No es la primera vez que escribo desde el dolor, desde la lágrima.
Sabía que esta posibilidad se podía dar - y de hecho ya se ha dado en otras ocasiones-
desde que asumí la responsabilidad de
comunicarme con vosotros, en un diálogo franco, donde razones y sentimientos se
entremezclan. Hoy nuevamente el dolor ha llamado a mi puerta, mi hermano
Avelino, el único que me quedaba – mi adorada hermana Esperanza falleció hace ya
tiempo, en 1976- ha muerto el pasado sábado, día 14 de julio, al mediodía,
concretamente a las 11:45 horas, a los ochenta y tres años. Las razones que me
llevan a escribir mientras mis ojos se humedecen son varios, pero especialmente
la pretensión inútil, ingenua, ilógica, de que mientras escribo mi hermano vive, existe, perdura, habla , me
dice, y que incluso puede que pasados muchos años, muchos años, cuando
yo ya no esté aquí, junto a su retrato permanezcan estas letras de un hermano que le quería, que le adoraba, pues era
el primogénito, mi hermano mayor, me sacaba diecinueve años y además
físicamente era igual que mi padre - estos últimos días, postrado en la cama,
con esa mirada entre gris y verdosa, consciente, me parecía ver a mi padre- . Según
las Sagradas Escrituras en el principio, antes de la existencia del Mundo,
existía la Palabra, ojala que mis palabras
y la misericordia de Dios te hagan inmortal, eterno, méritos has hecho para
ello.
La vida de mi hermano ha sido la vida de muchos millones de
personas aparentemente sin historia que
con su trabajo, moderación, prudencia han sacado adelante un país, una región,
una familia, en tiempos más difíciles que los de ahora y con muchas renuncias –
no siempre se podía acudir al Molinón y
el chuletón prohibitivo- . Hoy, sin
saber por qué me desperté a las 5:15 horas de la mañana, la misma hora en que
se levantaba mi hermano y después yo para abrir el bar de mis padres, y si
algún día nos retrasábamos Tino Blanco o algún
otro cliente nos tocaba el timbre. Había que abrir para el turno de la
seis y el autobús paraba delante de casa… Sigo mi escrito y me veo sentado en
el asiento trasero del Seat 1400 alargado de Malio el taxista - el que llevaba
a mi padre todos los martes a la Pola- subiendo la entonces escabrosa Espina rumbo a
Vegadeo. Se casaba mi hermano Avelino. Yo era un niño y él todo un hombre. Su
novia y mujer, Consuelo, la conoció en Lugones en casa de Manolo, el barbero, y Albertina, su esposa. Tenía el mismo nombre que mi madre,
que también se llamaba Consuelo . Fue un hecho clave en su vida y su verdadera
motivación para encarar un futuro con fuerza, alegría y contento. De ese
matrimonio nacieron dos hijos que fueron la alegría de la casa, pero ésta se
interrumpe un 23 de setiembre de 1993, cuando fallece Consuelo después de una
penosa enfermedad. Tenía 46 años y Avelino, 58. Hay un antes y un después de esa
fecha, que Avelino tiene que sobrellevar a duras penas, pues la ausencia, la
soledad prolifera por todos los rincones y así, a trompicones, y aupado por los suyos y sus amigos fueron
pasando los días, los años, y con ellos fueron llegando los achaques, convertidos
en diabetes galopante que taladra, destruye, y con ella caídas, rupturas, silla
de ruedas y limitaciones vasculares que necrosaron partes del cuerpo que llevaron
a su fallecimiento, casi veinticinco años después que su esposa. En esta última
etapa de invierno cruento, despiadado y constante, de su boca nunca salió una
queja, una protesta, una desesperación, sólo su eterna expresión resignada de “Lle
lo que toca”. La vida de mi hermano demuestra una vez más que sin amor no somos nada, nada tenemos, que el amor existe y si lo tenemos debemos
cuidarle, mimarle, protegerle. Y esto lo que quiero recalcar en estos momentos
de pesar , de dolor, de pena. Mi hermano era una persona de pocas palabras, que
hacía suyo el lema que nuestros padres nos enseñaron de “Vive y deja vivir”. Tenía
un escrupuloso respeto a la “libertad”.
Desde la otra orilla, allá en el Cielo, sé que esperas mis palabras
, que estabas seguro que algo diría de ti, pues sabes de mi pretensión de
convertir en letra todo cuanto veo, escucho y toco, pero no me perdonarías que no diera
muchas gracias – tú por todo dabas ‘gracias’- a todos aquellos que antes y ahora siempre se han preocupado de ti y te han
ayudado en los momentos difíciles de tu existencia, a quienes nos han acompañanado en estos días de dolor con su presencia y oración, y especialmente a la
Residencia Julia Nieto donde has estado estos últimos ocho meses de tu vida,
que con su excelente trato humano te hizo sentirte arropado, en familia, en
casa, al Hospital Monte Naranco y a su Capellanía por su profesionalidad y
entrega, y al párroco de Lugones don Joaquín por las atenciones que ha tenido con nosotros. ¡Un beso! ¡Nos vemos!
José Antonio Noval Cueto.
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