lunes, 20 de enero de 2020

“Las doce estrellas…”




























Cualquier momento es bueno para ir a Covadonga, incluso en el mismo invierno, y más para los asturianos, que a la menor oportunidad vamos allá a  saludar, dar cuentas, implorar y venerar , y  lo hacemos con relativa frecuencia y sin que nos insistan. Así me pasó  el pasado 12 de enero, festividad del “Bautismo del Señor”, que de un día para otro y a pesar del frío , planifique mi primera visita del año al Santuario. Había que salir temprano y llegar a una hora oportuna,  más ahora que las obras de pavimentación de la calle principal  limitaban los aparcamientos.

Llegamos a la explanada a las 10.35 horas.  Aparcamos delante del Pabellón de la Escolanía y encogidos y bien abrigados realizamos la visita a la Santina . Allí, firme y segura, a pesar del frío y humedad reinante – 2 grados bajo cero- con su manto blanco roto con bordados en oro, nos esperaba contenta y agradecida . Ella que fue testigo de los momentos más importantes de nuestra vida sabía que iríamos, nos echaba de menos. Ya se habían ido los pastores y los Reyes, y de nosotros no tenía noticia, pero ese día, bautizo de su Hijo, no podíamos faltar, y allí estábamos, y es que teníamos mucho que contar, que agradecer, pero también que pedir, que ya vamos entrando en años y los achaques avisan.Frío, humedad,  niebla y el sonido del agua de la cascada llenaban la Cueva. Los pocos peregrinos que se preparaban para la misa de las 11 estaban cubiertos con mantas y con ropa de abrigo. Después de la visita, dimos un breve paseo. Nuestra intención era ir a misa de 12 en la Basílica, donde la Escolanía pone su plus, su añadido.

La poca luz daba un aire melancólico y mortecino al entorno, aunque algún destello del sol en lo alto presagiaba un buen día. La naturaleza inerte, sin vida, y el Auseva, aletargado, cual si fuera una mole de esponja o cartón , amenazaba caer sobre nosotros, y solo algunos originales elementos decorativos navideños, en tono blanco, en los jardines próximos a la Basílica  daban algo de color y vida. A las 11:45 ya estábamos en la Basílica, y en el lateral de la derecha un confesionario esperaba la humildad y arrepentimiento de los fieles, aunque solo sea por aquello de que el que esté libre de culpa que tire la primera piedra.

Sentados en los primeros bancos , al dirigir mi mirada hacia el altar, me encuentro con la primera sorpresa del día. Uno que empezó las Navidades  siguiendo la estrella , de pronto se encuentra con doce en el presbiterio, seis encendidas y otras seis no, que me lleva a imaginar que hay una para cada mes del año, por cada apóstol; las doce tribus, los doce panes. En medio la Cruz de la Victoria suavemente iluminada por pequeñas bombillas que la abrazan y , en el lateral derecho, la bella y majestuosa imagen de la Santa María suavemente  iluminada. El templo casi lleno y a las 12, según el horario, se inicia la Santa Misa. Al sacerdote celebrante le acompaña otro, de nombre Juan José,  que es capellán de un grupo de sordos procedentes de Huelva y que en las diferentes fases de la liturgia se dirige a ellos en lenguaje de signos, y en los momentos claves de la misa la dulzura y profundidad del canto escolano. La participación de los fieles era activa y la liturgia de la palabra llegó a su momento clave al leer – en los dos lenguajes : oral y de signos-  la supuesta carta que  Juan el Bautista – el sacerdote celebrante-  dirige a su primo Jesús, y que llevó a cada uno de nosotros a preguntarnos qué hemos hecho con nuestro Bautismo, ¿Somos conscientes de su importancia ?¿Lo revivimos siempre que podemos? ¿ Intentamos ser buenos discípulos de Jesús?¿ En qué fallamos, qué tenemos que mejorar?¿Conocemos nuestras fuerzas y nuestras limitaciones? ¿Tenemos la humildad de pedir ayuda ?...

Hecha y escuchada una buena predicación- siempre he defendido la importancia de la liturgia de la Palabra- , viene la reflexión, que en un ambiente tan cálido y poroso traslada a cada uno a revivir recuerdos, vivencias, deseos, proyectos, planes de vida o simplemente vivir y trasmitir el gozo de la misma celebración. Concluye la ceremonia con el canto del Himno de Covadonga que siempre conmueve  y con el aplauso silencioso  para nuestros hermanos de Huelva, que como  bien nos indicó el sacerdote titular consiste en levantar ,abrir, y mover  ambas manos. Hoy desde Covadonga, donde el agua de su cascada es símbolo del poder mariano y divino, me creí estar al otro lado del Jordán y presenciar nuevamente el Bautismo de Jesús y todo ello gracias a la naturalidad y vivencia de la liturgia que trasmitieron ambos sacerdotes. Ese mismo día, en nota a mis amigos de Facebook, comunique sucintamente la experiencia vivida, pero sabía  que necesitaba más concreción, de ahí estas letras, pero aun así, me ratifico en lo dicho y es que no hay palabras que puedan concretar de manera fehaciente la experiencia vivida, y es que Covadonga, la Santina, siempre habla y  traducir lo divino en humano no siempre es fácil. Gracias a todos los que han hecho lo posible e imposible para que uno pueda vivir experiencias como la comentada.

No hace mucho decía el salmista: “Habla, señor, que tu siervo, escucha.” Nosotros, siempre que venimos a Covadonga sabemos que la Santina , la estrella que a los asturianos guía,  habla, susurra, aconseja, indica e incluso manda… Nosotros…la escuchamos y muchas veces, la obedecemos. En un ambiente tan sublime y poético como éste permitidme que concluya con unos versos de infancia,  del poeta asturiano Vega Pico,  que al referirse a la Virgen de Covadonga  decía: “Tuvo que bajar del Cielo/ el  pintor que la pintara/ Santa María sonrió / y Dios la creó…” ¿Qué sería de nosotros sin Ti?...Quiero más no pensarlo. Empecé el año siguiendo una estrella, y ahora tengo doce.

                            José Antonio Noval Cueto.




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