoso y buen amigo, de Lugones de siempre, a quien quiero
agradecer con estas letras el mucho bien que me ha otorgado con su confianza y
amistad.
¡Que Dios te acoja en su gloria!
José Antonio
Noval Cueto
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