Ahora que ya se publicitan viajes a la Luna e incluso a Marte
se encuentra uno con que los animales, un día sí y otro también, acaparan las
portadas de nuestros periódicos, ya sean
osos, jabalíes, lobos, perros, gatos…y
que en algunas ciudades se han convertido en símbolos de la misma, como ocurre en Oviedo con el perro Rufo , y esto que puede parecernos nuevo es tan antiguo como la vida misma y el mejor
ejemplo nos lo proporcionan Esopo y Fedro con sus “Fábulas”, pequeños relatos
donde los protagonistas son animales y de las que se extrae una enseñanza
práctica para la vida humana de todos los tiempos y lugares, y basta para ello recordar
también las del francés La Fontaine (s.XVII) o a las de los
españoles Iriarte y Samaniego en el
XVIII. También en la actualidad y en el cine los animales tienen una importante
cuota de poder y con frecuencia se convierten en protagonistas de películas de
alto contenido moral y reivindicativo como
“Animales en lucha”, o la
necesidad de proteger el medioambiente y luchar contra el cambio climático, con
unos diálogos de alto contenido moral y donde uno de esos animales lamenta que “lo que el hombre no entiende es que lo que le hace a la tierra, se lo hace a sí mismo”.
Hay muchos tipos de contaminación, pero a raíz de las
portadas y noticias de estos últimos días donde la corrupción y el pelotazo
vuelven a ser noticia, una de las que más urge combatir es la contaminación moral que azota a la sociedad
española que enfrenta a padres e hijos, mayores y jóvenes, y que amenaza con
desestabilizar el propio sistema que nos hemos dado y convertir al hombre en un
lobo carnívoro e insaciable.
El pasado 23 de abril, Día del Libro, preocupado y desolado
por la situación que vivimos no sé por qué me vino a la memoria una vieja fábula de
Samaniego que había leído de niño en mi Libro de Literatura que se titulaba “El cuervo y el zorro”, que
denunciaba como el hábil “zorro” se hizo con el “queso” del cuervo con una vieja
técnica empleada por el ser humana en todas las épocas y que no es otra que
la del halago, la del elogio no
merecido, la del cumplido, la de la vanagloria. ¿Cómo es posible que el cuervo
no supiera que lo suyo es no cantar, que la naturaleza no le había dado ese
don? Uno pensaba que después de tanta televisión y de tanto internet ya
estábamos vacunados para este tipo de engaños, de timos, pero veo que no y la culpa , pensando bien, la tiene la vanidad,
la soberbia, el aplauso, el narcisismo…y es que como decía Edipo “La libertad
del silencio es harta veces más dañosa a un rey y a su reino que la palabra
misma”.
José
Antonio Noval Cueto.
P.D Esta fábula con pequeñas variantes (“carne”,”queso”) fue también narrada por Esopo y Fedro).¡Volvamos a
los Clásicos!
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