sábado, 29 de agosto de 2015

“La mujer de negro…”


Aunque en los últimos tiempos el color negro se haya puesto de moda y lo usen nuestros jóvenes, de todos es sabido que en nuestro país hay una veneración, respeto e incluso temor al negro. Así negra es la sotana de los sacerdotes, el traje de los árbitros obligatorio en otros tiempos y que permitía a alguna airado aficionado llamarle “Tío luto”, y de negro se solían vestir nuestras abuelas, incluido el pañuelo- y esto pasaba en todas las autonomías españolas- como muestra del eterno lamento por la muerte de su hombre, del hombre suyo de toda la vida.

También la Literatura y el Cine suele reservar el negro para los momentos solemnes y decisivos de la trama. Así en el juicio de Mitia Karamazov de negro aparecían Katerina Ivanova, su antiguo amor, “Toda de negro, se acercó modesta y casi tímidamente”, y del mismo color, su oponente ,  Grushenka,  encarnación del amor pasión y del resentimiento humano que “se presentó en la sala , vestida también de negro, con su hermoso chal negro sobre los hombros. Con su andar suave, sin hacer ruido, balanceándose un poco como suelen hacer las mujeres algo gruesas…”. Negras suelen las penas y una de las islas que la Literatura ha popularizado responde al nombre de “Isla Negra”, sita en Chile, residencia última de Pablo Neruda.

Pero hoy si recurro al negro o me veo obligado a ello es para contaros la historia de una vecina de mi pueblo que , a pesar de no ser vieja y de conservar esa belleza serena que alimenta el dolor y la suerte, en su caso, la mala suerte,  siempre vestía de negro y siempre provocaba mi curiosidad, hasta que el atrevimiento del adolescente me llevó a formular la esperada pregunta:

-       -   Mamá, ¿por qué Leonides siempre viste de negro?

No hubo respuesta, sólo miradas, gestos, algún murmullo y finalmente silencio, pero con el correr del tiempo  uno se entera y se empapa de todo. Se descubre el enigma, y es que la única culpa, si se puede llamar culpa, es que Paco, su novio, su único novio, cuando ella estaba embarazada y próximo el día de la boda -faltaban quince días- se mató en la subida a la Cobertoria  una noche de niebla. Desde ese momento fue la mujer de negro, madre soltera. Algo difícil de llevar en los años cincuenta y si no que se lo pregunten a Francisco Umbral.

Han pasado décadas, bastantes décadas, y hoy que se quiere buscar soluciones, a veces traumáticas y dolorosas para todo, uno se entera que el número de familias monoparentales , especialmente el encabezado por madres solteras, va a más – España cuenta con 1.754.000 familias monoparentales, el 82% formadas por mujeres- y que este  incremento viene acompañado de paro, miseria , ya que más de la mitad de esos niños están bajo la tutela del hambre, y uno descubre, con pesar, décadas después que no hay solución para el egoísmo, por muchos culinos de sidra que se escancien en la playa de Poniente- concretamente 8.564 hace unos días .

Hace un tiempo el Papa Francisco decía que :”No existen madres solteras, existen madres. Ser madre no es un estado civil”, y si la palabra “madre” provoca emoción con sólo nombrarla, pues todos somos fruto del cariño y múltiples desvelos de una madre, no viene mal preguntarse si no se puede mejorar e incrementar la ayuda que esas heroicas mujeres necesitan, pues los datos hablan por sí solos, y si el dinero no llega para todo -  ni para la limpieza de zonas verdes donde sestean nuestras mascotas, ni para más publicidad-  coincidiremos que donde no debe faltar es en sustento y crecimiento de un niño.


                                              José Antonio Noval Cueto.

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