jueves, 4 de enero de 2018

“El 31 de diciembre de 1932”


Siempre que se acaba el año  el aire y el aroma que se aspira se carga de vivencias, balances, prisas que le hacen diferente a otros días  , aunque sea domingo . En el horizonte tenemos: cenas, champán, música, noche, y por el medio la ceremonia de las campanadas, con trajes o transparencias especiales para aumentar el morbo y lucir la corba, pero de los 18.000.000 de televidentes que las siguieron, la mayoría, concretamente 7.926.000 personas, prefirieron la fina elegancia y saber hacer de Anne Igartiburu y Ramón García, con una cuota de pantalla de 41,2%, y esto es una buena noticia para los que no confunden presentación con exhibición y premian el buen hacer de unos acreditados y serios profesionales. En Siero, concretamente en Pola , el exclusivo reloj del Ayuntamiento – que en época de crisis hubo quien lo quiso sustituir por uno eléctrico – con sus limpias  y nítidas campanadas agrupa cada año a sus devotos. Al oír la última parece que se nos para la respiración. Pensamos, hacemos balance y después con cierta inquietud no exenta de nerviosismo  nos preguntamos:  ¿qué me deparará el nuevo?  Estos pensamientos tipo pregunta pasan por nuestra cabeza, pues sabemos que algún año, no sabemos cuándo, nos llevará el río, pero para que el pesimismo no arraigue en una noche como esta, por favor, pongan otra de champán. Levanten las copas y digan conmigo: “Feliz año nuevo” y recuerden “Año nuevo, vida nueva”.

El salto de un año al otro cada vez se hace más de prisa, no sólo con ayuda de cena, bebida y música, sino que incluso, con destinos turísticos   de lo más originales, ya con nieve , ya con playa o ya otras culturas donde ni siquiera ha acabado el año, quizás por aquello de querer parar el tiempo, o a donde ni siquiera se celebra porque no se ajusta a sus costumbres o creencias.

Pero a mí, a pesar de lo dicho, la Nochevieja se carga de gratitud, de agradecimiento , de amor hacia las  personas que me han dado la vida, mis padres, a aquellos jóvenes con casi 20 y 17 años que un 31 de diciembre de 1932 decidieron juntar sus vidas y hacer un proyecto de vida en común hasta que la muerte les separe, como  ocurrió, por desgracia,  un 16 de febrero de 1997, después 65 años de vida en común,  que estuvo jalonada, como la mayoría de su generación – los de la guerra- con más dificultades que ventajas, con más pobreza que riqueza.

Este agradecimiento que me obliga a escribir me lleva al año 1932, cuando  el presidente de América era Franklin D. Roosevelt, donde un 31 de julio el partido nazi es el más votado, con 230 escaños , donde el general Sanjurjo – la conocida “sanjurjada”- se subleva un 10 de agosto y donde un 23 de diciembre se aprueba la Ley de Impuesto sobre la Renta … y aun así , a pesar de los pesares y dificultades del momento, aquellos dos jóvenes enamorados dijeron su “sí” , delante de Dios, en la Iglesia de Santa María de Lieres.

Hoy, ochenta y cinco años después, quedan huellas o testimonios en la persona de sus descendientes: hijos, nietos, bisnietos – precisamente hoy, sin planes especiales,  mi nieto Álvaro, con sus bailes y villancicos nos ha hecho pasar una noche divina, inolvidable- y todos ellos me  recuerdan las palabras de Dios a Abraham en el Génesis cuando le dice: “No temas. Yo soy para ti un escudo…Mira hacia el cielo y si puedes cuenta las estrellas…Así será tu descendencia”.

Palabras que hago mías para recordar y agradecer a mis padres – que están desde hace algún tiempo en la habitación de al lado-  todo, su amor, su entrega, sus renuncias, y también la vida – algo que tantos controlan y temen- . Sin su amor, sin su cariño yo no escribiría estas palabras, no estaría aquí. Y todo esto lo digo hoy, 31 de diciembre de 2017, festividad de Santa Catalina Laboure, la de la “Medalla Milagrosa”, cuando los pensionistas pierden poder adquisitivo, se incrementa el gasto de Asturias en alcohol y el aborto siembra su cosecha – a pesar de la necesidad de población que tiene el Principado- y es que no hay pesticida que combata el egoísmo humano.

En aquel 1932 escaseaba el trabajo, los salarios eran escasos, pocos tenían bicicletas y la única diversión el baile dominical en La Secada cuando se podía. La tensión ambiental explotó el 1 de enero de 1933 en La Felguera, en forma de bombas, pues el descontento y la miseria ahogaba y contaminaba todo. Afortunadamente hoy, ochenta y cinco años después, aunque sigue habiendo problemas – algo innato con nosotros – estamos mejor. De todos depende mantenerlo y mejorarlo. ¡Feliz Año 2018!


                           José Antonio Noval Cueto.


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