lunes, 14 de octubre de 2013

Continúa la vergüenza.


Cuando el pasado viernes, 11 de octubre, acabé mi artículo titulado “¡Qué vergüenza!” sobre el hundimiento de un barco en la Isla de los Conejos, Lampedusa, con un saldo oficial de 309 fallecidos, estaba lejos de pensar que ese mismo día, hacia las 17.10 horas, se iba a producir una nueva tragedia en Lampedusa, a 70 millas al sureste, con el saldo de 34 muertos, 10 de ellos niños, y 221 inmigrantes rescatados. El barco había salido de Zwara(Libia) y estaba integrado mayoritariamente por sirios y palestinos…Una vez más la desesperación, la búsqueda de un mínimo de seguridad en un espacio de muerte, odio y hambre, ha llevado a estas personas a entregar y arriesgar lo que tienen, lo más valioso, sus familias, sus vidas, en pos de un lugar donde se pueda respirar con tranquilidad, donde aliente una estrella de esperanza.

Nunca pensé que mi primer artículo tuviera efecto llamada, reproducción tan rápida, pero está visto que la desesperación no sabe de treguas, de esperas, y da la impresión, si nadie lo remedia, que el Mediterráneo va a ser la fosa que separe dos mundos, dos concepciones de vida, dos maneras de vivir: el mundo de la abundancia y el mundo de la miseria, del hambre, y nuevamente tenemos que gritar “¡Qué vergüenza!”. No quiero ni me atrevo a creer que para que yo tengo un mínimo de confort, de bienestar, otros tengan que malvivir, exhaustos, al límite de sus posibilidades. Supongo que pueda arbitrarse algún mecanismo, alguna solución que evite estas muchedumbres hambrientas, sin equipaje, que no sólo demandan ayuda, pan, alimento, sino dignidad, afecto, cercanía, comprensión, futuro.

Nuestra conciencia de personas civilizadas, humanas, no puede permanecer impasible, callada, inoperante ante situaciones tan injustas como las que se producen diariamente en el Mediterráneo, que atentan contra la más elemental norma de auxilio y evidencian el mayor desprecio de la ética. Algo tenemos que hacer, algo , si queremos, se puede hacer, y ya algo parece que quiere hacer el gobierno italiano al situar en la zona a su marina y aviación, y al anunciar el Presidente Letta la derogación de algunas leyes xenófobas que han alentado conductas inhumanas y crueles que han teñido de miseria humana algunos titulares de prensa recientes. Aún estamos a punto de reaccionar y de no permitir que nuestro cobarde silencio permita tragedias como las descritas, ya que cuanto antes abordemos el tema de la tremenda desigualdad que existe entre las diferentes naciones del mundo, y en el caso que nos ocupa entre la opulenta Europa y la pobre Äfrica (recuérdese la llama de la primavera árabe en Túnez, Libia, Egipto…), antes dejará el Mediterráneo de ser mortaja de África y nosotros sus cómplices.



                                   José Antonio Noval Cueto.

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