“El Papa de la bondad”
Cada día tiene su propio afán, su protagonismo, y son
multitud los hechos o situaciones que sensibilizan a uno. Una de las primeras
actividades que hago todos los días es navegar por internet y pulsar como viene
el día, no sin antes consultar el santoral y he aquí que ayer me encontré que
la Iglesia celebraba la festividad de San Juan XXIII, el apodado “Papa Bueno”,
y escogía acertadamente la fecha del 11 de octubre porque tal día como ayer, del
año 1962, se inauguraba el Concilio Vaticano II convocado por el Papa un 25 de
enero de 1959, a los tres meses de su
elección, y del que nos ha dejado abundante documentación ese gran sacerdote y
periodista que fue el padre José Luis Martín Descalzo.
La Iglesia en estos tiempos tan cambiantes y de zozobra que
se vivían y se avecinaban tenía que hacer llegar su mensaje, su apuesta por la
Humanidad y recordar que: “La comunidad cristiana está integrada por hombres
que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar
hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para
comunicarla a todos”(Proemio “Gaudium et spes”). El objetivo era una puesta al
día de la Iglesia, renovando aquello que fuera susceptible de renovarse y en
palabras del propio pontífice:” Quiero abrir las ventanas de la Iglesia para que
podamos ver hacia fuera y los fieles puedan ver hacia dentro”.
Para un niño como yo,
en aquellos tiempos que empezaba su andadura la televisión, las imágenes y
noticias que me llegaban cargaban mi
retina de asombro- nunca había visto tantos cardenales y obispos juntos- y
además las celebraciones religiosas en San Pedro del Vaticano , su baldaquino y
sus columnas salomónicas aportaban la majestuosidad que nuestra mente infantil
exageraba. Lo cierto es que de un día para otro pasamos de tener la misa en latín y al sacerdote de espaldas, a
escucharla en castellano y con la mirada del sacerdote dirigiéndose a nosotros,
menos mantillas en la cabeza de las señoras y, poco a poco, los misales
quedaron en las esquinas de los templos o en nuestras casas. En el Colegio, con
aire esperanzado, se nos hacía ver la importancia del Concilio y el privilegio
que suponía ser testigos y coetáneos del mismo, pues el Concilio Vaticano I
quedó suspendido por la guerra franco prusiana el 20 de octubre de 1870.
Siempre que se habla de Papas es frecuente que se citen sus
encíclicas, pero que se omitan o queden en segundo lugar otros títulos suyos
menos doctrinales y profundos que ayudan
a conocer mejor las preocupaciones humanas y avatares diarios del pontífice, y
esto me ha pasado a mí con San Juan XXIII y es que hace ya bastantes años,
antes incluso de la caída del Muro de Berlín y cuando en Occidente se
desconocía la problemática y desesperación del bloque del Este, el sacerdote de
mi parroquia, don Belisario, me dejó el libro titulado “Cartas a su familia”,
publicado en 1969 y cuyo autor era el papa Juan XXIII. Volumen que reunía
multitud de cartas dirigidas a sus familiares, donde habla de temas muy
personales y a veces deja caer algún comentario sobre la actualidad que le
rodeaba. Y es en su lectura, como quien les habla descubre que en el llamado Bloque del Este no
es todo alegría, risas y felicidad, sino resignación, tristeza, pesimismo y así
lo expone su santidad en cartas a sus familiares cuando él era Delegado
Apostólico de Bulgaria, allá por los años 30. Mientras , repito en Occidente y a pesar de
esa época difícil de la llamada “guerra fría” nuestro desconocimiento de la
Unión Soviética era total y basta para ello recordar cómo reaccionó la
intelectualidad occidental cuando fue expulsado de Rusia el escritor y Premio
Noble de Literatura Aleksandr Solzhenitsyn llamándole carca, retrógrado ,
manipulador, mentiroso, espía al servicio de la CIA... Años después, caída del
Muro de Berlín (1989) se pudo comprobar que
su novela ”Archiélago Gulap”, represión , penurias y muerte en los campos de
concentración de Siberia, era una sangrienta realidad.
De la lectura de esas cartas sencillas, circunstanciales y
familiares, impregnadas de su bondad, a un ritmo de tres o cuatro al día, no
más, se comprueba como el Papa seguía las inquietudes y angustias del momento
(Guerras Mundiales), se preocupaba de los cambios y manipulaciones que traía la
sociedad moderna. Nos hablaba de la importancia
de la lectura y de un buen asesoramiento , pue no todo se puede leer y se debe leer en edades muy tiernas, y
animaba a los padres a una reflexión y cuidado de la formación de sus hijos,
opiniones muy semejantes las he leído hace poco en el artículo de Clarín titulado “Arte de
leer”; de la necesidad de la oración, de
sabernos Hijos de Díos, de si sus familiares ya habían acabado el
servicio militar o las faenas del campo y si hubo buena o mala cosecha,
preocupación propia de una persona del entorno rural, que sabe que la seguridad
no existe y que el beneficio o la ruina depende de un mismo factor, del tiempo…
Hoy el santoral ha vuelto a recordarme mi niñez y parece que aún oigo el rumrum del motor del viejo autobús que sube, cansado y torpe, la
calle del Rosal, para dejarme junto al Colegio, y me parece ver las banderas y
crespones que cuelgan en muchas ventanas de la calle como expresión de dolor
por la muerte de su Santidad Juan XXIII, hoy ya santo . Los exámenes finales de
junio de 1963 tuvieron un toque diferente, melancólico, triste, nos faltaba el Pastor, el
Buen Pastor, el Papa Bueno, San Juan XXIII .
José Antonio Noval Cueto.
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