miércoles, 27 de septiembre de 2017

“Lo que el viento se llevó…”


Mientras escribo estas letras la galería Sotheby subasta la vida interior de la actriz Vivien Leigh también conocida como Scarlett O’Hara, por el papel que desempeñó en la película que da nombre a este artículo. Entre sus pertenencias personales se subasta la novela en que se basó la película,   con dedicación de la autora, Margaret Mitchell. Escrita en 1936 y  llevada al cine en 1939. Su precio de salida es de 5.430 euros.

Que noticias tan estrambóticas como ésta tengan al libro como protagonista da pie a recordar la importancia que tiene el mismo en la subsistencia de la especie humana, pero eso sí, siempre que responda a los parámetros que todos deseamos, por aquello de que un buen libro, un buen amigo y un buen consejo son las herramientas básicas para el progreso humano y para la añorada libertad de la especie, pero para ello es necesario que tengan un mínimo de calidad, algo que últimamente descuidan los editores y posponen al deseable beneficio o cuenta de resultados.

Recientemente la consultora Nielsen  informaba que entre enero y agosto se vendieron en España un total de 3.035.152 títulos y por esas mismas fechas el escritor Juan Manuel de Prada hacía suyas las palabras del periodista  Enrique Älvarez cuando  decía que: “libros inútiles” no son simplemente papel o paja, son mejillones-tigre que contaminan de forma grave el hábitat cultural”, y de esto es necesario hablar, prevenir, pues no todo vale.

Verano, vacaciones, ocio hace  que casi de manera semanal, desde periódicos, revistas, radio, televisión se juegue con la buena fe de los lectores , oyentes o televidentes y se les anime o se les  estimule a comprar libros que carecen de la mínima calidad y  generan entre otros múltiples daños,  pérdidas de tiempo y dinero irreparables. He seguido durante este tiempo las recomendaciones que se nos hacían llegar y me encontré con la desagradable sorpresa que a los autores anteriores al siglo XX, excepto Dostoievski, no se citaba a ninguno, y los que se mencionaban   era mejor no hacerlo, pues destruían más que construían, y de calidad, cero. Si nos preocupamos de la salud de nuestro cuerpo y llevamos un tipo de vida y de alimentación equilibradas, con más motivo debemos preocuparnos de la salud mental, y últimamente hay muchos productos que se dicen culturales y atentan contra la misma. Nuevamente repito lo de no todo vale, si evito el azúcar, para no tener diabetes, habrá que proteger la mente contra los agentes alienantes, bipolares y destructivos.

De todo esto se deduce que nuestros loables deseos de cultura, libertad, estabilidad, armonía,progreso  reclaman de nosotros reflexión, información, valoración de las fuentes, o dicho de modo más castizo no chuparse el dedo y evitar los muchos timos culturales que tenemos  al alcance de la mano. No todo libro es libro, ni toda película, película. Nuestra   obligación es buscar, encontrar  un buen libro, una buena película. Esos y esas que recordamos con frecuencia y que nos proporcionaron un ocio creativo, jugoso , festivo, donde la naturalidad, la sencillez, la belleza y el problema se dan la mano; donde parece que las palabras y las imágenes se pesan y se mezclan y donde la carga humana es el resorte principal de la trama. Esas y esos que son útiles a cualquier edad y en cualquier momento. Esas y esos que crean escuela, devoción, discípulos, como recientemente he experimentado con un autor que conocía de hace algunas décadas con su bello libro “Mi planta de naranja lima” donde  la ternura de Zezé nos habla de los flacos dedos de la pobreza, de la desgracia que es tener un padre pobre, de la necesidad de tener una sensibilidad social,  que  la ternura crecía trocito a trocito, que la alegría era “un sol brillante dentro del corazón” y todo ello con una prosa sencilla, natural, rítmica, casi diría que poética, que animaba a uno a proseguir, a pasar página . Un buen libro de literatura para todos, especialmente para los adolescentes. Su autor el brasileño José Mauro de Vasconcelos, con quien nuevamente he vuelto a encontrarme este verano y me ha vuelto a deparar momentos  muy agradables con la ternura y la fantasía como protagonistas y con el personaje de Zezé convertido ya en un  casi adolescente, educado,  arregladito pero triste, ya que no acaba de adaptarse a su nueva situación de niño adoptado ,  y que es   ayudado por dos amigos invisibles . Uno,  Adán, el sapo cururú, que va a enseñarle una vida nueva, donde la ruindad y la tristeza no tengan cabida,  y que le dice que “el sol más importante es el que nace en el corazón, el sol de nuestras esperanzas, el sol que calentamos en el pecho para calentar nuestros sueños” y otro el mismísimo Maurice Chevalier a quien conoció en su película “El soltero inocente”.  A partir de ahí y con los ingredientes que le caracterizan de poética y rítmica prosa, fantasía, ternura, aventuras, naturalidad y dudas adolescentes se construye un buen y bello libro que nos hace mantener abiertas “las ventanas del alma y que entre la música de las cosas, la poesía de los momentos de ternura…” Entre ambos libros un recuerdo, una enseñanza, la muerte del Portuga, “ el hombre que le enseñó que la vida nada valía sin ternura”.

Por lo dicho se deduce que aún es posible disfrutar de una buena literatura y la prudencia aconseja consultar, informarse e incluso  apelar a la propia experiencia, como ha sido mi caso, al escoger  entre las múltiples estanterías y libros de la Biblioteca Pública de Pola de Siero el libro José Mauro de Vasconcelos titulado “Vamos a calentar el sol”.  Como esperaba, no me ha defraudado y así os lo cuento.
     

                             José Antonio Noval Cueto


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