El pasado 2 de febrero, festividad de la Candelaria, una vez más se puso de relieve que en las Pelayas, Pelayo, su santo patrón, desde finales del año 994, y lo digo no sólo por este dato histórico, sino porque se dio la coincidencia que entre los 17 niños presentados al Señor para su bendición, dentro de la lógica diversidad de nombres que había como Claudia, Valeria, Elena, Álvaro, Mateo, José... dominó el de Pelayo, en dos niños, mientras me sorprendió que no hubiese ninguna Covadonga, digo esto a modo de sugerencia, no de crítica.
He asistido a misa del domingo a las Pelayas en varias
ocasiones, pero nunca a esta ceremonia de la Candelaria, donde se conjugó el
rigor litúrgico con la cercanía y el afecto,
algo no siempre fácil, ya que como dice el papa Benedicto XVI “…la liturgia es
fundamental y nada funciona cuando la liturgia deja de ser ella misma…” . Desde
media hora antes de abrirse el templo, en sus escaleras, se fue formando una cola
que presagiaba el lleno total, como así se produjo. La ceremonia larga, como era de esperar, estuvo también bien organizada que entre cantos, procesión de las candelas , misa
con la palabra gozosamente meditada y expuesta por el sacerdote Don Abundio, presentación y bendición personal de cada niño
el tiempo se nos fue de las manos, y lo más sorprendente es que los protagonistas, los niños, tranquilos , diría
que contentos, pues no lloraban. y eso que ya llevábamos una hora y media de
ceremonia.
Era la primera vez que
atravesaba el Coro, bajaba las escaleras hacia la Sala Capitular y podía
contemplar el claustro y todo ello, como recordó el sacerdote, gracias a Dios y
a las hermanas que lo permiten – recordemos que el 2 de febrero es también el
día de la Vida Contemplativa- y a mi ,ciudadano de este ruidoso mundo, siempre que
entro en un recinto sagrado donde el silencio se respira y se atisba a Dios - y eso que ayer éramos multitud- me obliga, me inquieta, me plantea preguntas de
si no estaremos demasiado concentrados
en nosotros mismos, en nuestros mundanos
proyectos, en lo mío, y dejamos fuera lo importante, lo que de verdad vale, lo que justifica una vida, y ese es el
ejemplo que me han transmitido esas veinte monjas, que al pasar por el coro nos
agradecían nuestra visita, sonreían, nos decían adiós con la mano, pero no
hasta siempre, sino hasta pronto. Me daban hasta un cierto temor o más que temor
respeto, admiración, no me atrevía a
mirarles, pues era tanta la felicidad y bondad que traslucían sus rostros, que se
volvían en reproche para mí, como
diciéndome tanto anhelar, buscar la felicidad, y mira donde la tienes,
aquí en el borde del camino.
Ayer cumplí el compromiso, la obligación que desde días antes
me había impuesto. Vine a Oviedo, paseé y celebré la ciudad , como en los días de fiesta, y
llegada la hora fui a la Candelaria.
Desconozco los motivos por los que no asistí antes y menos porque fui ayer,
sólo sé que contemplar, leer el mensaje de esas miradas justifican mi visita, y me sorprende que
aún haya sesudos gabinetes siquiátricos preguntándose qué es la felicidad,
cuando el canto de las monjas nos recuerda ese bello salmo que dice: “El Señor
es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?”
José Antonio Noval Cueto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario