Quizás te sorprenda , allá en la otra vida, que un desconocido como yo, lector ocasional de tus
escritos, no sólo se acuerde de ti, sino que te dirija estas palabras de ánimo,
de esperanza, de que aún no está todo perdido, que las personas ya se cansan de
callar, que necesitan un asidero, un soporte, un fin que justifique sus vidas,
y todo esto me vino a la cabeza nada más aterrizar en Fiumichino y golpearme
suavemente la brisa romana.
Dicen que la ocasión
la pintan calva, y ha sido mi jubilación el motivo que ha utilizado el Señor
para llevarme a Roma ,en pleno mes de
mayo, y buscar respuestas a los muchos
interrogantes que tú, Oriana, atea-cristiana como te definías, has planteado en tus artículos. ¿De
verdad ha desaparecido o está en trance de desaparecer la actual civilización
romano-cristiana ? ¿Estamos en los albores de una nueva cultura de nombre Eurabia?
Según el argumentario que sigue, la
respuesta, como no podía ser de otra manera, depende de nosotros.
El día 7 de mayo, a las 12:00 ya iba camino del hotel y en el
recorrido por sus calles no noté ningún signo de alarma. Vestimentas
occidentales, muchas sotanas y hábitos, y pocos elementos exóticos o raros.
Parecía una ciudad más de Europa, eso sí con mucho adoquín y con mucha
historia, como se refleja en cada piedra. Durante parte del trayecto nos
acompañó un jeep militar, que me recordaba a las tropas americanas de la II Guerra
Mundial, apostadas en la Roma. Instalados en el hotel y repuestas las fuerzas
hacia las 18:00 asistíamos a misa en una capilla lateral de la Basílica de
Santa María la Mayor, después de haber pasado el control de seguridad que una
sección del Ejército tenía apostado en la entrada. Templo soberbio donde el
arte luce a raudales y con una armonía que ronda la perfección. El sacerdote
mece la palabra sagrada al ritmo de sus manos y todos nos dejamos llevar, acunar,
embeber, transformar y eso que el idioma se nos hacía difícil. La vivencia del
clérigo y la activa participación de los
fieles hace que la ceremonia concluya
con un sentido y vivido: Viva María. Tres veces invocado por el celebrante y tres veces contestado con más intensidad y
fuerza por los fieles.
Al día siguiente, 8 de mayo, miércoles, Audiencia papal en la
Plaza de San Pedro del Vaticano. Desde las 7:30 horas la afluencia de guías y
grupos es continua. Las calles desbordadas de personas y con largas colas que generan los rigurosos
controles de acceso . Poco a poco los grupos toman la explanada y cada uno
procedente de los lugares más remotos del planeta se prepara para recibir al
Papa- tengo al lado peruanos, argentinos, españoles, italianos- . Unos, los
africanos, bailan y entonan su plegaria
al cielo. Otros ataviados con los trajes o indumentaria propia de su zona, se
agrupan, sonríen y esperan. Abundan las personas de procedencia hindú, pakistaní, de Banglades, con sus frentes
tintadas en rojo; otros de procedencia asiática, quizás de Vietnam, Japón o
China…y entre ellos parroquianos europeos, italianos, ingleses, españoles…Antes
de las 10 los monitores de la Plaza avisan de la llegada de Su Santidad, que
pasa saludando por las diferentes calles, con especial atención en los bebés o
niños pequeños. Ya en pórtico-entrada de San Pedro se dirige a a los fieles, recordando , en esta ocasión, su
reciente visita a Bulgaría y Macedonia del Norte, agradeciendo el trato
recibido y evocando la figura de Santa Teresa de Calcuta. Antes de las 12 se
acaba la Audiencia y se sacan las fotos de rigor. Una vez más, y así todos los
miércoles del año, se puede comprobar la fuerza y universalidad de la fe que uno
profesa. Hay épocas del año que estas
audiencias alcanzan la cifra de 900.000 personas.
Ni que decir hay que son momentos de gran emotividad, donde uno relaciona los esfuerzos y las emociones que siente al verse tan bien acompañado, y observa que esto no le pasa sólo a él, que somos muchos los que compartimos una misma fe, y que lo único que se nos pide es que seamos coherentes, que cumplamos con nuestras obligaciones, y que de una vez por todas nos demos cuenta que el único mandamiento que salva al Mundo y puede darnos la verdadera felicidad es el del AMOR, pues como dice San Pablo en su Epístola a los Romanos: “ …ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni presente, ni futuro…ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús”. Empieza bien mi viaje a Roma.
Ni que decir hay que son momentos de gran emotividad, donde uno relaciona los esfuerzos y las emociones que siente al verse tan bien acompañado, y observa que esto no le pasa sólo a él, que somos muchos los que compartimos una misma fe, y que lo único que se nos pide es que seamos coherentes, que cumplamos con nuestras obligaciones, y que de una vez por todas nos demos cuenta que el único mandamiento que salva al Mundo y puede darnos la verdadera felicidad es el del AMOR, pues como dice San Pablo en su Epístola a los Romanos: “ …ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni presente, ni futuro…ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús”. Empieza bien mi viaje a Roma.
José Antonio
Noval Cueto.
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