Ahora
que llegan las Navidades y las editoriales quieren vender lo no vendido, se incrementan
los actos de presentación de libros y se invita a toda persona que haya tenido
cierto protagonismo público a que estampe sus vivencias en libro, quizás para
cumplir el rito de “plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro” y
facilitar que mejore nuestra comprensión lectora, algo deficiente según el último
informe PISA, al mismo tiempo que colabora a incrementar la cuenta de resultados
de la Editora
y la suya, pero yo quiero aprovechar la
oportunidad de escribir estas palabras para rescatar del olvido o airear una
joya literaria de nuestra literatura hispanoamericana, concretamente de
Ecuador, que responde al título de “Cumandá o un drama entre salvajes”,
considerada la primera novela de la literatura ecuatoriana, de contenido romántico
y donde el amor y la selva, son los verdaderos protagonistas de esta obra, que
estructurada en 20 capítulos, tiene como hilo conductor de la trama los amores
de Cumandá, hija del jefe Tongana.
Inquietud que en forma de pregunta aparece ya en las primeras páginas , cuando
al concluir el capítulo 3 se afirma que la hija del jefe Tongana está
enamorada, pero ¿de quién?
. Su
autor es Juan León Mera, político y escritor ecuatoriano, nacido en Ambato un
28 de junio de 1.832 y fallecido en la misma localidad el 13 de Diciembre de
1.894, festividad de Santa Lucía. Fue miembro de la Real Academia de la Lengua Española desde el año
1.872 y fundó la Academia Ecuatoriana
de la Lengua
en 1.874. Esta novela se publicó en Madrid en 1.891 y la crítica de entonces,
especialmente don Juan Valera dijo:” Es de lo más bello que como narración en
prosa se ha escrito en América Latina”.
Esta
narración, ambientada en el Oriente ecuatoriano, nos habla desde las primeras líneas
del monte Tungurahua, que en palabras del autor “ monte de hermosa figura cónica
y de cumbre siempre blanca, parece haber sido arrojado por la mano de Dios
sobre la cadena oriental de los Andes”, de los ríos Pastaza, El Chambo, del
salto de Agoyán, la cascada más alta de los Andes ecuatorianos… o de la bella
localidad de Andoas “bello y pintoresco pueblo, vergel cultivado por los
misioneros en el corazón de las selvas, en la desembocadura del Bobonaza…y de
la singular Cumandá, enamorada de Carlos de Orozco.
Son
muchas las razones que me llevan a recomendar su lectura – ahora que tanto se
habla de educar los sentimientos-, la primera y quizá la más importante, la relevancia
que tiene el amor en la misma, un amor noble, sublime, un amor donde la ternura
tiene su presencia, un amor no tan estridente ni exagerado como nos tiene acostumbrados la literatura romántica.
Ninguno de los dos protagonistas Cumandá y Carlos desmerecen en grandiosidad y
altura de miras. Son dos excelentes creaciones del autor, especialmente Cumandá
que da nombre a la novela y cuya fuerza vital ha dado origen a tres óperas y adaptada para el teatro. En segundo lugar
es de citar la pericia del escritor para organizar la trama y presentarla de
una manera bella, ordenada, amena, a pesar de las múltiples descripciones de
esa exuberante naturaleza que enmarca la acción, y donde la habilidad del autor
provoca la curiosidad del lector y le obliga a involucrase más en lo que sucede
y proseguir su lectura. Es tal la grandiosidad de la prosa que el lector cae subyugado
ante su fuerza, ante su encanto, y su única defensa es continuar la lectura. Recomiendo
también su lectura por el desconocimiento que tenemos los españoles de la
literatura de la otra orilla, a la que citamos o etiquetamos pero no leemos , y
para eso no tenemos justificación., pues si leer es protestar contra las
insuficiencias de la vida, según Vargas Llosa, aún estamos a tiempo de satisfacer
nuestras carencias y evitar que la sociedad de las etiquetas siga imponiendo su
ley, condenando al olvido obras memorables de nuestra literatura como ésta. Por último he de confesaros que nunca es
tarde para cumplir una recomendación de un antiguo profesor que me hablaba de
las bondades de esta novela y de este autor, Juan León Mera, gran impulsor de
la enseñanza ecuatoriana y que no tuvo reparo en recordarnos algo tan válida
para la actualidad, “como que la escuela primaria de la sociedad es la familia”.
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