Quiero empezar el Día de la Mujer, 8 de marzo, escribiendo
estas letras y recordando que el día de la mujer debe ser todos los días del año y es que
aunque atesoran méritos de sobra para
ello, tienen el más importante el don que se puede apetecer, el de la vida, la maternidad, que hace que todos
los que hemos tenido buena madre no pase día sin que ante cualquier pequeño
contratiempo o susto digamos: ¡Ay, madre!, pero no con tanta frecuencia decimos :¡Ay, padre!. Dicho esto, de todos es sabido que sin mujeres el mundo
se acaba, y algún aviso nos está dando la despoblación que padecemos.
Quizás alguna discípula de la Kolontai, partidaria de un
mundo sin madres para que los afectos no impidan la revolución, no estén muy
conformes con mis palabras, pero lo cierto es que en un mundo sin identidad,
adánico, sin pasado ni futuro, solo presente, se cuestiona y manipula todo, hasta la misma
fisiología humana, de ahí que el
colectivo mujer – y más cuando hay más
mujeres que hombres – sea estrategia electoral
de algunos, que hasta las tipifican y uniformizan en estética y
vestuario.
La izquierda radical desde la caída del Muro se ha quedado
sin mensaje, por muchas velas que alguno le ponga, y busca vetas, temáticas que
le puedan reportar algún rédito electoral y potencian un feminismo excluyente
que brama contra las injusticias que padece y calla o silencia los abusos o
errores de los suyos, y todo esto ha ido a más en los últimos tiempos y más
ahora que se acercan las elecciones. La prueba más evidente de todo esto nos la
ha dado y da el actual gobierno en funciones que en sus exiguos ocho meses de
actividad ha anunciado cierres de térmicas, pozos de carbón, muerte del gasoil,
pero las penurias que algunos colectivos de mujeres padecen en su entorno
laboral, no las han tocado. Lo único ampliar el permiso de la paternidad, o sea
aplazar el verdadero y real problema de conciliar la vida laboral y familiar
que es tan urgente. Aquí el Gobierno tiene un campo muy abierto para atajar el problema, que no todo es culpa
del empresario, sino del Ejecutivo que no actualiza una inoperante y obsoleta
legislación laboral.
Me han educado en la
estética de la palangana de agua templada y el frasco de colonia de los 60.
Siempre me han dicho que debemos dar a los demás la imagen más positiva de uno
mismo, seamos hombres y mujeres, sin olvidar que el ser guapo o feo no es
mérito o demérito de uno, sino cosas de la genética. Limpieza y riqueza, al
menos en Asturias, no son incompatibles, pues agua tenemos, ahora bien debemos
utilizarla para exhalar ese aroma tan agradable que transmite la sensación de
pulcritud, de lozanía. Hace ya algún
tiempo me encontré con una pariente de edad avanzada y
le dije:
- - Estás
como una rosa. El tiempo no pasa por ti.
Ella me respondió:
- - Cuando
una es joven tiene que merecer, y cuando es mayor no desmerecer.
Esta anécdota la tengo muy presente y justifica una frase que
repetía en clase a mis alumnos: “ Siempre de cara a la belleza”, no sólo la
belleza física, sino a la belleza espiritual que es la que más
encandila. Nuestros clásicos, entre ellos Cervantes, solían identificar bondad
y belleza.
Soy de los admiran la belleza de la mujer. Aplaudo cuando
esta sabe lucir su juventud, su belleza, su esbeltez, su elegancia. Siempre he
dicho que la mujer como más atractiva está es bien vestida y es aquí donde una
y uno debe dotarse de la ropa que cree que le favorece y mejor se amolda a su
cuerpo, no la que imponga la moda. Las cremas y perfumes lo dejamos para otro
momento.
Siempre he defendido y
pedido que la mujer consiga y tenga su autonomía económica y que la maternidad
nunca quebrante sus posibilidades de futuro, de progreso, de felicidad , y es
lo que deseo tal día como hoy, en que algunos desaprensivos quieren ofrecer una
imagen de la mujer que no se ajusta a la realidad, aun reconociendo que como
toda realidad es imperfecta y susceptible de mejoras, y en este apartado de
mejoras revindico la importancia de la mujer como madre, que si siempre la tuvo
en épocas de menos recursos y promoción, y más ahora que la natalidad va camino de
convertirse en un producto muy exclusivo, selecto.
En un día como hoy, donde los apóstoles de la mentira hacen
su agosto, pues sólo piensan en el presente y éste no les obliga ni les
demanda, quiero hacer una petición que creo que no ocupará mucho espacio en las
hojas de los periódicos ni será de gran costo, y es que cuando se informe de
una persona, vecino o celebridad…se tenga a bien poner el nombre con sus dos
apellidos, pues últimamente la rapidez periodística, la falta de espacio o la
dejadez hace que muchas personas no tengan madre, sólo padre. Ayer, azares del destino,
me enteré que el segundo apellido de Nicolás Maduro, era Moro.
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