Aunque en los últimos tiempos el color negro se haya puesto de
moda y lo usen nuestros jóvenes, de todos es sabido que en nuestro país hay una
veneración, respeto e incluso temor al negro. Así negra es la sotana de los
sacerdotes, el traje de los árbitros obligatorio en otros tiempos y que
permitía a alguna airado aficionado llamarle “Tío luto”, y de negro se solían
vestir nuestras abuelas, incluido el pañuelo- y esto pasaba en todas las
autonomías españolas- como muestra del eterno lamento por la muerte de su
hombre, del hombre suyo de toda la vida.
También la Literatura y el Cine suele reservar el negro para
los momentos solemnes y decisivos de la trama. Así en el juicio de Mitia Karamazov
de negro aparecían Katerina Ivanova, su antiguo amor, “Toda de negro, se acercó
modesta y casi tímidamente”, y del mismo color, su oponente , Grushenka, encarnación del amor pasión y del
resentimiento humano que “se presentó en la sala , vestida también de negro,
con su hermoso chal negro sobre los hombros. Con su andar suave, sin hacer
ruido, balanceándose un poco como suelen hacer las mujeres algo gruesas…”.
Negras suelen las penas y una de las islas que la Literatura ha popularizado
responde al nombre de “Isla Negra”, sita en Chile, residencia última de Pablo
Neruda.
Pero hoy si recurro al negro o me veo obligado a ello es para
contaros la historia de una vecina de mi pueblo que , a pesar de no ser vieja y
de conservar esa belleza serena que alimenta el dolor y la suerte, en su caso,
la mala suerte, siempre vestía de negro
y siempre provocaba mi curiosidad, hasta que el atrevimiento del adolescente me
llevó a formular la esperada pregunta:
- - Mamá,
¿por qué Leonides siempre viste de negro?
No hubo respuesta, sólo miradas, gestos, algún murmullo y
finalmente silencio, pero con el correr del tiempo uno se entera y se empapa de todo. Se descubre
el enigma, y es que la única culpa, si se puede llamar culpa, es que Paco, su novio, su único novio,
cuando ella estaba embarazada y próximo el día de la boda -faltaban quince días- se mató en la subida a la Cobertoria una
noche de niebla. Desde ese momento fue la mujer de negro, madre soltera. Algo
difícil de llevar en los años cincuenta y si no que se lo pregunten a Francisco
Umbral.
Han pasado décadas, bastantes décadas, y hoy que se quiere
buscar soluciones, a veces traumáticas y dolorosas para todo, uno se entera que
el número de familias monoparentales , especialmente el encabezado por madres
solteras, va a más – España cuenta con 1.754.000 familias monoparentales, el
82% formadas por mujeres- y que este incremento
viene acompañado de paro, miseria , ya que más de la mitad de esos niños están
bajo la tutela del hambre, y uno descubre, con pesar, décadas después que no
hay solución para el egoísmo, por muchos culinos de sidra que se escancien en
la playa de Poniente- concretamente 8.564 hace unos días .
Hace un tiempo el Papa Francisco decía que :”No existen
madres solteras, existen madres. Ser madre no es un estado civil”, y si la
palabra “madre” provoca emoción con sólo nombrarla, pues todos somos fruto del cariño
y múltiples desvelos de una madre, no viene mal preguntarse si no se puede
mejorar e incrementar la ayuda que esas heroicas mujeres necesitan, pues los datos
hablan por sí solos, y si el dinero no llega para todo - ni para la limpieza de zonas verdes donde
sestean nuestras mascotas, ni para más publicidad- coincidiremos que donde no debe faltar es en
sustento y crecimiento de un niño.
José Antonio Noval Cueto.