He
sido y sigo siendo un asiduo lector de periódicos, hábido de noticias, pero,
con el correr del tiempo, más que la noticia en sí, que es importante, me
interesa el cómo, la forma, la manera de contar, expresar. Soy de los que piensa
que en esta crisis agobiante que padecen los medios de comunicación, lo que
premiamos todos es la creatividad, la
elaboración del mensaje, y esto, por muchos avances técnicos que tengamos, no se improvisa, pues son pocos los autores
que tienen ese poder creativo y mágico de arrullarnos, embriagarnos con su
palabra, con su escrito. Soy de los que piensa que la prensa sólo se salvará si
se nutre de buenos columnistas, de personas que impregnen sus escritos de
sensibilidad y belleza a la hora de analizar la actualidad, de profundizar en
ella y descubrirla. Todo esto hace que haya lectores que prefieran renunciar a
su café diario antes que prescindir de su charla solitaria con el texto
embrujado de su columnista preferido, de ahí la orfandad y desprotección en que
quedan ante la ausencia o muerte de su periodista preferido, incluso hay
periódicos que deberían llevar su columna en blanco o con reposición de sus
escritos, pues no han encontrado genio creador que le supla y eso que dicen que el tiempo cura todos los males. Esta necesidad
de columnistas nos induce a los lectores a buscar nuevas firmas, nuevas
aventuras y leer columnistas nuevos, muchas veces llevados de la expresividad
de un titular, la temática del mismo y otras veces por azar, por intuición.
Desde hace algún tiempo suelo leer la columna de Daniel Martín que se publica
en el diario digital “La
República de las ideas”, y todo ello a raíz de unos artículos
suyos que glosaban la importancia de la novela histórica de Galdós,
precisamente en una época donde yo acaba de leer las 46 novelas que conforman
“Los Episodios Nacionales”, obra que tanto DanielMartín como yo consideramos
vital para comprender las locuras del siglo XX, que aún ahora algunos quieren
reeditar, repetir. A partir de entonces suelo leer sus artículos literarios,
pues destilan una buena prosa que revela la influencia que la buena literatura
ha dejado en su pluma. Recientemente me sorprendía con una sincera y personal
columna titulada “A la muerte de mi padre”, donde bajo el amparo de dos bellas
elegías literarias, una de Miguel Hernández dedicada a su amigo “Ramón Sijé” y
otra la de Jorge Manrique “A la muerte
de su padre”, nos fue narrando su hondo pesar por la muerte de su padre que era
y es –me cuesta decir “era”- nada más y nada menos que el eximio periodista don
Manuel Martín Ferrand, fallecido el pasado 30 de agosto. Profesional de prestigio, que siempre intentó
compatibilizar “la noticia y la empresa”, que abanderó importantes proyectos en
el mundo de la comunicación (Diario de Barcelona, Antena 3 Radio, Antena 3 TV,
) que siempre defendió su profesión y que tuvo el coraje de denunciar las malas
prácticas periodísticas allá donde las hubiese, pues para él el derecho de
información de los lectores siempre debía estar por encima de todo. Tenía en su haber el Premio Nacional de
Televisión por su programa “24 horas”(1.970) ,el “Premio Larra de periodismo” (1.986) y el
“Premio Mariano de Cavia” (2.012), entre otros muchos…Desde hace décadas
ejercía el columnismo en ABC y en el periódico
digital ya citado entre otros.
Al
conocer que Daniel era hijo de Manuel Martín Ferrand” me vino a la cabeza ese
viejo refrán español que dice “De casta le viene al galgo”, pues esa manera
clásica, clara y reflexiva de escribir no se improvisa, se ha ido aspirando en
el día a día , ya que como dice el propio Daniel “ha tenido el privilegio de
sentarse durante 40 años en la primera fila, de quien se ha enriquecido y
motivado con el quehacer y vivencias de su padre”.
A
este aficionado al periodismo que escribe estas letras, el nombre de Manuel
Martín Ferrand le lleva a los telediarios de su adolescencia tardía, años 70, y
a la solvencia y precisión de los mismos; y ahora, en mi madurez, sus columnas me han transmitido opiniones de peso, de garantía.
Sabía que su artículo no era hueco,
vacío, sino que siempre planteaba
sugerencias, posibilidades, en resumen, nos hacía pensar. Era, en concreto, una opinión autorizada que se granjeó su
prestigio en el ejercicio de su profesión, donde nos decía que no todo vale,
que teníamos que estar abiertos al futuro y que éste pasa por el respeto al
ser humano, no por su alienación.
Debe
ser muy difícil llenar el vacío que deja una persona como tu padre, pero deseo
que la gratitud y admiración que
expresamos muchas personas ante su magisterio y bonhomia , te pueda servir de
estímulo en tu trayectoria personal, pues como dicen algunos versos de sus
amadas Coplas manriqueñas : “Aquel de buenos abrigo/ amado, por virtuoso/, de
la gente / el maestro don Manuel / Martín Ferrand, tan famoso y tan valiente;/
sus hechos grandes e claros / non cumple que los alabe/, pues los vieron;/ pues
qu´el mundo todo sabe / cuáles fueron….que aunque la vida perdió / dexonos
harto consuelo / su memoria…MI MÁS SENTIDO PÉSAME
José Antonio Noval Cueto.
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