domingo, 1 de marzo de 2020

“Y llegó la piqueta…”





Era una muerte anunciada y no por eso deja de ser muerte – me costó mucho entender porque nuestras abuelas rezaban por una buena muerte-, y toda muerte provoca lamento, desolación, ruptura. Se ve que los cuidados intensivos no eran la solución, que la única terapia era la piqueta, el derribo, a fin que brote nueva vida, fuerza, dinamismo…Me avisaron del suceso el martes, 25 de febrero, a media mañana.

-         José, están tirando el Bar Madrid. Lo lamento, pues se va una parte importante de tu vida.

-         Gracias, Alberto, sabía que estaba en las últimas, que le quedaban pocos días de vida. No hace mucho  la prensa informaba de las intenciones del promotor de iniciar la construcción de un grupo de viviendas en la parcela. Mañana tengo que ir a Lugones y pasaré por allí. No obstante he de decirte que mientras viva esos recuerdos y vivencias , muy gratos y felices, me acompañarán siempre, irán conmigo a donde quiera que vaya. Son mis señas de identidad y he de decirte que uno de los títulos del que más orgulloso me siento es el de ser José el del Bar Madrid, en atención a que mis padres regentaron ese bar desde  el 13 de mayo de 1957, día en que yo cumplía tres años hasta alcance los treinta, a  mediados de los años 80.

Al día siguiente, 26 de febrero, hacia las 11 de la mañana, pasé por allí y vi como una pala primero y después una cesta con martillo derribaban lo poco que quedaba en pie del inmueble, la parte baja del mismo. La única consolación que te queda es reconocer que nada es eterno. No somos de aquí, no somos propietarios de nada, somos meros administradores de algo que se nos da y cuando menos lo pensamos se nos quita, cae, desaparece, muere. Saqué las fotos que evidencian e inmortalizan el hecho, y aún las tengo delante de mí cuando escribo estas palabras que trasmite  un corazón repleto de  recuerdos, vivencias que han conformado mi vida y han contribuido a ser lo que soy.

Este inmueble que ya no existe, era mi paraíso de infancia, una auténtica escuela de vida. Allí, en esa España de los 60 y 70  supe de coplas y toná – se cantaba en los bares con sidra, vino o con lo que fuese. Una vez creí escuchar al mismo Antonio Molino cuando el bar estaba más lleno, y era Pedro , un vecino de Pruvia,  que le imitaba a la perfección. Desde ese momento me di cuenta que podía haber muchos Antonios, pero las circunstancias hacían que sólo uno triunfase. Allí mismo escuche a un vecino del Pontón de Vaqueros que lo mismo cantaba toná que flamenco para admiración y asombro de algún que otro andaluz presente; con más frecuencia nos deleitaban Pepón el soldador, con su canción hecha sidra, y el entonces joven, Fermín el de la Fresneda,  y un día de esos de prisa, de carretera, el conocido cantante Luis Gardey probó les fabes que mi madre hacía con tanto mimo- . Este bar que ya no existe fue testigo de leyendas como la de aquel vendedor de lotería, a quien yo en mi imaginación llamaba el Mariscal,  que ,rigurosamente vestido de traje azul con rebites dorados en sus mangas y camisa con corbata , se sentaba en una mesa, pedía el vino de rigor  y expandía los billetes de lotería encima de la mesa para su venta ;  de  Lolín, el “ probe de les medallas” , que extendía su mano de cliente a cliente, y siempre se las apañaba para apoyarse en el pasamanos de  la barra y conseguir que alguien le convidase. Parece ser que de “probe”, según apareció años después en la prensa, tenía poco. A Justo el Molín, que con su boca medio abierta y el baile de sus manos, me causaba miedo y hacía que me guardase debajo de la barra. El ya citado Pepón el soldador y su inseparable amigo de fatigas Quince el Chatarrero, gijonés inteligente, que se libró de una segura muerte en los campos de concentración alemanes, arrojándose del tren en marcha.

 No eran tiempos fáciles, aunque abundaba el trabajo y más aquí, en Lugones. Uno podía cambiar de empresa con relativa facilidad, aunque los salarios fueran escasos, no daban mi para pagar la pensión de los muchos que procedentes de otras zonas de España, especialmente de León y Castilla, Galicia, Andalucía, Extremadura se asentaban aquí, y las horas extras de sábados y domingos paliaban la situación. No hace mucho, un pregonero del Carbayu, Gonzalo el de López, dijo con mucho acierto que uno de los méritos que tenía y tiene  Lugones es que aquí nadie se siente forastero. En aquel entonces  las necesidades se centraban exclusivamente en comer, vestir y un techo donde dormir, y como diversiones principales el cine, para los más jóvenes, y para los mayores la baraja, ya al tute, ya al subastado, donde se jugaba lo que la partida consumiera, generalmente media botella o medio litro de vino, que salían más barato que en pintas. Algunos más arriesgados jugaban al 43 a uno o  dos reales, y en torno a ellos se acumulaban los espectadores para observar sus jugadas  y comprobar donde se acumulaba el dinero, la ganancia. Algunos, más discretos, según aumentaban las ganancias, las metían debajo del tapete. Hacían verdaderos esfuerzos mentales para llevar los triunfos, tantos, salidas del contrario, y siempre, el que jugaba bien y era prudente tenía ventaja, aunque las cartas no viniesen, así recuerdo a Sandalio, Emilio Casilones, Demetrio, Cali, Infiesta, Olivo, Lera, Morán,  Avelino, mi padre…No eran tiempos fáciles, pero lo poco que teníamos se compartía, todos nos preocupábamos de todos, se trataba de subsistir y en verano, si la economía lo permitía, ir a la playa en el tren y algún que otro privilegiado ir a secar a León…Los más pequeños jugábamos al escondite, pío-campo,  banzones ,   chapas por la acera o pelota, mientras  los mayores avivaban y sellaban su amistad en torno a una copa de anís corriente, orujo  o guinda, como hacían Laurentino y  Basilio todas las mañanas de su jubilación en la única mesa situada a la izquierda según se entraba y pegada a la barra.

En estos casi treinta años, el pequeño bar aumento, tuvo su propio comedor, su tendejón para colgar las bicicletas e incluso una pequeña chabola, en el patio trasero, para engordar uno o dos cerdos que se alimentaban con las sobras de comida. También tuvimos nuestro buzón de quinielas que semana tras semana alimentaba las ilusiones de todos  y más desde que se conoció el caso del campesino castellano, de nombre Gabino, que logró una suculenta cantidad de dinero con su quiniela, casi treinta millones de pesetas, que en los años 60 era una cifra exorbitante y fue precisamente la quiniela quien nos proporcionó una importante alegría a todos, ya que mi hermana Esperanza, “La Nena”, poco antes de casarse, también logró una cantidad importante a mediados de los años 60 y toda gracias a que el Barcelona perdió en casa con un colista. En el bar se calentaban las fiambreras de los obreros – abundaba la jornada laboral partida. La carretera Oviedo-Avilés, hoy Avenida Conde de Santa Bárbara era un reguero de personas enfundas en sus monos o con su chaqueta mahón que salían de 12 a 13 horas a comer, y siempre precedidos por los preceptivos toques de sirena- .Se daban comidas, lo que hoy se conoce menú del día, en donde en el primero de los dos platos a elegir, siempre había “fabes”, que era el más demandado   . Los domingos juego de la lotería, perindola y para digerirlo bien tapas de mejillones, pulpo – entonces a precios muy baratos-, oricios, bígaros, hígado encebollado, carne guisada, callos, bistec… También tuvimos pensión, y allí tuvieron  su aposento no sólo los guardias civiles que venían trasladados a la localidad, sino multitud de técnicos y operarios de montajes, de la construcción que trabajan en la zona, transportistas, viajantes y, en el mes de julio, a estudiantes universitarios integrantes de un Campo de Trabajo  en la Didier, que les venía muy bien como experiencia humana y  posterior encaje en el mundo laboral. Procedían de todas las partes de España y supongo que para ellos como para nosotros era un intercambio enriquecedor, interesante.

Durante estos casi treinta años sucedieron muchas cosas que no se pueden resumir en este artículo, pero voy a destacar algunas, que por diferentes motivos, más recuerdo:
a/ Inicio de la Televisión en España. Fuimos uno de los primeros bares que la tuvieron. Recuerdo que cuando regresaba del colegio y se emitían los míticos partidos de fútbol Inter-Madrid, no podía entrar en el bar de lleno que estaba. Con el tiempo fue casi obligatorio que todo bar tuviera su televisión, y de este modo se formaban dos ambientes: a/ el de las partidas de cartas  y b/ Los que seguían la televisión, y a veces, en el fragor de la batalla, se generaban conflictos entre ambos, de modo que recuerdo las palabras que mi padre, Avelino, cuando le  decía a mi madre:

-         Consuelo, baja la televisión, que es una auténtica comedura de tarro.

Palabras que hoy hago mías al comprobar que sea ha convertido en una caja fraude.

b/ Llegada de la coca-cola. Las primeras que tomé , siendo un niño, me parecieron puro jarabe, pero después gracias a las campañas de publicidad y premios, las bolsas nevera de playa, balones, camisetas, y la incorporación de la nevera, me parecieron más sabrosas, y con el tiempo se hicieron imprescindibles para casi todos.

c/ La compra de la cafetera, de tres cuerpos, Faema E-61, que sin tener que tirar de las altas palancas de otras cafeteras que cansaban  los brazos, hacía una café riquísimo. Un auténtico crema. No sé por qué los clientes siempre pedían que los hiciera mi padre. Lo cierto es que había diferencia de que los hiciese él o nosotros.

d/ Ampliación de la carretera y nueva redistribución del Cruce Nuevo que redujo el espacio, encorseto en negocio con una valla y traslado la parada del autobús a otra zona, con el lógico quebranto económico . Con el paso de los años, a finales de los noventa, se pudo revertir al situación, quitar la valla, ampliar la acera y dar más amplitud y fluidez a la zona.

e/ La utilización de las cocinas de gas butano y el consumo de pollo al ajillo. Podría citar más sucesos, pero el espacio apremio, y lo más importante que me ha ocurrido en esos años ha sido conocer y aprender de muchas personas humildes, sencillas, sufridas – recuerdo los esfuerzos de muchos operarios de Metales que soportaban lo insoportable para no perder su paga de asistencia anual al trabajo que cobraban por  Navidad -  nobles, que me han brindado su amistad y han compartido y hemos compartido muchos proyectos e ilusiones, y esto no tiene precio. En el apartado de anécdotas gastronómicas los bollos preñados de morcilla que hacía Enrique el Molineru para sorprender a sus amigos y conocidos al salir de la panadería.

f) Por último,  un 20 de noviembre de 1975, a eso de las seis de la mañana, cuando tenía la radio puesta y servía la copa de anís corriente a un cliente,  se suspendió la emisión, sonó la musiquilla que avisa de grandes noticias, y oímos al presidente de Gobierno don Carlos Arias Navarro, que con voz entrecortada por la emoción,  nos comunicaba: “Españoles, Franco  ha muerto”.

Podría decir más cosas, pero no debo abusar de vuestra confianza y quiero concluir este escrito-epitafio recordando que el Bar Madrid fue además de bar, centro de reunión, lugar de encuentro,  donde los juglares de la zona nos hablaban de sus aventuras y desventuras de la guerra de Sidi-Ifni, gracias a Falo, testigo de los hechos, o escuchábamos las propuestas imaginativas de Antonio Bobes con sus culebras en los  días de excesivo sol, y ya entonces, como ahora, el tema central era el fútbol, que si el Sporting o el Oviedo, Biempica, Pocholo, Puente, Sánchez Lage, Paquito,Uria…Había  incluso un locutorio improvisado, teléfono público ,  cuyo número creo que era el 56. Avisábamos de cualquier contingencia, hasta  de si la novia le esperaba.

Parece que todo esto que cuento sucedió hace mucho, pero a mí me parece que fue ayer, aunque la realidad me dice que han pasado años y la mejor evidencia la dan las escasas cartas de avión que hoy se escriben, sustituidas por el correo electrónico y el WhatsApp .

El martillo sigue su trabajo , ya queda poco que tirar, el solar ya se ve diáfano, abierto, luminoso y a mí después de este desahogo melancólico y lastimero  solo me queda desear  Paz y  Gloria, y que los nuevos moradores  de las futuras viviendas sean tan felices como yo lo he sido en aquellos tiempos, y todo gracias a que he tenido una familia de la que siempre me he sentido orgulloso y a que he compartido y vivido con personas tan maravillosas que se asoman a la ventana de mi cabeza frecuentemente y más ahora que escribo estas palabras.  ¡A todos muchas gracias! ¡Un fuerte abrazo!

                              José Antonio Noval Cueto.







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