Se repite la historia, según uno crece en años, duerme menos – pensaba que eran leyendas del abuelo- . Nos cambia, diríamos, el ciclo vital, y para justificarnos decimos que así el día rinde más o aquello de que a quien madruga Dios le ayuda. Nos acostamos pronto y madrugamos más, e incluso muchos días nos preguntamos, como el cantor, “por qué la noche es tan larga guitarra dímelo tú”. No tiene que sorprender que muchos días la noche y el día se abracen casi sin darnos cuenta. Si esto me ocurre casi todos los días, hay uno que tiene para mí un componente especial, que es el martes , día de mercado en Pola desde tiempos inmemoriales, hasta el punto de decir que si no hubiera mercaderes quizás no existiera Pola( La Carta Puebla de 1280 así lo reconoce).Día en que las personas de todas las parroquias del Concejo y de municipios limítrofes , especialmente los mayores, acuden a la Pola. Se encuentran y tertulian, compran y rematan la jornada con comida y si hay contrarios con baraja. Recuerdo que siempre que las notas respondieran, mi padre, si no había clase, me llevaba el martes a la Pola y me invitaba al rico y abundante pincho de tortilla de patata con guisantes, bonito…en la cafetería del Lóriga y después visita obligada al Mercado de Ganado, a los Paraguas de Sánchez del Río.. A la entrada misma, a veces nos recibía, con su pequeño y surtido puesto con sombrilla, casi en forma de ruleta, un vendedor de bolígrafos…que ,con su sombrero de explorador y un pequeño micro de escasa potencia, aireaba su mercancía, su oferta. Ya en el recinto, al fondo , en la parte baja, donde está ahora el paraguas que cobija a la Policía, mis ojos de niño adolescente se asombraban ante tantas vacas pintas de leche, lustrosas, limpias, con las ubres bien cargadas, que daban la sensación que iban a reventar y entre ellas o junto a ellas, el público: tratantes de botas rojas y blusa, vendedores, peones y mirones. De vez en cuando un trato; se terciaba ;se daban la mano y la tijera marcaba lo comprado. Ya, por aquellos años, finales de los 60 y principios de los 70, me encontré con Amador, persona que motiva estas letras, ágil, dinámica y vigorosa.
Después de algunos años, no sé cuántos, parece que fuera
ayer, y ya instalado en la Pola, me
volví a encontrar con Amador, de más edad, vendedor de hortalizas,
huevos y demás productos excedentes de temporada, en los aleros de la Plaza de
Abastos, con su sonrisa cercana, cómplice, jovial, con la palabra oportuna y sincera.
Era de los primeros en llegar a la Plaza, la mayoría de los días, lloviera,
nevara, hiciera frío o sol, ya aparcaba su vehículo antes de las siete . Yo
desde mi cocina le veía.
-Ya está aquí Amador.
Su imagen descargando las mercancías de su coche parece que
la tengo presente cuando escribo estas palabras. Mi mujer solía ser cliente
habitual y, a veces , cuando ella no podía, iba yo. Solía ir
temprano, poco más allá de las ocho y siempre me recibía con esa sonrisa
cordial, cercana, que daba más calor que una central eléctrica. Era uno de esos
encargos caseros que hacía con agrado pues iba a encontrarme con una de esas
personas que al saludarte te alegran el día, te lo hacían ver de manera
diferente, positiva, pues siempre fue un joven con cierta edad y eso percibíamos quienes le tratábamos. La última vez
que fui, en plena mañana, ante la afluencia de clientes, le ayudaba un amigo … Ahora que tanto se habla de las técnicas para
fidelizar al cliente, invitaría a las
Escuelas de Negocios a investigar cuál o cuáles eran las técnicas de Amador y
seguro que quedarían asombrados.
Hace ya unos años, cuando yo salía más, solía encontrarme a un Amador feliz , sonriente, con su chaqueta
azul y corbata, pantalón gris , como diríamos, todo un clásico, alegrándonos
con sus canciones en coros de Pola y últimamente de Lieres. Vitalidad en estado
puro que refleja muy bien su hijo Faustino en su emotiva carta del pasado 9 de abril, al
decirnos “Mi padre vivió libre y autónomo hasta el último momento”.
El pasado jueves, al leer “La Nueva España”, me encuentro con
la dolorosa noticia de la muerte de Amador y en la parte inferior la expresiva
y agradecida carta de su hijo Faustino, que transmite dolor, cariño y
admiración en cada renglón, y no me sorprende pues de casta le viene al galgo. No
dudes Amador - como decía tu hijo- que te echaremos de menos, que has dejado en nosotros un recuerdo
maravilloso, de los que perduran; que al
cruzar el semáforo hacia la Plaza de Abastos seguiremos viendo tu puesto, tu
persona y el cariño que nos has dispensado a cada uno de tus clientes, amigos y
conocidos, y quizás sea llegado ya el día , en que todos reconozcamos y agradezcamos la importancia que
tenéis vosotros, los cultivadores y vendedores de productos excedentes de
huerta, en beneficio de nuestra salud y progreso. Ya, para concluir, te confieso Amador que
las guindas del año pasado han dado un anís exquisito. ¡Muchas gracias!
¡Mi más sentido pésame!
¡Que Dios te proteja que bien merecido lo tienes!
José Antonio Noval Cueto.
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