Soy más de la cultura de la imprenta que de la imagen, quizás
por temor a que se vele, de ahí que me decida escribir estas letras con la
única pretensión de avivar el recuerdo y que perdure. Cuando éramos pocos y
todos nos conocíamos, cuando casi todos
teníamos las mismas aficiones – fútbol, cine y el libro de Austral no se
prodigaba - y hasta casi las mismas aspiraciones, que no eran otras que ser un
honrado profesional – de lo que sea, pero “honrado” - , un buen y responsable
ciudadano y pasado algún tiempo, no mucho, poco después de terminada la mili,
la mayoría, si Dios lo permitía, ser un
valiente y responsable padre de familia.
Se necesitaba tanto o más cuajo que ahora. Era frecuente el alquiler de piso
con derecho a cocina.
En aquellos años de lúdica y tierna infancia nuestra fuente
de ilusiones y recreos se llamaba Campo de la Cruzona, ubicado donde hoy está
el Instituto de Enseñanza, de no fácil acceso por la llamada Caleya del Barro,
hoy calle de Leopoldo Lugones, donde entre entrenamientos, partidos de
competición y demás escaramuzas, se nos iban las tardes del fin de semana y alguna
de diario. En los días de gloria , que solían ser las tardes del domingo, el
Atlético de Lugones nos deleitaba con las habilidades y gestas de Mundo el del
Castru, Casaprima, Carmelo, Toño el de
Pin, Carmelo, Nini, Piñuela, Juan José, Ángel el gallegu, Vicen y Juan el de Rufa, a quien siempre
recuerdo con su pantalón negro y su jersey amarillo, sonriente y feliz, entre
otros muchos que se me escapan. No había gradas, unos rústicos cierres de madera
acotaban el terreno de juego y en la entrada principal se encontraba una amplia
y bien construida caseta de madera con dos módulos: 1º Hacía las veces de bar y
permitía cobijarse a algunos espectadores en épocas de mal tiempo, no a todos. 2º
La caseta o vestuario de jugadores, con bancos bajos también de madera, donde
responsables del equipo como Pepe
Vicentón, Roza y Peláez disponían la ropa del equipo y se guardaban los balones
y otros enseres. Los días de partido oficial era grande la expectación y no
faltaba la presencia de jóvenes que acudían a presenciar y alentar las hazañas
o proezas de su acompañante o novio.
Los demás días de la semana la Cruzona era el escenario de
nuestros juegos, no siempre con balones de reglamento, muchas veces de plástico
endurecido (Ceplástica) , y siempre con
los típicos piques de los del Bloque contra los del Cruce Nuevo o los de los
Cruces(Nuevo-Viejo) entre sí. Allí imponía su magisterio la presencia de
Kubala, la fuerza de Vitorio, el recate de Pocholo , la habilidad de Cipri, las
ocurrencias de Manjón o las excelentes paradas de Josemari…Allí se doctoraba
uno en la vida, en éxitos y fracasos, en alegrías y penas. Allí uno aprendía
que no siempre se ganaba. Nuestro vestuario era el de siempre: pantalones
cortos, los de diario, alguno que otro portaba la camisa del San Fernando (azul
y blanca) y la mayoría zapatos de Segarra o de Saldos Arias. Botas de fútbol,
pocos, llegaban por Reyes y al poco tiempo acababan en el zapatero; pero aun
así éramos felices. Había compañerismo, no carente de las lógicas incomprensiones
y peleas, que no impide que hoy, medio siglo después, a pesar de no vernos o
con dificultades para conocernos, en cualquier bar de Lugones surjan los recuerdos , vivencias y agradecimiento hacia
personas que como las citadas y otras muchas han contribuido a hacer nuestra
infancia más feliz, algo que debe preocupar a todos, pues es la mejor garantía
de un futuro esperanzador.
Las familias eran más estables, pocas separaciones y las monoparentales, pocas, con pocos recursos y
bajo sospecha. Nadie hablaba de emanciparse. A los padres se les trataba de usted, sin que
esto supusiera mengua en el cariño. Los medios de comunicación audiovisuales
aún no imponían sus criterios y modelos.
Con el correr del tiempo, en los inicios de mi adolescencia,
finales de 1965 y principios de 1966 el Ayuntamiento de Siero solicita la
creación en Lugones de un Instituto de Enseñanza Secundaria y mira por donde el
antiguo campo de la Cruzona o finca 8236, con 4.595 metros cuadrados, es una de las tres fincas que conforman la
actual superficie del Instituto, de 8.902 metros cuadrados.
El Instituto entra en funcionamiento en el curso 1970/71 y ha
sido uno de los motores fundamentales de transformación de la localidad y ha
permitido que se haga realidad el deseo del alcalde don Leandro
Domínguez Vigil-Escalera que en su Memoria de Anteproyecto del Presupuesto(1966) dice:”… persigue cumplir con una finalidad social desde siempre sentida por el
Concejo de Siero que contando con elevado número de estudiantes de bachillerato
no puede ofrecer la enseñanza adecuada dentro del término obligando a las
familias a unos gastos excesivos para cumplir con el elemental deber de enseñar
a sus hijos”.
No tengo empacho en afirmar que hay un Lugones antes y
después del Instituto, pues la puesta en marcha del mismo ha hecho realidad la
tan deseada igualdad de oportunidades y ha abierto muchas posibilidades de
futuro a muchos jóvenes de la localidad y alrededores.
Yo puedo dar constancia de ello, ya que he tenido el
privilegio de incorporarme al mismo desde su inicio en el año 1970 para hacer el quinto curso del Bachillerato, y donde me he beneficiado de la categoría
docente y personal de muchos de sus profesores, y fruto de ello son estas
letras que nunca podrán paliar la deuda contraída, ya que era mucha la calidad
recibida, auténtica enseñanza personalizada.
Toda la localidad de Lugones y sus antiguos alumnos tienen
que hacerse notar en una fecha tan especial como la que se avecina: los 50 años
de vida del Instituto.
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