miércoles, 15 de febrero de 2017

“El ruido de las campanas"




El ritmo de locura que produce la actualidad va camino de obligarnos a pedir perdón por haber nacido, respirar y vivir, y digo todo esto después que un vecino del barrio de la Seu, en Valencia, haya denunciado a su parroquia por el tañido de sus campanas, que se suelen tocar tres veces al día.En el país del ruido, del botellón, de la noche y demás aditivos, lo único denunciable y punible es el ruido de las campanas de mi pueblo, ya sea iglesia con espadaña o en torre, y me lleva a pensar que así como han desaparecido muchas profesiones y oficios  del pasado, los adanes actuales quieren hacer desaparecer el ruido de las campanas, pues para informarse del horario de misa y demás celebraciones les basta el móvil y su whatsapp,  e incluso para pedir auxilio.

Ahora que tanto se habla de contaminación atmosférica, de contaminación acústica, visual, parece  que le ha llegado el turno a las campanas, independientemente de su intensidad, volumen,   del tipo de forja y antigüedad de las mismas y de la brusquedad y pureza de sus sonidos.Atrás quedan los tiempos de “Ay campanera”, exitoso canción de Joselito y popularizada últimamente por Diana Navarro, cuya letra tensionaba los corazones de los niños de entonces cuando nos decía que “Tú eres la llave de la verdad…tú eres la mejor de las mujeres porque te hizo Dios su pregonera….”; en el olvido han quedado las enseñanzas de muchos campaneros, como el de Granda, que con sus toques convocaba a difunto a sus vecinos y éstos podían saber si el fallecido era mujer o hombre, o de muchos sacristanes, como en mi Lugones de infancia, en época de don Jesús, el entonces sacristán, Gelín Manteiga, “Guevu”, nos aprendía a tocar las campanas, algo muy esencial siempre que había difunto.

En el país del ruido, charanga y pandereta el único ruido que molesta es el de las campanas, no el de las sirenas de las fábricas, ni el de los trenes, coches e incluso aviones que circulan por el entorno. Ese mismo día de conocer la denuncia y polémica que trajo en jaque a Ayuntamiento, Arzobispado y vecinos, en el Parque , mientras leo el periódico , me desconcentra el ruido de un patinete electrónico que transportaba a una chica, con música a alto nivel y  que me retrotrajo a  la citada denuncia.

Mi sensibilidad y sorpresa ante este tema se incrementa quizás porque estoy leyendo una de las mejores novelas europeas, de esas que sorprenden y marcan a uno, que no olvida, y cuyo autor es Víctor Hugo. Se trata de “Nuestra Señora de París”, donde uno de sus personajes principales, Quasimodo, era el campanero del templo y del que nos deja el autor una de las mejores descripciones de su oficio cuando narra:” Empezaba por fin el repiqueteo y toda la torre se ponía a temblar…Quasimodo hervía hasta echar espuma…La campana, lanzada ya y furiosa, mostraba…sus fauces de bronce, de donde surgía aquel trueno de tempestad que podía oírse a cuatro leguas…De pronto el frenesí de la campana se apoderaba de él (Quasimodo)…colgado sobre el abismo, se agarraba al monstruo de bronce…lo oprimía, lo espoleaba…y redobla…”.

Parece que hay personas que no quieren dejar ningún vestigio del pasado y si por ellos fuera harían desaparecer de los cielos de su ciudad las torres de su catedral, porque les impide ver el sol, contaminación visual. Ahora que tanto se habla de contaminación y sus tipos, de lucha contra la obesidad y otras pandemias, ¿no creen que ha llegado el momento de plantearse el tema de la contaminación moral de nuestra sociedad? ¿creen que las cabezas de nuestros jóvenes están preparadas para soportar y digerir tanta contaminación como reciben?

A mí las campanas me trasladan y me llevan a muchos lugares y me evocan muchas cosas , entre otras, despedidas, como las de nuestros indianos en el muelle del Musel o el tañido melancólico que de las mismas poetiza Rosalia de Castro cuando escribe: “Campanas de Bastabales, cando vos oio tocar, mórrome de soidades” (tristezas).


                     José Antonio Noval Cueto.

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