No tengo reparos en deciros que siempre que preparo e hilvano
un artículo, uno de los momentos más difíciles es el de titularlo, de ahí que siempre
que lo tengo la pluma se desliza a una velocidad primorosa-
escribo según manda la tradición, con papel
y bolígrafo y después traslado - , y esto me ha pasado a mí, hoy, 1 de febrero,
festividad de Santa Brígida, patrona de Irlanda, al escuchar una ranchera de Pedro
Infante titulada “El Mala estrella”, que cuenta la historia de un amor no correspondido cuya letra dice: “Pero él sigue con su sueño,
de llegar a ser su dueño, y la muchacha no lo quiere…pos nació con mala
estrella…”, algo muy actual en la política del momento, donde hay quien se postula
e insiste en repetir la misma copla, aunque
el pueblo no lo quiera.
Napoleón decía que la música era el ruido menos molesto de todos
; otros que amansa las fieras, que resucita a un muerto y que incluso puede incrementar la producción de vacas y
gallinas, según cuál sea la canción o música que oigan, así se sabe que la música
relajada, incrementa la producción, y la más ruidosa y bailable,
la limita . En las aulas, salvando las
distancias, también se ha utilizado y se
utiliza para potenciar la creatividad de
los alumnos en actividades propiamente creativas, como dibujo, pintura, diseño, taller literario , revista colegial e incluso en cocina, donde la fabada se
condimenta con notas de gaita y tambor,
mientras que la paella pide castañuelas y guitarra. En Lugones, recién abierto
el Instituto, hoy conocido con el nombre
de Astures, don Ramón Menéndez-Manjón Sancho-Miñano, profesor
de Arte, pintor y gran melómano, tuvo el
acierto de potenciar la creatividad plástica de sus alumnos mediante la
audición de música clásica. Proyecto que fue galardonado en los años 70.
Todo esto me da pie para plantearos una pregunta que desde hace tiempo
ronda por mi cabeza y cuya respuesta no encuentro. Creo no descubrir nada
nuevo, que a pesar de Trump y del “Brexit”, estamos influenciados por la cultura inglesa y en el apartado de la música, cine, casi
colonizados, y basta darse un paseo por cualquier pueblo de España y te
encuentras con personas que interpretan canciones de los Beatles, de los
Rolling, con excelente pronunciación y sin embargo desconocen su significado.¿
Puede uno sentir , hacer suya uno una
canción cuyo contenido desconoce ? ¿No bastaría
con escuchar sólo su música? Y digo todo esto porque hace unos días en el
teatro Jovellanos de Gijón sonaron los sones de “Las palmeras” de Alberto Cortez,
cuya letra sabíamos los niños de entonces y entonábamos con la guitarra. Letra que junto a
otras canciones del momento eran vendidas en los martes de mercado en Pola y a
la entrada de las romerías más populares de Siero por personas de movilidad
reducida, con su mutilación reflejada en forma de pierna de palo u otras
carencias. Canciones que hablaban de romería, como la de Víctor Manuel, por San
Cosme y San Damián; la emigración, cuando me fui de mi España, en la voz de
Juanito Valderrama, el “Soy minero” de Antonio Molina, “Lo negro está más negro"(Black is Black) de Los
Bravos o el quejío de “La Hija de Juan Simón” de Angelillo y del mismo Molina y otras muchas
que omito…
Hoy las canciones no cuidan la letra, no buscan emociones -
el corazón que no hable- , sino evasiones, huidas , y eso que los estudios de grabación
y los medios técnicos son excelentes, de ahí que cuando hay una buena letra
encajada en una buena música el éxito está asegurado y basta para ello recordar
los poemas musicados por Serrat, o las letras de Sabina, de Carlos Cano, de
Alberto Cortez, de Víctor Manuel con “El
abuelo fue picador”, o “El pañuelín de seda” del Presi, aunque las emisoras de
radio las silencien…
¿Puede cantarse una canción sin conocer su contenido? ¿Y
sentirse? No acabo de encontrar la respuesta y la única solución que hallé me
la proporcionó el Coro de la ONG “Agua
de Coco”, de Madagascar, especializado en música góspel, que actuó en la Iglesia parroquial de San Pedro
de Pola de Siero, en el verano del año 2010,y que para concluir su excelente interpretación,
un vocalista, acompañado por un músico,
cantó la bella canción de “Soy minero”. El éxito fue total. Los aplausos, a
ritmo de ópera, atronaron durante varios minutos el templo. El intérprete que cantó
en castellano, no conocía nuestro idioma y tenía serias deficiencias síquicas,
pero eso sí, según su monitor, tenía unas dotes excepcionales para la música. A
todos los presentes nos conmocionó. Lo que sintió él no lo puedo saber. Intuyo
que una gran alegría al comprobar los efectos , aunque desconociese el mensaje y lo que para nosotros
representaba.
Creo que no sea mucho pedir que música y letra no compitan, que
se acoplen, que se unan, que sean nuestras. Y lo demás, que cada uno saque su
conclusión, que la tiene. Más esencias y menos consumo.
José Antonio Noval Cueto
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