jueves, 10 de enero de 2019

“Aquí me tienes, Señor…”




Con el paso de los años uno comprende que el mandamiento más importante de la Ley de Dios es : “ESCUCHA, Israel, amarás a Dios sobre todas las cosas…” pues si no se escuchan, no se aprenden los mandamientos y si no se aprenden menos se pueden practicar ... Pruebas de esto las tenemos todos los días. Cuantas veces  escuchamos o leemos un mensaje que ya reiteradas veces hemos oído y que ese día, desconozco los motivos, nos  sorprende  , nos dice más de lo habitual, nos impacta. Y esto me ha pasado a mí el pasado 31 de diciembre cuando asistía al funeral por mi querida compañera de trabajo Doña Ana Martínez Cascales , de 45 años y madre de seis hijos, en la iglesia de San Lorenzo, en Gijón. Nada más cruzar el féretro  el umbral del templo desde el coro un solista entona: “¡Aquí me tienes, Señor…vengo a entregarte mi vida, la que tú me has regalado…! “ . La Iglesias repleta,  silenciosa, con público de todas las edades: niños, jóvenes y no tan jóvenes, mayores. La familia e hijos de Ana acomodada en los primeros bancos. En el presbiterio un nutrido grupo de sacerdotes arropa a su párroco que está visiblemente emocionado, dolorido. Conocía bien  a su feligresa : sus muchos méritos, virtudes , bondades, proyectos, preocupaciones  o errores, y es que como nos  dijo en una sencilla, cálida y preparada homilía:  “No es fácil despedir a Ana”, aunque sabe que ya vela desde el Cielo y cuida de todos nosotros y especialmente, de su familia e hijos.
En la tradicional cena de Navidad de Profesores del Colegio Los Robles, celebrada el pasado día 21, faltaba Ana, su salud había empeorado. Siempre que llegaban estas fechas se desvivía porque la Navidad calase y  se respirase en el Colegio, en cualquier rincón y más en la Cena de Navidad (manteles, centros de mesa, luces, cena, villancicos, festival …). En esa época entraba en reverberación. El Colegio duplica su actividad, todos  nos cargamos de trabajo y a ella le llovían los encargos, las sugerencias, los avisos, las llamadas telefónicas, los proveedores y uno  siempre se encontraba  una sonrisa natural y la sencilla y su   limpia mirada que te tranquilizaba, que sin decirte nada ya te daba la respuesta. Sabías  que con sólo decirlo el problema por grande que fuera y a la hora que fuese se resolvía, había llegado a buen destino.  Al poco te decía:
-         José Antonio. Ya he hablado con la Empresa y encantada de que veáis sus instalaciones. Hemos quedado para el martes, a las 11.
-         Muchas gracias, Ana.
Solíamos coincidir en café de las 11:00 o a la hora de comer, y en esas conversaciones informales siempre aparecía su querido Gijón,  Santander y su abuela, sus padres, sus hijos, sus hermanos y por el medio siempre se cruzaba su cuñado y gran amigo mío, Andrés  Moro, pura vitalidad, ingenio y nobleza, Gijón en estado puro, que siempre pone pretextos  para venir a Pola, y eso que es descendiente de polesos, pues apellidarse “Moro” lo dice todo. En esas conversaciones informales salieron sus primeras molestias, su brazo protegido, que nos hacemos mayores, hasta que un fin de semana, de sábado a lunes, nos llega la alarma, el problema, la enfermedad y a partir de ahí, hospital, tratamientos, luchas y ánimos de combate. Había que combatir, que vencer la enfermedad, pero siempre desde la aceptación del “Señor, hágase tu voluntad”.  
 El funeral seguía su desarrollo. Mucha expectación convertida en oración, suplica, consuelo, petición o en recuerdo agradecido. Razón tenía el celebrante cuando nos dijo que no era fácil despedir a Ana, persona tan singular en múltiples facetas de la vida que a los que estamos todavía imbuidos de la vanidad humana nos llena de admiración, asombro y  agradecimiento por el mucho bien que nos ha hecho y que estoy seguro nos seguirá haciendo desde su atalaya del cielo, la misma que previamente había instalado con su conducta en su despacho del Colegio, y fruto de todo ello son estas palabras que intentan testimoniar y agradecer una conducta, un ejemplo del que tan necesitados estamos ,  aunque sé que lo único que de verdad le importaba a Ana, desde sus firmes y hondas creencias, era estar a bien con Dios, que lo sabe todo de nosotros , y lo buscaba  con la máxima naturalidad , humildad, sencillez y  bondad, con esa mirada limpia, transparente, de persona de bien, que aún percibo cuando escribo estas letras. En el Colegio teníamos un ángel y el Señor, amo de la vida, le ha llamado a su presencia.
 A mí sólo me queda  hacerte un ruego y es que me ayudes a que cuando me presente ante el Señor pueda llevar una hoja de servicios tan meritoria como la tuya  que obligó al solista a cantar tan convencido y con tanta fuerza estas letras que aún perduran en mis oídos: “Aquí me tienes, señor, vengo a entregarte mi vida, la que tú me regalaste”.

                                                    José Antonio Noval Cueto.




2 comentarios:

  1. Preciosas palabras llenas de cariño José Antonio. Por una vez me he quedado yo sin ellas para poder expresar lo que siento después de haberlas leído una y otra vez. Muchas gracias querido profesor y amigo.

    ResponderEliminar
  2. Me he quedado conmovido al leerte José Antonio. Yo no sería capaz de expresar tan bien lo que tú dices de nuestra querida Ana, pero con tus notables dotes literarias has logrado plasmar muy bien mis propios sentimientos y recuerdos.
    Es la segunda vez en pocos meses en que tu pluma describe a un compañero del colegio que nos ha dejado en una edad tan temprana. El otro, d. Javier Aparicio, fue otra persona excepcional. Somos unos privilegiados al tener la suerte de convivir al lado de personas de tanta categoría humana y sobrenatural.

    Gracias y enhorabuena por tus palabras.

    Nacho Blanco

    ResponderEliminar