jueves, 21 de noviembre de 2019

“Juventud 70…”




Aunque soy analógico y mis conocimientos digitales muy limitados – ya me coge algo maduro esta revolución digital-  desde finales del año 2012 y a sugerencia de Marta, la novia de mi hijo Pablo, estoy en comunicación con vosotros gracias a este “blog” que responde al nombre  “enprodelhumanismo”  y que busca defender y potenciar  las Humanidades en un mundo tecnológico y artificial, donde máquinas, animales y cosas tienen más importancia que el mismo ser humano y es que tengo la certeza que le irá mal a la Tierra si el hombre desaparece. Con este escrito ya son quinientos los que contiene  mi “blog”, y con tal motivo me he preparado para la ocasión, cual si fuera mi cumpleaños, y os traslado estas letras de tono muy personal y biográfico que tituló “Juventud 70” y que responde a tres hechos importantes unidos entre sí y que a continuación explico.

Ahora que uno ya entra en años, ahora que uno desde la lejanía hace balance de lo vivido, sabe que hay hechos y fechas que marcan nuestras vidas y en mi caso el año académico que cursé en Burgos, en el año 1969-1970, en el Colegio Liceo Castilla de los Hermanos Maristas ha sido crucial en mi vida, pues allí viví experiencias humanas y culturales cuya estela aún perdura y todo porque los que hemos tenido el privilegio de ser hijo-nieto – mis hermanos me sacaban 19 y 15 años de diferencia- disfrutamos de excesivas prerrogativas, mimos, ventajas. Lo sabíamos y abusábamos de ello y llegó el momento que hubo que echar el freno y para cumplir ese menester estaba el internado.

De ahí que un día caluroso de setiembre de 1969 me vi en Burgos, en mi habitación austera, individual y sometido a la disciplina colegial y castellana. En una vida sujeta a horario, con más deberes y obligaciones que diversiones. Nos levantábamos a las 7:00 h de la mañana, a las 7:15 teníamos estudio hasta las 8:30 horas que desayunábamos y a las 9:00 empezaban las clase. Las comidas las hacíamos en mesas de cuatro y cada día uno servía a los demás. Los domingos la comida era más rica. La mayoría de los internos eran de localidades burgalesas, pero también había vascos, navarros, cántabros y un asturiano que era yo. Nuestro prefecto o hermano responsable era el marista don José María del Corral, fraile de honda y amplia cultura y de profesión filósofo. Era frecuente verle con libros de Austral, de solapa verde/blanco, de filósofos griegos e incluso del mismo inglés Bertrand Russel. Persona cordial, precisa, amante del baloncesto y dinamizador de la vida cultural  del internado con viajes culturales, conferencias, cine fórum, concursos literarios y fundador de la  revista colegial titulada “Juventud 70”, donde los responsables y colaboradores escribíamos a cerca de la vida colegial, de nuestras inquietudes y angustias, con alguna que otra poesía. Cuando la teníamos que hacer nos ayudaba el mismo director, el hermano Gabriel , que al mando de la arcaica máquina, creo que ciclostil, vomitaba las hojas en blanco y negro, sólo la portada tenía algún que otro color, aunque dominaba el blanco. Distribuidas y numeradas las hojas, a graparlas   Allí escribí mis primeros artículos, cuyo contenido hoy he olvidado , bajo el seudónimo de “Aleph”, primera letra de abecedario hebreo; sólo más tarde supe que una de las mejores obras de Borges se titulaba “El Aleph”. Creo que hicimos sólo dos números. Los domingos, en vez de levantarnos a las 7, a las 8 y unos minutos antes nos despertaban con música clásica o con canciones típicas de cada región, de tuna, o algunas del momento. En los paseos de fin de semana   no faltaba la visita a la Catedral, a mirar el Papamoscas, tomar unas sidras vascas que se comercializaban allí, como aquí las pintas de vino, no se escanciaban, y el momento más clave del mediodía y de la media tarde, era el paseo por el Espolón, que linda con el río Arlanzón y ya de regreso a escudriñar en la Estación de Autobuses, donde paraban los autobuses de la Continental y siempre había algo de ajetreo y además, en frente, teníamos un internado femenino con quien hablábamos. En los tocadiscos de pago  sonaban las canciones de los Beatles, Rollings, Creedence Clearwarter Revivil, Los Bravos, y como no , “La Romería”. Siempre que la oía se me ponía la piel de gallina, melancolía, añoranza. Hasta Navidad no volveré a casa, parecía que el día no llegaba y para más enri, cogía el Shanghai –tren Barcelona-Vigo - en Burgos y me tenía que bajar en León, a esperar el que me trajese a Oviedo, tiempo que aprovechaba para comprar la típica caja de mantecadas de Astorga.

En el ambiente literario dominaba las novelas de Martín Vigil , especialmente para adolescentes,  Juan Antonio Zunzunegui y especialmente José María Gironella con su trilogía sobre la Guerra Civil con “ Los cipreses creen en Dios, Un millón de muertos, Ha estallado la Paz, ”, y en el apartado de revista semanal se imponía “La Gaceta Ilustrada” con unos excelentes reportajes y buenas colaboraciones. Ideológicamente se divulgaban muchos los contenidos y reyertas del mayo francés de 68 y la figura de Gandhi. Aún no estábamos tan radicalizados, todavía estaba lejos la Transición, la tranquilidad la rompía algún atentado de ETA.

Burgos tenía mucha actividad literaria, se leía mucho. En las terrazas del Espolón era frecuente la lectura de la prensa y en el mismo paseo había librería e incluso Biblioteca Pública. En el Cine Avenida  escuché declamar poesía a Gerardo Diego, Manuel Alcántara, Federico Muelas, José Antonio Medrano, Conrado Blanco – impulsor del certamen poético y creador de “Alforjas para la poesía”-... También en nuestro colegio teníamos a algún fraile que hacía y declamaba poesía.

Por la primavera fuimos de excursión al País Vasco, visitamos San Sebastián, su puerto pesquero, donde los pescadores chapurreaban un idioma que no entendía, el eusquera, y en la vitrina de una librería se anunciaba un “Diccionario vasco-español”. De regreso, paramos en Vitoria, en la calle Dato, visitamos una discoteca de moda ,y apenas iniciada la tarde-noche, de vuelta a casa.

Acabó el curso y no pude seguir en Burgos y el motivo es que el Colegio no impartía la sección de Letras en Bachiller Superior. Concluye mi rica experiencia burgalesa y ese mismo año,1970, se inaugura el Instituto de Lugones y allí me matriculé y tuve la fortuna de contar con una plantilla de profesores excelentes  que alentó y potenció mis inquietudes humanas y culturales.

De Burgos traigo recuerdos que me acompañan siempre, su morcilla de arroz, su lechazo, su honda religiosidad simbolizada en el enorme Cristo expresionista que cuelga del presbiterio de la Iglesia de los Carmelitas que impresionaba a mis ojos adolescentes y en el traje de estameña del cartujo que hace oración en la Cartuja de Miraflores un caluroso día de junio, y la buena gente que allí me he encontrado que han hecho que este episodio fuera fundamental en mi vida, y estas palabras dan fe de ello.

Al empezar estas letras os decía que tenía un triple motivo: a/ Los 70 fueron la primavera de mi vida  b/ Mi estancia en Burgos en el curso 1969/70  y  c/ Mi bautismo periodístico en la revista colegial burgalesa “Juventud 70”. ¡Muchas gracias!

                                      José Antonio Noval Cueto

P.D Seguiré escribiendo sobre todo aquello que provoque mi curiosidad y asombro o agite  mi conciencia, pues  creo que entre todos podemos hacer un mundo mejor y fraterno.


 

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