miércoles, 15 de mayo de 2019

"Carta a Oriana Fallaci"




Quizás te sorprenda , allá en la otra vida, que un  desconocido como yo, lector ocasional de tus escritos, no sólo se acuerde de ti, sino que te dirija estas palabras de ánimo, de esperanza, de que aún no está todo perdido, que las personas ya se cansan de callar, que necesitan un asidero, un soporte, un fin que justifique sus vidas, y todo esto  me vino a la cabeza  nada más aterrizar en Fiumichino y golpearme suavemente  la brisa romana.

 Dicen que la ocasión la pintan calva, y ha sido mi jubilación el motivo que ha utilizado el Señor para llevarme a  Roma ,en pleno mes de mayo, y buscar  respuestas a los muchos interrogantes  que tú,  Oriana, atea-cristiana como te definías,  has planteado en tus artículos. ¿De verdad ha desaparecido o está en trance de desaparecer la actual civilización romano-cristiana ? ¿Estamos en los albores de una nueva cultura de nombre Eurabia?  Según el argumentario que sigue, la respuesta, como no podía ser de otra manera, depende de nosotros.

El día 7 de mayo, a las 12:00 ya iba camino del hotel y en el recorrido por sus calles no noté ningún signo de alarma. Vestimentas occidentales, muchas sotanas y hábitos, y pocos elementos exóticos o raros. Parecía una ciudad más de Europa, eso sí con mucho adoquín y con mucha historia, como se refleja en cada piedra. Durante parte del trayecto nos acompañó un jeep militar, que me recordaba  a las tropas americanas de la II Guerra Mundial, apostadas en la Roma. Instalados en el hotel y repuestas las fuerzas hacia las 18:00 asistíamos a misa en una capilla lateral de la Basílica de Santa María la Mayor, después de haber pasado el control de seguridad que una sección del Ejército tenía apostado en la entrada. Templo soberbio donde el arte luce a raudales y con una armonía que ronda la perfección. El sacerdote mece la palabra sagrada al ritmo de sus manos y todos nos dejamos llevar, acunar, embeber, transformar y eso que el idioma se nos hacía difícil. La vivencia del clérigo y la  activa participación de los fieles  hace que la ceremonia concluya con un sentido y vivido: Viva María. Tres veces invocado por el celebrante  y tres veces contestado con más intensidad y fuerza por los fieles.

Al día siguiente, 8 de mayo, miércoles, Audiencia papal en la Plaza de San Pedro del Vaticano. Desde las 7:30 horas la afluencia de guías y grupos es continua. Las calles desbordadas de personas y  con largas colas que generan los rigurosos controles de acceso . Poco a poco los grupos toman la explanada y cada uno procedente de los lugares más remotos del planeta se prepara para recibir al Papa- tengo al lado peruanos, argentinos, españoles, italianos- . Unos, los africanos,  bailan y entonan su plegaria al cielo. Otros ataviados con los trajes o indumentaria propia de su zona, se agrupan, sonríen y esperan. Abundan las personas de procedencia hindú,  pakistaní, de Banglades, con sus frentes tintadas en rojo; otros de procedencia asiática, quizás de Vietnam, Japón o China…y entre ellos parroquianos europeos, italianos, ingleses, españoles…Antes de las 10 los monitores de la Plaza avisan de la llegada de Su Santidad, que pasa saludando por las diferentes calles, con especial atención en los bebés o niños pequeños. Ya en pórtico-entrada de San Pedro se dirige a  a los fieles, recordando , en esta ocasión, su reciente visita a Bulgaría y Macedonia del Norte, agradeciendo el trato recibido y evocando la figura de Santa Teresa de Calcuta. Antes de las 12 se acaba la Audiencia y se sacan las fotos de rigor. Una vez más, y así todos los miércoles del año, se puede comprobar la fuerza y universalidad de la fe que uno  profesa. Hay épocas del año que estas audiencias alcanzan la cifra de 900.000 personas.

 Ni que decir hay que son momentos de gran emotividad, donde uno relaciona los esfuerzos y las emociones que siente al verse tan bien acompañado, y observa que esto no le pasa sólo a él, que somos muchos los que compartimos una misma fe, y que lo único que se nos pide es que seamos coherentes, que cumplamos con nuestras obligaciones, y que de una vez por todas nos demos cuenta que el único mandamiento que salva al Mundo y puede darnos la verdadera felicidad es el del AMOR, pues como dice San Pablo en su Epístola a los Romanos: “ …ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni presente, ni futuro…ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús”. Empieza bien mi viaje a Roma.

                                                   José Antonio Noval Cueto.



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