Aunque sólo fuera para revivir aquellos momentos del verano
de los 70, cuando empezaba la temporada de fiestas y nosotros, los
preadolescentes, esperábamos ansiosos el mes de agosto o nuestra temporada
festiva. No teníamos necesidad ni de tren, autobús ni llanera. La fiesta era en
casa. La única preocupación que no lloviera. Los días previos, ¡vaya nervios!,
esperábamos el telediario para escuchar al hombre del tiempo y don Mariano Medina
con los medios que tenía intentaba
contentar a todos y aprovechándose de Álvaro de la Iglesia nos decía aquello de
que “por el Norte viene un fresco general que de momento no trae lluvias en las
primeras horas del día”, después el azar dirá.
Hasta que llegaban las fiestas, los domingos cine en el
Avenida o en el Nora y después a
observar las extensas caravanas
de coches que transitaban por la vieja carretera Oviedo-Avilés-Gijón, que obligaba a la Guardia Civil de Tráfico a
apostarse en el Cruce Nuevo para regular el tráfico. Este salón del automóvil
improvisado y rodante era muy repetitivo, poco original, dominaban la Seat con sus 600, 850, 1500 ; la Renault con su 4-4, 4-L, 5-5 Gordini, su
R-12, bien el Simca 1.000, bien el Citroen 2 caballos y ya en gama alta el Dogde Dar o el exclusivo
Mercedes. La ilusión de los jóvenes eran el Alpini, el Morris-MG o el Seat- Coupe…Hacía las 22:30 la serpiente
luminosa se apagaba y el furgón de cola eran los autobuses de Traval .
Después del auge de las motos, empezaba el arraigo del coche. Era la época de
los planes de desarrollo, la llamada década prodigiosa.
Antes del inicio de la fiesta, subida al Carbayu a ver si las barracas traían
alguna novedad, pero siempre más o menos eran
las mismas y el disfrute dependía de la paga o de las propinas de última
hora, ya de abuelos , tíos o padrinos. Las típicas eran el tiro, las lanchas,
las tómbolas, la churrería, los coches de choque, la noria, la cesta… amén de
otros puestos que se improvisaban, de quitar o poner, ya para vender chucherías
(pipas, chufas, avellanas, palomitas, regaliz, caramelos), ya para probar
suerte a la ruleta( que siempre tenía algún colaborador para animar la
participación y que con los billetes sujetados por una goma incitaban a probar
suerte), bien para vender globos de diferentes colores, amén del
barquillero…Los bares solían ser los de siempre: Juan el Cazuelu, Infiesta...
La luz del prau y la gramola del Topu,
que instalaba su pequeña caseta al lado del quiosco de la orquesta. Luces y
banderines y en la calle La Estación o José Tartiere competición ciclista , en
diferentes categorías, donde la familia Cima siempre obtenía premio por su buen hacer y donde empezó a forjarse
uno de los mejores corredores que dio fama a Lugones, José Enrique Cima, buen
ciclista y mejor persona. En la entrega de premios las autoridades, trajes
regionales, pareja de tambor y gaita. El domingo, día grande, misa al aire
libre, se instaba un altar portátil en la parte posterior de la Capilla y desde
allí don Jesús, don Julio pronunciaban sus preparadas homilías marianas a la
Virgen del Buen Suceso. Los monaguillos medio asustados cumplían su cometido.
El exceso de público y algunas veces el calor, los encogía. Concluida la
ceremonia, sesión vermout, sidra,
refrescos…La Romería era más o menos idéntica a la que luce a tamaño escala en
el Museo de la Romería que minuciosa y trabajosamente ha hecho Manolito durante tantos años y que
evidencia la capacidad humana para hacer realidad un sueño, y este no es otro
que inmortalizar su romería, que no muera, que perdure, y va camino de
conseguirlo. Lo más difícil ya está hecho. Pocas sociedades de festejos pueden
presentar este palmarés que viene
avalado por una afluencia masiva de público que año a año se incrementa. Solo
queda pedir buen tiempo y buena convivencia.
Quisiera volverme niño para hacer realidad mis vivencias – no
cambio ni renuncio a mi infancia, la del juego colectivo y compartido, la de la
zapatilla, la de ojo de buey, cuchillo o tijera, la del pañuelu, la del
futbolín o metegol como llaman en Argentina, cuando el único programador que
teníamos era nuestra imaginación y cuando la palabra aburrimiento no existía- y
una de esas experiencias que recuerdo con agrado y que me ha sido muy útil , me ocurrió en las fiestas del Carbayu de no
sé qué año. Tendría yo trece o catorce años. Tenía ganas de un original llavero
que pendía de unos palillos en la barraca de Tiro, pero había que tener
puntería, y las escopetas de perdigón no siempre tenían el punto de mira bien
puesto- o eso decíamos para justificar nuestra impericia-. Lo cierto es que pedí
mis perdigones, tiré, volví a pedir, tiré, volví a pedir, tiré… pero no rompía
los palillos, y cuando ya desesperado y casi sin paga le devuelvo la escopeta -
aún me parece ver a la chica delgada,
discreta y responsable que me atendía, quizás de mi misma edad o poco más – la
coge y cuando menos lo esperaba, me
entrega el llavero. Quería al menos compensar, atenuar mi pérdida. En un
momento pasé de la desesperación a la alegría. Desde ese día supe que el dinero
no lo consigue todo y que quien menos esperas te puede dar una buena lección,
en este caso de generosidad, solo se
necesita que uno escuche y vea, que esté próximo, que huya de las etiquetas, de
los estereotipos.
El escrito llega a su fin, empieza el baile, ya se oyen los
acordes de “A Santiago voy ligerito, caminando…”, y en mi cabeza rebullen las certeras
palabras del poeta Rainer María Rilke cuando dice que la patria del hombre es
la infancia. ¡Hagamos todo lo posible para que los niños sean felices! Es su
mejor garantía de futuro. De ello puedo dar fe y las fiestas del Carbayu han
contribuido a ello. ¡Muchas gracias!¡Felices Fiestas 2019!
José
Antonio Noval Cueto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario