viernes, 3 de febrero de 2017

“En las Pelayas, Pelayo"



El pasado 2 de febrero, festividad de la Candelaria, una vez más se puso de relieve que en las Pelayas, Pelayo, su santo patrón, desde finales del año 994, y lo digo no sólo por este dato histórico, sino porque se dio la coincidencia que entre los 17 niños  presentados al Señor para su bendición, dentro de la lógica diversidad de nombres que había como Claudia, Valeria, Elena, Álvaro, Mateo, José... dominó el de Pelayo, en dos niños, mientras me sorprendió que no hubiese ninguna Covadonga, digo esto a modo de sugerencia, no de crítica.

He asistido a misa del domingo a las Pelayas en varias ocasiones, pero nunca a esta ceremonia de la Candelaria, donde se conjugó el rigor litúrgico con la cercanía y  el afecto, algo no siempre fácil, ya que como dice el papa Benedicto XVI “…la liturgia es fundamental y nada funciona cuando la liturgia deja de ser ella misma…” . Desde media hora antes de abrirse el templo, en sus escaleras, se fue formando una cola que presagiaba el lleno total, como así se produjo. La ceremonia  larga, como era de esperar,  estuvo también bien organizada  que  entre cantos, procesión de las candelas , misa con la palabra gozosamente meditada y expuesta por el sacerdote Don Abundio,  presentación y bendición personal de cada niño el tiempo se nos fue de las manos, y lo más sorprendente es que  los protagonistas, los niños, tranquilos , diría que contentos, pues no lloraban. y eso que ya llevábamos una hora y media de ceremonia.

 Era la primera vez que atravesaba el Coro, bajaba las escaleras hacia la Sala Capitular y podía contemplar el claustro y todo ello, como recordó el sacerdote, gracias a Dios y a las hermanas que lo permiten – recordemos que el 2 de febrero es también el día de la Vida Contemplativa- y a mi ,ciudadano de este ruidoso mundo, siempre que entro en  un recinto sagrado donde el  silencio se respira y se atisba a Dios -  y eso que ayer éramos multitud-  me obliga, me inquieta, me plantea preguntas de si no  estaremos demasiado concentrados en nosotros mismos, en  nuestros mundanos proyectos, en lo mío, y dejamos fuera lo importante, lo que de verdad  vale, lo que justifica una vida, y ese es el ejemplo que me han transmitido esas veinte monjas, que al pasar por el coro nos agradecían nuestra visita, sonreían, nos decían adiós con la mano, pero no hasta siempre, sino hasta pronto. Me daban hasta un cierto temor o más que temor  respeto, admiración, no me atrevía a mirarles, pues era tanta la felicidad y bondad que traslucían sus rostros, que se volvían en reproche para mí,  como diciéndome tanto anhelar, buscar la felicidad, y mira donde la tienes, aquí  en el borde del  camino.

Ayer cumplí el compromiso, la obligación que desde días antes me había impuesto. Vine a Oviedo, paseé y celebré  la ciudad , como en los días de fiesta, y llegada la hora fui  a la Candelaria. Desconozco los motivos por los que no asistí antes y menos porque fui ayer, sólo sé que contemplar, leer el mensaje de esas  miradas justifican mi visita, y me sorprende que aún haya sesudos gabinetes siquiátricos preguntándose qué es la felicidad, cuando el canto de las monjas nos recuerda ese bello salmo que dice: “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?”


                                              José Antonio Noval Cueto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario