Siempre que se acaba el año
el aire y el aroma que se aspira se carga de vivencias, balances, prisas
que le hacen diferente a otros días , aunque
sea domingo . En el horizonte tenemos: cenas, champán, música, noche, y por el medio
la ceremonia de las campanadas, con trajes o transparencias especiales para
aumentar el morbo y lucir la corba, pero de los 18.000.000 de televidentes que las
siguieron, la mayoría, concretamente 7.926.000 personas, prefirieron la fina elegancia
y saber hacer de Anne Igartiburu y Ramón García, con una cuota de pantalla de
41,2%, y esto es una buena noticia para los que no confunden presentación con
exhibición y premian el buen hacer de unos acreditados y serios profesionales.
En Siero, concretamente en Pola , el exclusivo reloj del Ayuntamiento – que en
época de crisis hubo quien lo quiso sustituir por uno eléctrico – con sus
limpias y nítidas campanadas agrupa cada
año a sus devotos. Al oír la última parece que se nos para la respiración.
Pensamos, hacemos balance y después con cierta inquietud no exenta de
nerviosismo nos preguntamos: ¿qué me deparará el nuevo? Estos pensamientos tipo pregunta pasan por
nuestra cabeza, pues sabemos que algún año, no sabemos cuándo, nos llevará el
río, pero para que el pesimismo no arraigue en una noche como esta, por favor,
pongan otra de champán. Levanten las copas y digan conmigo: “Feliz año nuevo” y
recuerden “Año nuevo, vida nueva”.
El salto de un año al otro cada vez se hace más de prisa, no
sólo con ayuda de cena, bebida y música, sino que incluso, con destinos
turísticos de lo más originales, ya con nieve , ya con
playa o ya otras culturas donde ni siquiera ha acabado el año, quizás por aquello
de querer parar el tiempo, o a donde ni siquiera se celebra porque no se ajusta
a sus costumbres o creencias.
Pero a mí, a pesar de lo dicho, la Nochevieja se carga de
gratitud, de agradecimiento , de amor hacia las personas que me han dado la vida, mis padres,
a aquellos jóvenes con casi 20 y 17 años que un 31 de diciembre de 1932
decidieron juntar sus vidas y hacer un proyecto de vida en común hasta que la
muerte les separe, como ocurrió, por
desgracia, un 16 de febrero de 1997, después
65 años de vida en común, que estuvo
jalonada, como la mayoría de su generación – los de la guerra- con más
dificultades que ventajas, con más pobreza que riqueza.
Este agradecimiento que me obliga a escribir me lleva al año
1932, cuando el presidente de América
era Franklin D. Roosevelt, donde un 31 de julio el partido nazi es el más
votado, con 230 escaños , donde el general Sanjurjo – la conocida “sanjurjada”-
se subleva un 10 de agosto y donde un 23 de diciembre se aprueba la Ley de
Impuesto sobre la Renta … y aun así , a pesar de los pesares y dificultades del
momento, aquellos dos jóvenes enamorados dijeron su “sí” , delante de Dios, en
la Iglesia de Santa María de Lieres.
Hoy, ochenta y cinco años después, quedan huellas o
testimonios en la persona de sus descendientes: hijos, nietos, bisnietos –
precisamente hoy, sin planes especiales, mi nieto Álvaro, con sus bailes y villancicos
nos ha hecho pasar una noche divina, inolvidable- y todos ellos me recuerdan las palabras de Dios a Abraham en el
Génesis cuando le dice: “No temas. Yo soy para ti un escudo…Mira hacia el cielo
y si puedes cuenta las estrellas…Así será tu descendencia”.
Palabras que hago mías para recordar y agradecer a mis padres
– que están desde hace algún tiempo en la habitación de al lado- todo, su amor, su entrega, sus renuncias, y también
la vida – algo que tantos controlan y temen- . Sin su amor, sin su cariño yo no
escribiría estas palabras, no estaría aquí. Y todo esto lo digo hoy, 31 de
diciembre de 2017, festividad de Santa Catalina Laboure, la de la “Medalla
Milagrosa”, cuando los pensionistas pierden poder adquisitivo, se incrementa el
gasto de Asturias en alcohol y el aborto siembra su cosecha – a pesar de la
necesidad de población que tiene el Principado- y es que no hay pesticida que combata
el egoísmo humano.
En aquel 1932 escaseaba el trabajo, los salarios eran escasos,
pocos tenían bicicletas y la única diversión el baile dominical en La Secada
cuando se podía. La tensión ambiental explotó el 1 de enero de 1933 en La
Felguera, en forma de bombas, pues el descontento y la miseria ahogaba y
contaminaba todo. Afortunadamente hoy, ochenta y cinco años después, aunque
sigue habiendo problemas – algo innato con nosotros – estamos mejor. De todos
depende mantenerlo y mejorarlo. ¡Feliz Año 2018!
José Antonio Noval Cueto.
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