viernes, 7 de septiembre de 2012

“Después de una vida vivida…”



                 
 Revista "Uncuarto de hora".


Después de una vida vivida, toca hacer balance. Con estas sencillas palabras empezó su discurso de ingreso en la Real Academia de la Lengua don Aníbal Imaginación Esperanza, periodista de profesión, novelista de raza y gran conocedor del corazón humano y divulgador de su Asturias natal.

Aquel 23 de abril de 2.060 - ¡qué paradojas y posibilidades tiene el idioma que me permite imaginar y hablar de acontecimientos que yo no voy a presenciar!-, Día del Libro, el silencio en la Salón de Actos de la Real Academia  era absoluto. Todos estábamos pendientes del enorme atril, con abundante luz, desde donde el nuevo académico que ocuparía la letra “ñ”, vacante desde el fallecimiento de Don Gregorio Pidal, - uno de los pocos científicos que tenían su asiento en la docta casa- , empezaría placidamente a desmenuzar su mensaje, que a raíz del título “El escritor como creador”, prometía ser un discurso de lo más  sentido  , vivido e interesante.

 Elegantemente vestido para la ocasión y con ese tono distinguido que le da su presencia física y su brillante y abundante pelo grisáceo, don Aníbal, después de definirse como aprendiz de humanista –hablo de cosas que espero que subsistan allá por el año 2.060,¿  pues qué sería del mundo si el Humanismo no ejerciese  ?- empezó a balbucear su melódico y medido discurso, donde las palabras estaban sometidas y ajustadas al ritmo melodioso de la frase y al contenido. Nunca viví mejor demostración de la relación que existe entre el contenido de un mensaje y la forma de decirlo. Se le veía esplendoroso, triunfante, estaba en su territorio, en el mundo de las letras, en el paraíso de la creatividad,  estaba en el Parnaso, se sentía feliz…

Sus manos pequeñas, blanquecinas y de azuladas venas, iban pasando de manera lenta y armonioso, como si fuera un suspiro, las hojas de su discurso, que se centró especialmente en resaltar el poder que tiene el escritor para ser creador, en la posibilidad que tiene para ,a partir de la palabra, dar vida a personajes, ambientes y situaciones, en descubrir lo que otros ojos no ven ,no captan, no sienten, casi se podría decir, con cierta exageración , en crear de la nada, cual si fuéramos otros “dioses”.

Sería prolijo- decía don Aníbal- hablaros de todas mis criaturas, de todos mis hijos, pues han sido muchos los protagonistas y personajes secundarios que pueblan mis novelas, mis escritos, pero hay un personaje del que siempre me he sentido muy orgulloso y éste no es otro que Dionisio de Rivera,  protagonista de la trilogía “Los héroes sin nombre” y sobre el cual quiero expresar algunas ideas, que buscan justificar una vez más el hilo conductor de este Discurso, que no es otro que el demostrar el insigne poder que tenemos los escritores de Crear, de inventar lo que no existe, de transformar la realidad o ayudar a ello, de mejorar la convivencia entre los hombres y , como no , de crear belleza.  Recuerdo que puse el nombre de Dionisio por dos motivos, era un nombre clásico, castizo de siempre, y además me remitía, con base real o no, al dios griego Dioniso, dios del vino, de la vid, de la fiesta.¿Puede entenderse la cultura occidental sin el vino? Hasta el mismo profeta Amós en el Libro de su nombre dice:”Yo cambiaré la suerte de mi pueblo Israel: reconstruirán las ciudades devastadas y vivirán en ellas, plantarán viñas y beberán su vino, cultivarán huertas y comerán sus frutos…” ¿Puede entenderse Occidente sin el vino, el aceite y el trigo?...En cuanto al apellido “de Rivera”, lo he utilizado por la fuerza de convocatoria que tiene este apellido, que impregna muchas páginas de la Historia de España y que hermana bien con el “vino”, que nunca mejor dicho, tiene que tener “su Rivera”, ya sea del Duero, del Guadiana, del Ebro, o entendido en sentido más lato, su límite en la ingesta…Me fue más fácil dar contenido a ese nombre y a ese apellido, y como  personaje real o  protagonista no escogí ni al apuesto galán de cine – los feos que se mueran- , ni al futbolista de fama, ni  a un  ejecutivo del alto nivel,  ni a un líder político, sino  un apacible maestro, de mediana edad, bigote poblado, pelo entrecano que como Hernán Cortés tenía la osadía de quemar todas sus naves – en tiempos de apogeo informático y de la imagen- en conquistar nuevamente el reino de la Lengua y de la  Imaginación, pues ya en los comienzos de mi actividad humanística era imprescindible recordar al hombre o a lo que quedaba de él, que pensamos con palabras y que podíamos analizar la realidad con palabras; en resumen, su reto, mi reto,  era hacer de todos nosotros conquistadores de espacios nuevos y creadores y evocadores de mundos nuevos, donde el ser humano fuera el protagonista principal, pero para ello ese hombre nuevo, ese ser nuevo, este protagonista, de nombre Dionisio de Rivera va arropado con una virtud muy en desuso, en los últimos tiempos, en los tiempos de la competitividad, y no es otra que la HUMILDAD, y que confiesa al decirnos cuanto ha aprendido del pastor del pueblo de su abuelo, Cayo, que casi con una certeza matemática sabía cuando llovía o no , donde moraban las comadrejas, los raposos...de Daniel, el cazador, que le hablaba de las pisadas de las fieras, de los nidos de las aves, de la importancia de la espera y del dominio del tiempo y de uno mismo para lograr una buena cacería, o de las preocupaciones de los vecinos del pueblo de su padre, en la montaña asturiana, donde uno comprobaba como la incertidumbre rodeaba la vida del hombre, si llueve o no, si quema o no la madera del bosque, si los lobos han atacado las yeguas que son la base alimenticia de las familias…

En el fondo, aunque antes he hablado de mi preferencia por Dionisio de Rivera, creo que este personaje ,o mejor dicho, sus cualidades ,con más intensidad o fuerza, están en todos los protagonistas de mis novelas, pues siempre me he asombrado de las posibilidades que tiene el hombre para ejercer como tal, aunque muchos, por desgracia, incomprensiblemente hayan dejado de practicar, quizás egoístamente sea más cómodo.

Quiero concluir mi Discurso en  este templo de la sabiduría y de la fantasía que es y debe ser la Real Academia agradeciendo la elección de los señores académicos que han permitido que desde hoy ocupe la silla “ñ” de esta docta casa y reiterar a todos los presentes el poder que debe tener la imaginación y la necesidad que la misma esté al servicio del hombre, y empleo esta palabra en su sentido genérico, como dicta la docta norma de la Casa a la que desde hoy me incorporo.

Hoy, amigas y amigos, se da respuesta a una vieja pregunta de un poeta español, Don Luis Cernuda, cuando se preguntaba ¿Quién gobierna en el reino de los sueños?  EL HOMBRE


                            José Antonio Noval Cueto.

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