martes, 17 de julio de 2018

“Carta a mi hermano“



No es la primera vez que escribo desde el dolor, desde la lágrima. Sabía que esta posibilidad se podía dar  - y de hecho ya se ha dado en otras ocasiones-   desde que asumí la responsabilidad de comunicarme con vosotros, en un diálogo franco, donde razones y sentimientos se entremezclan. Hoy nuevamente el dolor ha llamado a mi puerta, mi hermano Avelino, el único que me quedaba – mi adorada hermana Esperanza falleció hace ya tiempo, en 1976- ha muerto el pasado sábado, día 14 de julio, al mediodía, concretamente a las 11:45 horas, a los ochenta y tres años. Las razones que me llevan a escribir mientras mis ojos se humedecen son varios, pero especialmente la pretensión inútil, ingenua, ilógica, de que mientras escribo  mi hermano vive, existe, perdura, habla , me dice,  y que  incluso puede  que pasados muchos años, muchos años, cuando yo ya no esté aquí, junto a su retrato permanezcan estas letras de un  hermano que le quería, que le adoraba, pues era el primogénito, mi hermano mayor, me sacaba diecinueve años y además físicamente era igual que mi padre - estos últimos días, postrado en la cama, con esa mirada entre gris y verdosa, consciente, me parecía ver a mi padre- . Según las Sagradas Escrituras en el principio, antes de la existencia del Mundo, existía la Palabra, ojala  que mis palabras y la misericordia de Dios te hagan inmortal, eterno, méritos has hecho para ello.

La vida de mi hermano ha sido la vida de muchos millones de personas aparentemente  sin historia que con su trabajo, moderación, prudencia han sacado adelante un país, una región, una familia, en tiempos más difíciles que los de ahora y con muchas renuncias – no siempre se  podía acudir al Molinón y el chuletón prohibitivo-  . Hoy, sin saber por qué me desperté a las 5:15 horas de la mañana, la misma hora en que se levantaba mi hermano y después yo para abrir el bar de mis padres, y si algún día nos retrasábamos Tino Blanco o algún  otro cliente nos tocaba el timbre. Había que abrir para el turno de la seis y el autobús paraba delante de casa… Sigo mi escrito y me veo sentado en el asiento trasero del Seat 1400 alargado de Malio el taxista - el que llevaba a mi padre todos los martes a la Pola-  subiendo la entonces escabrosa Espina rumbo a Vegadeo. Se casaba mi hermano Avelino. Yo era un niño y él todo un hombre. Su novia y mujer, Consuelo, la conoció en Lugones en casa de Manolo, el barbero,  y  Albertina,  su esposa. Tenía el mismo nombre que mi madre, que también se llamaba Consuelo . Fue un hecho clave en su vida y su verdadera motivación para encarar un futuro con fuerza, alegría y contento. De ese matrimonio nacieron dos hijos que fueron la alegría de la casa, pero ésta se interrumpe un 23 de setiembre de 1993, cuando fallece Consuelo después de una penosa enfermedad. Tenía 46 años y Avelino, 58. Hay un antes y un después de esa fecha, que Avelino tiene que sobrellevar a duras penas, pues la ausencia, la soledad prolifera por todos los rincones y así, a trompicones,  y aupado por los suyos y sus amigos fueron pasando los días, los años, y con ellos fueron llegando los achaques, convertidos en diabetes galopante que taladra, destruye, y con ella caídas, rupturas, silla de ruedas y limitaciones vasculares que necrosaron partes del cuerpo que llevaron a su fallecimiento, casi veinticinco años después que su esposa. En esta última etapa de invierno cruento, despiadado y constante, de su boca nunca salió una queja, una protesta, una desesperación, sólo su eterna expresión resignada de “Lle lo que toca”. La vida de mi  hermano demuestra  una vez más que sin amor no somos nada,  nada tenemos,  que el amor existe y si lo tenemos debemos cuidarle, mimarle, protegerle. Y esto lo que quiero recalcar en estos momentos de pesar , de dolor, de pena. Mi hermano era una persona de pocas palabras, que hacía suyo el lema que nuestros padres nos enseñaron de “Vive y deja vivir”. Tenía un escrupuloso respeto a la  “libertad”.

Desde la otra orilla, allá en el Cielo, sé que esperas mis palabras , que estabas seguro que algo diría de ti, pues sabes de mi pretensión de convertir en letra todo cuanto veo, escucho y  toco, pero no me perdonarías que no diera muchas gracias – tú por todo dabas ‘gracias’-  a todos aquellos que antes y ahora  siempre se han preocupado de ti y te han ayudado en los momentos difíciles de tu existencia,  a quienes nos han acompañanado en estos días de dolor con su presencia y oración, y especialmente a la Residencia Julia Nieto donde has estado estos últimos ocho meses de tu vida, que con su excelente trato humano te hizo sentirte arropado, en familia, en casa, al Hospital Monte Naranco y a su Capellanía por su profesionalidad y entrega,  y al párroco de Lugones don Joaquín por las atenciones que ha tenido con nosotros. ¡Un beso! ¡Nos vemos!
                                                                      

                      José Antonio Noval Cueto.

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