He dudado en escribir estas palabras, pues sé que Usted el
único premio que buscaba y ansiaba era
estar a bien con Dios, por aquello de
que somos lo que somos ante Dios, como recuerda con frecuencia nuestra obispo Don Jesús Sanz,
pero aun así, quizás dominado en exceso por mi espíritu mundano me siento en la
obligación de escribir estas letras que buscan testimoniar no sólo mi gratitud, sino la de muchas
personas que nos hemos beneficiado de su conducta y amistad, y es que no quiero
que se cumpla la indicación que Don
Quijote hace a Sancho, cuando le dice que el mayor pecado del mundo no es la
soberbia, sino el desagradecimiento.
Y es que puestos a agradecer son tantas las cosas que tenemos,
que quizás este escrito se quede pequeño, pero especialmente su sonrisa, su
eterna sonrisa, que aliviaba y curaba cualquier conflicto por grave que sea ,
cualquier desencuentro o desesperación– quizás por aquello de que alumbra más una
sonrisa que la electricidad- . Su eterna
sonrisa que facilitaba la cercanía, la confianza y daba la seguridad necesaria
para tratar y revelar aquellos temas o
asuntos que nos cuestan, pues sabíamos de su comprensión y de su lealtad, y
siempre, por muy difícil que fuera la situación, nos animaba, quitaba hierro,
aquí no pasó nada, adelante, somos de
carne y hueso. Conocía muy bien las limitaciones humanas y los tiempos que vivimos,
así como las posibilidades humanas siempre que se orientasen hacia el bien.
Ante Usted uno se sentía seguro, protegido, en buenas manos, a buen recaudo y
eso , en los tiempos que vivimos es mucho.
Es de agradecer que el sacerdote transpire oración, piedad,
santidad, humildad, preocupación por las almas, y de eso Usted ha sido buena
muestra y bastaba fijarse en la devoción
y cuidado que ponía en la celebración de la Santa Misa o en la Confesión, con
su exquisito respeto a la libertad de las personas. Su despacho de Capellanía siempre estaba disponible , abierto para
todos.
Es de agradecer que el Sacerdote, el Buen Pastor sepa que su
principal misión es acercar y conducir las almas a Dios. Facilitar ese encuentro personal que nos hace intimar con
Jesús y hacerle partícipe de nuestros éxitos y fracasos, de nuestras virtudes y
defectos, de nuestras miserias y noblezas…como Usted ha hecho. Podría decir más
cosas, pero no quiero excederme. Me contento con hacer mías las palabras que
hace unos días escribió Rodrigo Cortés cuando
definió “Milagro” como “Normalidad inexplicable”, y es que eso ha sido Usted
para nosotros durante estos años que hemos trabajado juntos en el Colegio. ¡Que
Dios se lo pague! Y ya para concluir solo
quiero pedirle, como hizo recientemente
nuestro compañero Ricardo, que
desde su palco del Cielo, su nuevo Wanda Metropolitano, siga intercediendo por
todos nosotros.
José Antonio Noval Cueto.
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