Con el paso de los años uno comprende que el mandamiento más
importante de la Ley de Dios es : “ESCUCHA, Israel, amarás a Dios sobre todas
las cosas…” pues si no se escuchan, no se aprenden los mandamientos y si no se
aprenden menos se pueden practicar ... Pruebas de esto las tenemos todos los
días. Cuantas veces escuchamos o leemos
un mensaje que ya reiteradas veces hemos oído y que ese día, desconozco los
motivos, nos sorprende , nos dice más de lo habitual, nos impacta. Y
esto me ha pasado a mí el pasado 31 de diciembre cuando asistía al funeral por
mi querida compañera de trabajo Doña Ana Martínez Cascales , de 45 años y madre
de seis hijos, en la iglesia de San Lorenzo, en Gijón. Nada más cruzar el
féretro el umbral del templo desde el
coro un solista entona: “¡Aquí me tienes, Señor…vengo a entregarte mi vida, la
que tú me has regalado…! “ . La Iglesias repleta, silenciosa, con público de todas las edades:
niños, jóvenes y no tan jóvenes, mayores. La familia e hijos de Ana acomodada
en los primeros bancos. En el presbiterio un nutrido grupo de sacerdotes arropa
a su párroco que está visiblemente emocionado, dolorido. Conocía bien a su feligresa : sus muchos méritos, virtudes
, bondades, proyectos, preocupaciones o
errores, y es que como nos dijo en una
sencilla, cálida y preparada homilía: “No es fácil despedir a Ana”, aunque sabe que
ya vela desde el Cielo y cuida de todos nosotros y especialmente, de su familia
e hijos.
En la tradicional cena de Navidad de Profesores del Colegio
Los Robles, celebrada el pasado día 21, faltaba Ana, su salud había empeorado.
Siempre que llegaban estas fechas se desvivía porque la Navidad calase y se respirase en el Colegio, en cualquier
rincón y más en la Cena de Navidad (manteles, centros de mesa, luces, cena,
villancicos, festival …). En esa época entraba en reverberación. El Colegio
duplica su actividad, todos nos cargamos
de trabajo y a ella le llovían los encargos, las sugerencias, los avisos, las
llamadas telefónicas, los proveedores y uno siempre se encontraba una sonrisa natural y la sencilla y su limpia
mirada que te tranquilizaba, que sin decirte nada ya te daba la respuesta.
Sabías que con sólo decirlo el problema
por grande que fuera y a la hora que fuese se resolvía, había llegado a buen
destino. Al poco te decía:
-
José
Antonio. Ya he hablado con la Empresa y encantada de que veáis sus
instalaciones. Hemos quedado para el martes, a las 11.
-
Muchas
gracias, Ana.
Solíamos coincidir en café de las 11:00 o a la hora de comer,
y en esas conversaciones informales siempre aparecía su querido Gijón, Santander y su abuela, sus padres, sus hijos,
sus hermanos y por el medio siempre se cruzaba su cuñado y gran amigo mío,
Andrés Moro, pura vitalidad, ingenio y
nobleza, Gijón en estado puro, que siempre pone pretextos para venir a Pola, y eso que es descendiente
de polesos, pues apellidarse “Moro” lo dice todo. En esas conversaciones
informales salieron sus primeras molestias, su brazo protegido, que nos hacemos
mayores, hasta que un fin de semana, de sábado a lunes, nos llega la alarma, el
problema, la enfermedad y a partir de ahí, hospital, tratamientos, luchas y
ánimos de combate. Había que combatir, que vencer la enfermedad, pero siempre
desde la aceptación del “Señor, hágase tu voluntad”.
El funeral seguía su
desarrollo. Mucha expectación convertida en oración, suplica, consuelo,
petición o en recuerdo agradecido. Razón tenía el celebrante cuando nos dijo
que no era fácil despedir a Ana, persona tan singular en múltiples facetas de
la vida que a los que estamos todavía imbuidos de la vanidad humana nos llena
de admiración, asombro y agradecimiento
por el mucho bien que nos ha hecho y que estoy seguro nos seguirá haciendo
desde su atalaya del cielo, la misma que previamente había instalado con su
conducta en su despacho del Colegio, y fruto de todo ello son estas palabras
que intentan testimoniar y agradecer una conducta, un ejemplo del que tan
necesitados estamos , aunque sé que lo
único que de verdad le importaba a Ana, desde sus firmes y hondas creencias,
era estar a bien con Dios, que lo sabe todo de nosotros , y lo buscaba con la máxima naturalidad , humildad,
sencillez y bondad, con esa mirada
limpia, transparente, de persona de bien, que aún percibo cuando escribo estas
letras. En el Colegio teníamos un ángel y el Señor, amo de la vida, le ha
llamado a su presencia.
A mí sólo me
queda hacerte un ruego y es que me
ayudes a que cuando me presente ante el Señor pueda llevar una hoja de
servicios tan meritoria como la tuya que
obligó al solista a cantar tan convencido y con tanta fuerza estas letras que
aún perduran en mis oídos: “Aquí me tienes, señor, vengo a entregarte mi vida,
la que tú me regalaste”.
José Antonio
Noval Cueto.
Preciosas palabras llenas de cariño José Antonio. Por una vez me he quedado yo sin ellas para poder expresar lo que siento después de haberlas leído una y otra vez. Muchas gracias querido profesor y amigo.
ResponderEliminarMe he quedado conmovido al leerte José Antonio. Yo no sería capaz de expresar tan bien lo que tú dices de nuestra querida Ana, pero con tus notables dotes literarias has logrado plasmar muy bien mis propios sentimientos y recuerdos.
ResponderEliminarEs la segunda vez en pocos meses en que tu pluma describe a un compañero del colegio que nos ha dejado en una edad tan temprana. El otro, d. Javier Aparicio, fue otra persona excepcional. Somos unos privilegiados al tener la suerte de convivir al lado de personas de tanta categoría humana y sobrenatural.
Gracias y enhorabuena por tus palabras.
Nacho Blanco