El lunes santo, 15 de abril de 2019, mientras esperaba en mi
casa la llegada de un amigo, mi celular, a eso de las 20:00 horas , empezó a
parpadear insistentemente y en su parte inferior decía: “Noticias de última
hora: La catedral de Notre Dame en llamas”, poco después, las pantallas de las
diferentes cadenas televisivas daban idéntica información. Quedé perplejo, no
daba crédito e incluso llegue a pensar si sería una falsa noticia, de esas que
tanto abundan ahora, pero con el paso del tiempo la realidad cobra tintes de
tragedia y el edificio que ocupa una extensión de más de cinco mil metros
cuadrados podía venirse abajo. Mi subconsciente se negaba a admitirlo, la
consideraba inmortal, eterna, inmune al paso del tiempo, y es que a pesar no haberla visitado, he andado por su
naves, he subido a sus torres y he ayudado a Quasimodo a tañer las campanas y a
proteger a su amada, la bella y buena Esmeralda , y todo ello gracias a la
habilidad de uno de los mejores novelistas europeos, padre de las letras
francés y descendientes de españoles, Don Víctor Hugo, quien en su novela
“Nuestra Señora de París”, que tiene como marco París y su catedral, nos cuenta
que después de 537 años que Quasimodo fuera nombrado “Papa de los locos”, un 6
de enero de 1482, sus enemigos los truhanes han hecho una de las suyas y ,aprovechándose
de un error humano o de un fallo de la
luz, han dejado sin celda protectora a
Esmeralda y a él sin trabajo.
He viajo más leyendo que andando y una de mis primeras lecturas fueron “Los
Miserables”, también de Víctor Hugo, novela que compré hacia los años 70 en la
desaparecida Librería Santa Teresa y que tiene sitio destacado en mi
biblioteca; sin embargo, bien porque uno no puede leerlo todo o bien porque las
modas y novedades editoriales a veces nos condicionan, he tardado más en leer
su novela “Nuestra Señora de París”, y
desde entonces es una de esas que recomiendo a amigos y por supuesto a mis
alumnos, y de todos ellos recibo opiniones magníficas, y es que su lectura no
deja impasible a nadie, marca la diferencia,
te sublima, te indica lo que es literatura de la buena, y eso que sus
inicios se hacen difíciles, debido a las extensas descripciones de París y de Notre Dame, pero personajes como Pierre Gringoire, que busca ser poeta para
obtener el éxito de un boticario, y que es capaz de arrastrarse por el suelo
cuando las circunstancias lo piden, ya que
los reyes(de la época)… “sólo
tiene los oídos en los pies” o el diabólico y mezquino clérigo Claude Frollo, o el frívolo y egoísta capitán Febo de
Chateaupers, o su novia Flor de Lis, que
desde el balcón de su casa, sita enfrente de la Catedral, presenciaba las
perrerías y atropellos del momento, o la
singular pareja de Esmeralda y Quasimodo , no abundan. Todos ellos conforman una trama
humana única, digna de aplauso hoy y siempre.
Y todo esto ha tenido que ocurrir en la Semana de Pasión, un
lunes santo, cuando la campana preferida de Quasimodo, de nombre María, no
paraba de llorar, de tañer, de pedir clemencia, súplica, comprensión, ayuda,
humanidad, amor. Su Hijo, su único Hijo está en peligro, le rodean buitres y
carroñas humanas que envidian al Lázaro
resucitado, y critican a Marta y María
por el frasco de perfume derramado. De todo se sirven que crear insidias, división,
enfrentamiento, odio, muerte; hasta
del mismo Judas.
Decía Guttenber que el libro va a matar al edificio. Nosotros
decimos que más que matarlo, lo va sobrevivir, dar fe de su existencia y bastará
con leerlo , pero creo que las cosas no ocurren por casualidad y que esa
llamita vagabunda que ha generado grandes destrozos en Notre Dame y desolación
en París y en todo el mundo, nos recuerda ,en estos tiempos de Pasión, que nos queda la Palabra, que la Palabra se hizo carne
y habita entre nosotros. Es esta misma Palabra quien provoca estas letras que buscan animar,
amparar, reponer fuerzas, seguir el
camino y suplicar a nuestra Madre que
ahora que se ha quedado temporalmente sin casa, se cobije en nuestro corazón y
nos proteja. ¡Somos tan poquita cosa!
José Antonio Noval Cueto.
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