lunes, 30 de septiembre de 2013

“En recuerdo de Octavio Serrano López”.


Uno sabe que nace, crece y muere, pero siempre piensa que eso sólo le ocurre a los demás, a los lejanos; a nosotros , no, pero últimamente cuando miro a mi alrededor y contemplo cubiertos vacíos, sillas libres o fotografías que destilan melancolía, paso del tiempo, ausencias, compruebo que ya cuentan los años y que muchos familiares, amigos y vecinos me miran desde la otra orilla, desde la frontera, y pensamientos como éste triste, sombrío, teñido de lamento es el que yo he experimentado ante la muerte de mi buen amigo Octavio,- “ un manotazo duro, un golpe helado, un hachazo invisible y homicida” que diría el poeta-,. con quien he convivido muchos momentos de la vida municipal de Siero, concretamente desde el año 1.995 al 2.011. Una vivencia y cercanía de 16 años , donde alternamos  funciones de Gobierno y Oposición, dan para mucho y especialmente para conocernos , valorarnos y apreciarnos más.

Han sido muchos los cafés y mesas que hemos compartido, muchos los carteles pegados – siempre coincidíamos en las Campañas Electorales- y muchos los encuentros festivos o fiestas de parroquias y colectivos del concejo, donde acompañados de nuestras esposas, nos marcábamos un pasodoble, una cumbia, un tango o lo que fuese, pues Octavio era un concejal de calle, de “caleya”. Allí donde hubiera un problema que resolver o donde hubiera que representar al Ayuntamiento allí estaba. Su despacho era la calle y su jornada laboral no tenía reloj. Empezaba antes de las seis de la mañana y terminaba en la tarde-noche, sin contar las muchas noches que una llamada de urgencia interrumpía su sueño y le levantaba  para solucionar el problema en la parroquia que fuese. En nuestros encuentros hablábamos de muchas cosas, pero siempre salía la familia, sus años mozos, las dificultades del trabajo en la mina, sus cortejos y boda en Cadavedo, donde cada verano se convertía en un experto parrillero de carnes y pescado-siempre me decía que el pescado como mejor sabe es a la plancha-, y en estas conversaciones de amigo también salía la política, pero siempre dentro del máximo respeto y comprensión, la Transición Política, las dificultades que aparecían en la vida municipal, de cómo expedientes sencillos, fáciles, se complicaban , y otros que nos parecían más difíciles, complicados, tenían una tramitación serena, tranquila, llegaban a puerto sin problemas. Ambos pedíamos que la Corporación tuviera sentido común, trabajo y que no faltara a la confianza que los vecinos y votantes habían depositado en ella. También salía el tema religioso, las dudas de fe y ambos partíamos de un punto común y es que el ser más importante que existe en la Creación es el Hombre, independientemente de su origen, raza, posición social…Ambos siempre recordábamos aquella frase de Ortega que decía: “Si Dios se ha hecho hombre, es que ser hombre es lo más importante que se puede ser en la Tierra…”

El pasado 16 de setiembre cuando al mediodía miro la prensa digital asturiana y en la portada de la misma veo la fotografía de Octavio y la noticia de su muerte, la sorpresa fue enorme e hice míos aquellos versos de Miguel Hernández que dicen “ Tanto dolor se agrupa en mi costado, que por doler me duele hasta el aliento”.. Ya de tarde, en el Tanatorio, sobraban las palabras, se aspiraba el dolor, la típica pregunta de ¿por qué? era innecesaria,   no tenía respuesta. Hoy, después de unos días, sólo me queda la vana ilusión de que estas palabras puedan servir de alivio dentro del dolor, al recordar las muchas características que rodearon a Octavio en vida, especialmente su generosidad, su nobleza, su entrega, su lucha, sus méritos… Generosidad de la que bien sabe su familia, de la que siempre estaba pendiente, y de la que nosotros, vecinos de Siero, nos hemos beneficiado  durante más de 16 años, especialmente desde 1.995 hasta el 2.011, pues como él decía los problemas, cuando son de verdad, no tienen ideología, sino solución. ¡Descansa en paz, compañero del alma, que tenemos que hablar de muchas cosas!

                                          

                           José Antonio Noval Cueto.


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