lunes, 4 de junio de 2018

“Don Javier Aparicio Sánchez: El sacerdote de la eterna sonrisa…”



 Este atípico mes de mayo, lluvioso y frío, más otoñal que primaveral, y el último día que se cantaba la “Salve Regina” en la capilla de la Virgen de los Robles, o sea el 31 de mayo, llega la dolorosa noticia de la muerte de don Javier Aparicio Sánchez, capellán del colegio Los Robles durante trece años , que ahora residía en León. Durante dos días hemos implorado al Señor por su recuperación, pero no ha sido posible y desde el dolor que supone la pérdida de un compañero y amigo sólo queda pronunciar, aunque cueste,   el “Hágase tu Voluntad”, y reconocer que Dios sabe más.

He dudado en escribir estas palabras, pues sé que Usted el único premio que buscaba y ansiaba  era estar a bien con Dios, por aquello  de que somos lo que somos ante Dios, como recuerda  con frecuencia nuestra obispo Don Jesús Sanz, pero aun así, quizás dominado en exceso por mi espíritu mundano me siento en la obligación de escribir estas letras que buscan testimoniar  no sólo mi gratitud, sino la de muchas personas que nos hemos beneficiado de su conducta y amistad, y es que no quiero que se cumpla la indicación que  Don Quijote hace a Sancho, cuando le dice que el mayor pecado del mundo no es la soberbia, sino el desagradecimiento.

Y es que puestos a agradecer son tantas las cosas que tenemos, que quizás este escrito se quede pequeño, pero especialmente su sonrisa, su eterna sonrisa, que aliviaba y curaba cualquier conflicto por grave que sea , cualquier desencuentro o desesperación– quizás por aquello de que alumbra  más  una sonrisa que la electricidad-  . Su eterna sonrisa que facilitaba la cercanía, la confianza y daba la seguridad necesaria para tratar y revelar  aquellos temas o asuntos que nos cuestan, pues sabíamos de su comprensión y de su lealtad, y siempre, por muy difícil que fuera la situación, nos animaba, quitaba hierro, aquí no pasó nada,  adelante, somos de carne y hueso. Conocía muy bien las limitaciones humanas y los tiempos que vivimos, así como las posibilidades humanas siempre que se orientasen hacia el bien. Ante Usted uno se sentía seguro, protegido, en buenas manos, a buen recaudo y eso , en los tiempos que vivimos  es mucho.

Es de agradecer que el sacerdote transpire oración, piedad, santidad, humildad, preocupación por las almas, y de eso Usted ha sido buena muestra y bastaba  fijarse en la devoción y cuidado que ponía en la celebración de la Santa Misa o en la Confesión, con su exquisito respeto a la libertad de las personas. Su despacho de Capellanía  siempre estaba disponible , abierto para todos.

Es de agradecer que el Sacerdote, el Buen Pastor sepa que su principal misión es acercar y conducir  las almas a Dios. Facilitar ese  encuentro personal que nos hace intimar con Jesús y hacerle partícipe de nuestros éxitos y fracasos, de nuestras virtudes y defectos, de nuestras miserias y noblezas…como Usted ha hecho. Podría decir más cosas, pero no quiero excederme. Me contento con hacer mías las palabras que hace unos días escribió  Rodrigo Cortés cuando definió “Milagro” como “Normalidad inexplicable”, y es que eso ha sido Usted para nosotros durante estos años que hemos trabajado juntos en el Colegio. ¡Que Dios se lo pague!  Y ya para concluir solo quiero pedirle, como hizo recientemente  nuestro compañero Ricardo,  que desde su palco del Cielo, su nuevo Wanda Metropolitano, siga intercediendo por todos nosotros.

                              José Antonio Noval Cueto.

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