No es ninguna exageración reconocer que una de las aldeas más antiguas y más conocidas desde siempre es la de Belén (región de Cisjordania, a 9 kilómetros de Jerusalén), a donde acudimos todos los años la inmensa mayoría de los mortales, por esta época, con intenciones muy dispares. Unos, supongo que los más, para recordar la Natividad del Rey de la Humanidad, otros por mera tradición, mero rasgo cultural o mera intención artesana, pues aún son muchos los que ignoran que ese niño pequeñín es el niño-Dios o Dios hecho hombre...
Todos los años, al llegar estas fechas, caminamos o decimos caminar a Belén, bien en
busca de una Esperanza, de una estrella, de un porqué que justifique nuestra
vida, bien para hacer balance del camino
recorrido o bien para pedir que se haga realidad alguno de nuestros deseos:
encontrar trabajo, pagar la hipoteca, cambiar de coche o comprar ese reloj que inmortalizaría mi muñeca , no
sin antes proveernos de la proverbial y salvífica lotería de Navidad, que tuvo su
inicio con las Cortes de Cádiz de 1812 que impregnadas de liberalismo hicieron ver al
hombre que era posible otro mundo, que la felicidad en la tierra era factible,
siempre que se acometan algunas reformas, algunas transformaciones.
Han pasado más de doscientos años y el hombre sigue buscando
la felicidad, sigue haciendo nuevas leyes, reformas, pero ésta, casquivana, se
le escapa y es que olvidamos con frecuencia que querer cambiar la sociedad sin cambiar cada uno de nosotros es una
pretensión inútil, un sinsentido, un imposible, y ejemplos abundantes de cuanto digo impregnan
la realidad, llámense Cataluña, Andalucía , Valencia o Madrid…
En Siero, concretamente en Pola, siempre que hablamos de
Belén nos trasladamos al Asilo de
Nuestra Señora de Covadonga, donde se ubica ese Belén permanente, obra del sacerdote y capellán del Asilo don Belarmino García
Roza, fallecido precisamente el día de Navidad de 1.991, y custodiado y difundido después por ese gran belenista, protector del Asilo y difusor del Camino de
Santiago que fue don Juan Manuel
Rodríguez Díaz, más conocido como “Juanín” . Esta joya de belenismo asturiano
destaca por su rigor catequético y por su elaboración artística.
La Belén de aquel tiempo era una región de pastores,
profesión de poco crédito entonces, hoy, en la España que se dice de las
oportunidades, de la igualdad, del progreso, del bienestar uno de los
estamentos con más dificultades, con más escasez de medios y con una economía
de mera subsistencia si es que llega, es
el de los emigrantes, y ha sido precisamente uno de ellos quien nos ha dado a todos uno de los mejores mensajes navideños
. Este emigrante nigeriano, de nombre Pedro, vendedor de pañuelos de papel y
afincado en Sevilla, en el Barrio de El Tardón, después de devolver a su dueño
el importe de casi 16.150 euros nos
dijo: “A mí sólo me importa ser honesto” ¡A buen entendedor pocas palabras
bastan!
PAZ A LOS HOMBRES DE
BUENA VOLUNTAD.
José
Antonio Noval Cueto.