Aunque soy analógico y mis conocimientos digitales muy
limitados – ya me coge algo maduro esta revolución digital- desde finales del año 2012 y a sugerencia de
Marta, la novia de mi hijo Pablo, estoy en comunicación con vosotros gracias a
este “blog” que responde al nombre “enprodelhumanismo”
y que busca defender y potenciar las Humanidades en un mundo tecnológico y
artificial, donde máquinas, animales y cosas tienen más importancia que el
mismo ser humano y es que tengo la certeza que le irá mal a la Tierra si el
hombre desaparece. Con este escrito ya son quinientos los que contiene mi “blog”, y con tal motivo me he preparado
para la ocasión, cual si fuera mi cumpleaños, y os traslado estas letras de
tono muy personal y biográfico que tituló “Juventud 70” y que responde a tres
hechos importantes unidos entre sí y que a continuación explico.
Ahora que uno ya entra en años, ahora que uno desde la
lejanía hace balance de lo vivido, sabe que hay hechos y fechas que marcan
nuestras vidas y en mi caso el año académico que cursé en Burgos, en el año
1969-1970, en el Colegio Liceo Castilla de los Hermanos Maristas ha sido
crucial en mi vida, pues allí viví experiencias humanas y culturales cuya
estela aún perdura y todo porque los que hemos tenido el privilegio de ser
hijo-nieto – mis hermanos me sacaban 19 y 15 años de diferencia- disfrutamos de
excesivas prerrogativas, mimos, ventajas. Lo sabíamos y abusábamos de ello y
llegó el momento que hubo que echar el freno y para cumplir ese menester estaba
el internado.
De ahí que un día caluroso de setiembre de 1969 me vi en
Burgos, en mi habitación austera, individual y sometido a la disciplina
colegial y castellana. En una vida sujeta a horario, con más deberes y
obligaciones que diversiones. Nos levantábamos a las 7:00 h de la mañana, a las
7:15 teníamos estudio hasta las 8:30 horas que desayunábamos y a las 9:00
empezaban las clase. Las comidas las hacíamos en mesas de cuatro y cada día uno
servía a los demás. Los domingos la comida era más rica. La mayoría de los
internos eran de localidades burgalesas, pero también había vascos, navarros,
cántabros y un asturiano que era yo. Nuestro prefecto o hermano responsable era
el marista don José María del Corral, fraile de honda y amplia cultura y de
profesión filósofo. Era frecuente verle con libros de Austral, de solapa
verde/blanco, de filósofos griegos e incluso del mismo inglés Bertrand Russel. Persona
cordial, precisa, amante del baloncesto y dinamizador de la vida cultural del internado con viajes culturales,
conferencias, cine fórum, concursos literarios y fundador de la revista colegial titulada “Juventud 70”, donde
los responsables y colaboradores escribíamos a cerca de la vida colegial, de
nuestras inquietudes y angustias, con alguna que otra poesía. Cuando la
teníamos que hacer nos ayudaba el mismo director, el hermano Gabriel , que al
mando de la arcaica máquina, creo que ciclostil, vomitaba las hojas en blanco y
negro, sólo la portada tenía algún que otro color, aunque dominaba el blanco.
Distribuidas y numeradas las hojas, a graparlas Allí
escribí mis primeros artículos, cuyo contenido hoy he olvidado , bajo el
seudónimo de “Aleph”, primera letra de abecedario hebreo; sólo más tarde supe
que una de las mejores obras de Borges se titulaba “El Aleph”. Creo que hicimos
sólo dos números. Los domingos, en vez de levantarnos a las 7, a las 8 y unos minutos
antes nos despertaban con música clásica o con canciones típicas de cada
región, de tuna, o algunas del momento. En los paseos de fin de semana no
faltaba la visita a la Catedral, a mirar el Papamoscas, tomar unas sidras
vascas que se comercializaban allí, como aquí las pintas de vino, no se
escanciaban, y el momento más clave del mediodía y de la media tarde, era el
paseo por el Espolón, que linda con el río Arlanzón y ya de regreso a
escudriñar en la Estación de Autobuses, donde paraban los autobuses de la
Continental y siempre había algo de ajetreo y además, en frente, teníamos un
internado femenino con quien hablábamos. En los tocadiscos de pago sonaban las canciones de los Beatles, Rollings,
Creedence Clearwarter Revivil, Los Bravos, y como no , “La Romería”. Siempre
que la oía se me ponía la piel de gallina, melancolía, añoranza. Hasta Navidad
no volveré a casa, parecía que el día no llegaba y para más enri, cogía el Shanghai
–tren Barcelona-Vigo - en Burgos y me tenía que bajar en León, a esperar el
que me trajese a Oviedo, tiempo que aprovechaba para comprar la típica caja de
mantecadas de Astorga.
En el ambiente literario dominaba las novelas de Martín Vigil
, especialmente para adolescentes, Juan Antonio
Zunzunegui y especialmente José María Gironella con su trilogía sobre la Guerra
Civil con “ Los cipreses creen en Dios, Un millón de muertos, Ha estallado la
Paz, ”, y en el apartado de revista semanal se imponía “La Gaceta Ilustrada”
con unos excelentes reportajes y buenas colaboraciones. Ideológicamente se
divulgaban muchos los contenidos y reyertas del mayo francés de 68 y la figura de Gandhi.
Aún no estábamos tan radicalizados, todavía estaba lejos la Transición, la
tranquilidad la rompía algún atentado de ETA.
Burgos tenía mucha actividad literaria, se leía mucho. En las
terrazas del Espolón era frecuente la lectura de la prensa y en el mismo paseo
había librería e incluso Biblioteca Pública. En el Cine Avenida escuché declamar poesía a Gerardo Diego,
Manuel Alcántara, Federico Muelas, José Antonio Medrano, Conrado Blanco –
impulsor del certamen poético y creador de “Alforjas para la poesía”-... También
en nuestro colegio teníamos a algún fraile que hacía y declamaba poesía.
Por la primavera fuimos de excursión al País Vasco, visitamos
San Sebastián, su puerto pesquero, donde los pescadores chapurreaban un idioma
que no entendía, el eusquera, y en la vitrina de una librería se anunciaba un “Diccionario
vasco-español”. De regreso, paramos en Vitoria, en la calle Dato, visitamos una
discoteca de moda ,y apenas iniciada la tarde-noche, de vuelta a casa.
Acabó el curso y no pude seguir en Burgos y el motivo es que
el Colegio no impartía la sección de Letras en Bachiller Superior. Concluye mi
rica experiencia burgalesa y ese mismo año,1970, se inaugura el Instituto de
Lugones y allí me matriculé y tuve la fortuna de contar con una plantilla de
profesores excelentes que alentó y
potenció mis inquietudes humanas y culturales.
De Burgos traigo recuerdos que me acompañan siempre, su morcilla
de arroz, su lechazo, su honda religiosidad simbolizada en el enorme Cristo
expresionista que cuelga del presbiterio de la Iglesia de los Carmelitas que
impresionaba a mis ojos adolescentes y en el traje de estameña del cartujo que hace
oración en la Cartuja de Miraflores un caluroso día de junio, y la buena gente
que allí me he encontrado que han hecho que este episodio fuera fundamental en mi
vida, y estas palabras dan fe de ello.
Al empezar estas letras os decía que tenía un triple motivo:
a/ Los 70 fueron la primavera de mi vida b/ Mi estancia en Burgos en el curso 1969/70 y c/ Mi bautismo periodístico en la revista
colegial burgalesa “Juventud 70”. ¡Muchas gracias!
José
Antonio Noval Cueto
P.D Seguiré escribiendo sobre todo aquello que provoque mi curiosidad y asombro o agite mi conciencia, pues creo que entre
todos podemos hacer un mundo mejor y fraterno.