No hace mucho en estas misma columna comentaba la
inmortalidad del árbol, del “texu, del roble”, testigo de la vida de muchas
generaciones, y ahora de la palabra escrita, que justifica la existencia de
escritores, periodistas y notarios… aunque no por los mismos fines u
motivos. El escritor intenta detener el
instante, parar el tiempo y testimoniar su época. Relata las aspiraciones , anhelos,inquietudes y angustias del ser humano y para ello su único instrumento es la palabra y su
prosodia. Y es precisamente la prosodia quien
motiva estas letras , y es que desde hace algún
tiempo y quizás debido a la saturación informativa de los personajes como Puigdemont
y el presidente coreano Kim Jong Un – el hombre bomba del presidente Trump- , residente en Pyongyang,
su difícil pronunciación y memorización ,
quizás por eso de la “g” final de
sílaba, me hace relacionarlos, sin entrar en otros motivos que dejo para los sesudos
expertos de la política nacional e internacional.
Hoy sólo quiero hablar de las palabras, de su fragilidad e
importancia, y esta preocupación me viene últimamente de mis lecturas, pues no
hace mucho me encontré con Nemrod, hijo de Cus y bisnieto de Noé, impulsor de la
torre de Babel y a Cascas, el augur
griego que ideó el caballo de Troya y es
que , de un tiempo a esta parte, de megalómanos y tahúres vamos bien, con las
perniciosas consecuencias que todos conocemos...Cada día me doy más cuenta de
la importancia y fragilidad de las palabras. Importancia que viene de su
pretensión de clasificar la realidad y es que todo idioma que se precie alardea de
precisión, flexibilidad, utilidad y belleza, y sabe que no todos los contenidos encuentran la expresión
o término adecuado ya que el tipo de vida, costumbres , fines e incluso alimentación
varia de un pueblo, región o nación a
otros…
Todo esto me da pie para plantearme la relación que existe
entre las palabras y las personas, del mismo modo que los biólogos estudian el color de las aves según la alimentación que
reciben, y esto es fácil de detectar, con oír al hombre del
tiempo o al parroquiano, que con voz grave, pide su consumición en una taberna
madrileña y oye la pronta respuesta del camarero que le dice:
- - Se
nota que es usted del Norte.
Afortunadamente la diferente pronunciación según origen, no impide ni dificulta la comunicación, ni el amor entre los mortales, pero la velocidad que imprimimos al diario
vivir, - las motos de Telepizza circulan a las 21:30- no deja momento para el sosiego, para la
tranquilidad y menos para saborear una deliciosa tortilla, y esto provoca la fragilidad del idioma que opera con palabras muy parecidas de significados muy
opuestos que se introducen en el subconsciente para participar en esta
ceremonia de la confusión en la que estamos instalados , y es que la diferencia que existe entre “tradición “ y “traición”,
“patetismo” o “patriotismo”, de “héroe”
a “Herodes”, o de “Siero” a “serio”…al ritmo que vamos y más en la época de la posverdad o mentira, se atenúa o va desaparece.
La culpa no es de la palabra, sino del usuario , y algo
tenemos que hacer para que el idioma se use correctamente y que las diferencias
entre el bien y el mal sean claras , nítidas, transparentes y evidentes, y es
que como decía Dante “La confusión de las personas fue siempre el principio de
las desgracias de las ciudades, como la mezcolanza de los alimentos lo es de
las del cuerpo”… Como consolación también he de decir que hay semejanzas con
positiva carga cultural y docente, como la de “libro “ y “libre”. La conclusión
es clara.
Desde últimos del siglo XX y principios del XXI los habitantes
de Lugones han pasado de ser “lugoninos”, a “lugonenses” y ahora “lugoneses”.¿Motivos? ¿Linguísticos?... Merecen un análisis más pormenorizado. Si quieren que sus
escritos perduren usen tinta azul que no se diluya, papel de buena textura, y cuando sea preciso consulten al diccionario.Un
saludo.
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