La velocidad que se imprime a los acontecimientos es tan
fuerte que no es fácil mantener la serenidad y no verse envuelto por ellos, y más cuando algunos de esos hechos o
situaciones son provocados intencionadamente para generar polémica y dividirnos,
para ocupar espacios de Telediario u portadas de periódico, que últimamente son
monolíticas, repetitivas, con : juicios, corrupción, violencia de género y banalización
religiosa, véase Las Palmas, misa del Podemos, bautizos laicos…y como reconstituyen el deporte. ¡Cuánto más me
gustaría que fuéramos noticia por avances científicos, como el de ayer, cuando
se nos comunicaba que la quimioterapia iba a ser reemplazada por técnicas más seguras y menos abrasivas y para más alegría, diseñadas por la misma
Universidad de Oviedo! , y todo por no querer reconocer lo que sabe y respeta la
persona más iletrada, porque basta respirar y ver que España es culturalmente católica, y así se
puede citar entre otros muchos a Palacio Valdés, Clarín, Miguel Hernández,
Unamuno, Lorca, Quevedo, Calderón o el
mismo Don Quijote cuando le dice a Sancho: “ Los varones prudentes, las
repúblicas bien concertadas, por cuatro cosas han de tomar las armas y
desenvainar la espada, y poner en riesgo sus personas, vidas y haciendas: la
primera, por defender la fe católica…” . No pido tanto, pero sí respetar lo que
hace unos días comunicaba el Barómetro del CIS de febrero de 2017, que decía
que casi el 70% de los españoles se consideraban católicos, o recordar que en
estos años de penuria ha sido “Caritas” ”Caridad”, la institución que más arrapó
al necesitado, al hambriento, al desesperado.
Digo esto porque últimamente se está produciendo con cierta
frecuencia episodios de tolerancia negativa, donde unas minorías, con el
pretexto de defender unos derechos que nadie altera ni oprime, quieren impedir las prácticas religiosas de las mayorías. Pretensión
a todas luces descabellada e intolerante en sí misma, pues la Constitución de 1978 consagró el “Derecho a
la Libertad religiosa”, y desde entonces
ésta ha convivido y se ha practicado sin mayor problema, pero parece que desde que
surge la crisis económica todo vale con tal de desestabilizar y enfrentar a los
españoles. Toda ley debe evitar
exclusiones, consensuar los derechos de todos, y menos pretender que los derechos
de las minorías cercenan a las mayorías, y más aún en un país culturalmente
católico - véase Camino de Santiago donde deambulan y peregrinan culturalmente
y religiosamente creyentes y no creyentes-, donde no hay texto literario o manifestación
artística que no tenga la impronta de ese credo milenario que vive y respira
con nosotros, y la mejor prueba la tenemos en nuestro Patrimonio Histórico Monumental o en la misma Biblioteca
Nacional.
A estas alturas negar el dinamismo y fuerza de la Fe es tarea
inútil y más en un país como el nuestro que a pesar de los pesares sigue siendo
la mayor reserva espiritual de Europa - más
de 13.000 misioneros por el mundo, de los que 53% son mujeres y el 47% hombres-
ya que somos la nación que más
misioneros aporta a la Iglesia en su tarea de llevar la Buena Noticia allí
donde incluso la esperanza se viste de desesperación, enfermedad o muerte, y donde
el compromiso y amor llega hasta el extremo de dar la propia vida por sus
fieles, como hicieron los sacerdotes don Miguel Pajares Martín y don Manuel
García Viejo en su lucha contra el ébola
en el territorio africano.
En esta sociedad de la codicia, aplauso y mentira; en este
mundo tan dicotómico de buenos y malos, viene bien recordar las sabias palabras de San Agustín cuando dice : “La
Historia Universal es la lucha entre dos formas de amor: entre el amor a sí
mismo – hasta la destrucción del mundo – y el amor a los demás – hasta la
renuncia de sí mismo. ”¿Se puede luchar contra el Amor?.
José Antonio Noval Cueto
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