lunes, 22 de abril de 2013

“La cultura de la vida”


Ahora que llega el buen tiempo y que la estación de las lluvias – abril, aguas mil- se toma un respiro, en esta Asturias nuestra, los campesinos labran sus tierras, las preparan para que tengan, como dicen ellos, “buena feria”.  Hechos los riegos o calles de la huerta el campesino coloca con mimo la semilla y la recubre con delicadeza. Al  cabo de pocos días , si el tiempo acompaña, brota una pequeña y débil planta que es la prueba evidente de la fertilidad de la semilla, de la fecundidad de la tierra, y realizados  los trabajos según mandan los cánones, obtener una buena cosecha - hay incluso  quien tira la línea, como si colocara baldosa, para que los surcos salgan rectos y no tenga la menor brizna de “pación” o hierba que pueda perjudicar el desarrollo de la semilla – . El campesino no hace investigaciones para saber si la semilla fructificó a las cinco horas o a los cinco días, sólo sabe que ha depositado su semilla y de ella, si no hay contratiempos, vendrá el fruto o cosecha deseada. A lo más que se aventura es a decir, tengo una buena nacida y puede que obtenga un buen fruto.

Todas las primaveras la creación nos ofrece este despertar de la vida, de la fertilidad de sus campos, y si esto afecta a la naturaleza, también debería afectarnos a nosotros, el ser humano, el Rey  del Cosmos y eso que periódicamente los Organismos defensores de la Vida nos lo recuerdan, como ha ocurrido el pasado 29 de marzo en Madrid, pero aún así  verdades tan evidentes no hacemos más que cuestionarlas, buscarles un argumentario hipotético (antes se decía que no había alimentos para todos y  la ciencia actual  ha demostrado que es falso)  y dejarlas en suspenso. De ahí que sea oportuno recordar que una de las mejores intervenciones parlamentarias de don Enrique Tierno Galván fue la que realizó para suprimir la pena de muerte, en el mes de julio de 1.978, y su argumento central fue denunciar  que el Estado no podía  mantener el principio del derecho a matar y que tenía que reconocer el derecho a la vida y no a la muerte.

De entonces acá, en este mundo contradictorio que vivimos, tenemos motivos para la preocupación y para la esperanza. Así motivo de consternación han sido las declaraciones efectuadas por el secretario de la Federación de Ocio y Restaurantes de Canarias cuando se queja de las “viejas de carnes flácidas”, “cuyo desnudo es grosero y repulsivo”- como si él tuviera el elixir de la eterna juventud-, que alertan del peligro que supone el envejecimiento para la cultura del músculo, del placer, del sol y playa y que muestran el engaño permanente en que se quiere instalar al ser humano, al querer ocultarle que uno envejece, enferma,  muere,  y que las canas, arrugas y varices son dignidad, privilegio, señorío, son parte del menú, del crecer, y por desgracia no todos lo consiguen. En esta misma línea deshumanizada va la denuncia efectuada por la exresponsable de revista “Vogue”, en Australia, cuando dice que hay modelos que comen pañuelos de papel para no engordar y todo ello en pos de un supuesto éxito.¿No hay límites para el éxito? ¿Todo vale?¿El éxito da la felicidad?¿Qué ocurre después?...

Afortunadamente también abundan los ejemplos positivos, los que justifican una vida, los que nos estimulan a mejorar, a tener  una vida más plena, más humana  como el de esa joven turca de 23 años que después de un doloroso transplante de útero ha logrado quedar embarazada; o los de esa multitud de donantes anónimos que contribuyen a mitigar el hambre que azota a España, donde la pobreza ya afecta a casi 11 millones de personas, o los  muchos abuelos que rejuvenecen y transmiten sus experiencias a sus retoños y son la mejor reserva moral y protectora de España. De hechos a algunos abuelos ya se les llama “mami” “papi”, y eso que los supuestos “progresistas” no se han caracterizado por proteger a la  institución familiar. ¿Qué sería de los casi 6 millones de parados si no se vieran amparados por sus familias?

 El pasado 22 de marzo Carolina de Mónaco, la bella Carolina, se convertía en abuela.¡Enhorabuena! No todos tienen esa suerte.

                            José Antonio Noval Cueto.


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