Hoy es uno de esos días en que a la vez que escribo se nubla la
vista, se humedecen los ojos. Los sones del órgano de San Pedro de Pola
resuenan en mi cabeza, me traen vivencias, recuerdos, anécdotas que tienen como
protagonista a Don Nicanor Moro Estrada , fallecido el pasado 25 de noviembre,
viernes. Natural de Traspando (La Facienda) y de profesión Facultativo de
minas.
Hoy, la casa paterna- donde acudías con tanta frecuencia a visitar a tu madre Luisa y a tu hermana
Luisa, a tomar el chocolate o la copa de guinda y donde lo más importante era
la conversación, la charla amena, las confidencias y aspiraciones de cada uno, y
donde no hace mucho celebramos tu improvisado cumpleaños que todos sabíamos a
despedida, incluso tú mismo- está
silenciosa, triste, enlutada, quejándose que los árboles de la orilla del río duren más
que las personas, los mismos que tú me dijiste que ya existían cuando eras
crío, y eso que tú llegaste a la edad de
90 años, pero es verdad que cuando uno está bien como tú estabas, siempre se pide
una prórroga , pero ya nos advirtió el poeta Jorge Manrique “que querer hombre vivir,
cuando Dios quiere que muera” es pretensión vana.
Sé que mis palabras se quedan cortas para expresar las muchas
cualidades que adornaban tu persona, pero hoy quiero centrarme en cosas
sencillas y no por ello menos importantes y muy necesarias en la sociedad
actual, y es que se necesitan personas responsables, leales, prudentes,
discretas , trabajadoras, muy alejadas de la sociedad del espectáculo que tanto
se difunde, y que han hecho de sus compromisos y obligaciones familiares el
principal objetivo de su vida. Allí donde surgía un problema, una dificultad,
allí estaban Canor y Amalia, Malia para nosotros, para aliviar, mitigar,
ayudar, pues ambos eran y son dos en uno , desde que en octubre de 1950 unieron
sus vidas, y de ello podemos dar fe los que hemos tenido el privilegio de
convivir con ellos y más evidente aún estos últimos días, donde la ternura, la
delicadeza, eran las únicas medicinas que mitigaban el dolor, el nerviosismo,
la ansiedad, la separación.
De familia minera, estuvo toda su vida laboral dedicada a la
minería, donde empezó como empleado en la lampistería y después, con mucho
esfuerzo y voluntad obtener el título de
Facultativo de Minas en la Escuela de Mieres, salvando las múltiples
dificultades que suponía trabajar, estudiar, sus obligaciones familiares y los muchos obstáculos propios de la época, incluso el desplazarse a Mieres
desde la Rasa…entre otros .
Se ha ido uno de los
nuestros y estas palabras pretenden ser
un homenaje agradecido a una de esas personas que con su conducta ha marcado
una pauta, un camino, un espejo donde uno puede mirarse, pues sus dos
herramientas principales eran el sentido común y la honestidad, con la salvedad
que para tener sentido común, como dice mi amigo Faustino, hace falta
inteligencia, algo que a Nicanor no le faltó ni hasta el último momento de
vida.
Ahora que por cuestionar se cuestiona todo, hasta los deberes
escolares, quiero hacerme eco de la importante labor educativo que desarrollo
Don Paco en Lieres, que permitió a muchos jóvenes del momento, entre los que se
encontraba Nicanor, abastecerse de su saber, cargar las alforjas del conocimiento
y buscarse nuevas y mejores posibilidades de vida. Han mejorado las cosas desde
mediados de los años 50, pero aún hoy,
según los expertos, el principal problema de España sigue siendo el educativo.
Esperemos que estos nuevos tiempos acierten con la solución.
Se va haciendo la noche, hiela, hace frío, ya no se oyen
gritos ni risas infantiles. La Facienda, llamada en otro tiempo “La Fonda del Gas”,
como decía la abuela Luisa, se va quedando sola y es que no se ha descubierto
la máquina que detenga el tiempo, que nos conserve jóvenes e inmortales , pero para
suplir tal carencia nos queda el recuerdo de personas que dan vida, que
estimulan, que motivan como tú, Nicanor, como Luisa madre e hija, Cesáreo, Belarmino,
Joaquín, Gela, Ovidio, el constructor de Pola o el mismo Bernaldo, el juglar de la familia, que siempre al oscurecer se dejaba caer por
casa y aireaba sus prosas, y que de cuando en cuando añoraba la máquina de escribir
del 34, desaparecida misteriosamente en el pozo de la forja casi al mismo tiempo que Froilán en Nava.
Sabía que las palabras se quedaban cortas para expresar mi
gratitud y el privilegio que ha supuesto para todos nosotros contar con tu
cariño y ayuda, pero tenía que expresarlo. ¡Descansa en paz!
José Antonio Noval Cueto